La felicidad me la da el vivir reconciliado con mi vida, con mi mundo, con mis amores, con mi realidad...
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PHOTOCREO Michal Bednarek | Shutterstock |
Pienso
en los dones que necesito para mi vida. En los frutos que deja la presencia de
Dios en mi alma. Él puede hacerlo todo nuevo en mí, puede darme su paz
verdadera.
Creo que la paz y
la alegría son dos dones que necesito para la vida. Para enfrentar
los problemas y dificultades. Para ponerme en camino y dejar la comodidad de mi
seguridad exterior.
En medio de los miedos del mundo
de hoy la paz y la alegría son las armas que me concede el Espíritu Santo.
Decía el padre José Kentenich:
«Pueden ustedes decir lo que
quieran. Ninguno de nosotros será feliz, aunque ganara millones, si no busca y
encuentra el contacto con el buen Dios. Y lo único que en definitiva nos da
alegría es siempre el contacto con Dios«.
J. Kentenich, Lunes por la tarde,Tomo 2: Caminar con Dios a lo largo del día
Cómo se logra estar alegre
Dios me da esa alegría que el
mundo me niega tantas veces o me la concede sólo con cuentagotas.
Es un misterio tener un corazón
alegre. ¿Cuáles son las fuentes de mi alegría?
Quiere Jesús que mi alegría
llegue a plenitud. Sólo si esa alegría de Dios está dentro de mí podré
enfrentar con paz los tiempos difíciles.
Esos momentos en los que no tengo
paz porque la vida no parece darme lo que le pido. Y vivo angustiado
exigiéndole lo que deseo, pidiéndole a Dios que sea bondadoso y haga realidad
mis sueños. Pero no lo consigo y el corazón se enfría.
Paz versus resentimiento
Quisiera tener la paz en el alma
cada día, pase lo que pase. No depender de que todo funcione según mis deseos.
La felicidad me la da el vivir
reconciliado con mi vida, con mi mundo, con mis amores, con mi realidad.
Vivir enfrentado y chocando con
lo que tengo, con mi presente, me llena de rabia y malestar. Me hace incapaz de
valorar los regalos que Dios me entrega. Dejo de ver lo bueno y me fijo
solo en lo malo.
El Espíritu transforma
Que descienda el Espíritu sobre
mí para que me llene de paz y alegría. Para que ilumine mi entendimiento y me
permita saber lo que Dios desea de mí.
Para que me haga sabio con su
consejo y humilde con su sabiduría. Que me llene de gozo y esperanza en tiempos
oscuros.
Le pido a Dios que le guste ese
poema que escribo, que recito con mi vida. El poema de mis pasos, de mis
sueños, de mis cantos. Y se llenará mi corazón de su alegría y de su luz.
Así es el Espíritu que transforma
todo mi ser y me hace nacer de nuevo. Me vuelvo niño. Ilumina mi oscuridad para
que pueda ver con más claridad.
Unidad en la diversidad
Enciende mi corazón para que no
permanezca inerte en el frío. Un solo Espíritu. Una unidad que es obra de Dios
en mi vida:
«Hay diversidad de servicios,
pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra
todo en todos».
Cada uno tiene su carisma, su
originalidad. Y todos unidos en el Espíritu Santo tenemos una fuerza que arrasa
con todo.
Dios es poderoso en la fragilidad
de mis manos, en la debilidad de mi voz. Me gusta ese Espíritu que todo lo
transforma cuando llega, cuando inunda mi ser, cuando transforma la debilidad
de mi vida.
Qué pedir al Espíritu Santo
Imploro en esta noche que el
Espíritu me haga capaz de unir. Que mis palabras estén llenas de paz y no
de violencia. De admiración más que de críticas.
Y mis actos expresen amor y
no tanto odio o indiferencia. Que el Espíritu colme de agua mis pozos
vacíos, mis cauces secos. Y me regale alas para volar sobre la cima del monte
divisando el infinito.
Que el Espíritu Santo me regale
fortaleza para vencer en la adversidad, en las dificultades. Me dé paciencia
para caminar contra corriente sin temer las montañas. Y me regale alegría para
que no me venza el desánimo ni las melancolías.
Miro a lo alto del cielo. Que su
sombra caiga sobre mí y me dé la paz, llenando mi espíritu con su presencia.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia