28 – Mayo. Viernes de la VIII semana de Pascua
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Entró Jesús en
Jerusalén, en el templo, lo estuvo observando todo y, como era ya tarde, salió
hacia Betania con los Doce.
Al día
siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. Vio de lejos una higuera
con hojas, y se acercó para ver si encontraba algo; al llegar no encontró más
que hojas, porque no era tiempo de higos. Entonces le dijo: «Nunca jamás coma
nadie frutos de ti». Los discípulos lo oyeron. Llegaron a Jerusalén y, entrando
en el templo, se puso a echar a los que vendían y compraban en el templo,
volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y
no consentía a nadie transportar objetos por el templo. Y los instruía
diciendo: «¿No está escrito: “Mi casa será casa de oración para todos los
pueblos”? Vosotros en cambio la habéis convertido en cueva de bandidos». Se
enteraron los sumos sacerdotes y los escribas y, como le tenían miedo, porque
todo el mundo admiraba su enseñanza, buscaban una manera de acabar con él. Cuando
atardeció, salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz.
Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús: «Maestro, mira, la higuera que
maldijiste se ha secado». Jesús contestó: «Tened fe en Dios. En verdad os digo
que si uno dice a este monte: “Quítate y arrójate al mar”, y no duda en su
corazón, sino que cree en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os
digo: Todo cuanto pidáis en la oración, creed que os lo han concedido y lo
obtendréis. Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros,
para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».
Comentario
Contemplamos
hoy a Jesús y nos quedamos admirados de su autoridad. Es el Maestro que enseña
con acciones y palabras. Venía de Jericó, donde acababa de devolver la vista a
Bartimeo, y llega a Jerusalén. Allí ha entrado aclamado como Mesías, y llega al
Templo, y observa todo... quizá apenado; pero se hace tarde, y es hora de
descansar en la cercana Betania. Desde allí, vuelve de mañana a la Ciudad
Santa; de camino maldice una higuera que aparentaba estar llena de fruto y apta
para saciar su hambre; luego, al entrar en el Templo, no refrena su celo por la
Casa del Padre, “casa de oración” y cumple lo que había anunciado el profeta:
“Aquel día no habrá más traficantes en el Templo del Señor de los ejércitos” (Zacarías 14,21).
Al día siguente, ante la higuera seca, Jesús nos recuerda que quien ora a Dios
con fe segura y libre de todo rencor hacia el prójimo, será escuchado.
Todo esto tiene
lugar en los días previos a la Pasión. Por eso brilla con fuerza la autoridad y
enseñanza de Jesús, el Mesías, “el profeta que ha de venir” (Deuteronomio 18,15),
y no le importan los planes de los jefes del pueblo para acabar con Él: por
encima de todo está el cumplimiento de la voluntad del Padre para la salvación
de todos.
Jesús nos
invita con fuerza a ser almas de oración. Ciertamente, un lugar privilegiado
para nuestro trato con Dios es la “casa de oración”, donde todo está dispuesto
para facilitar la adoración al único Dios, presente en la Eucaristía. En esos
tiempos, nuestra fe crece hasta hacerse omnipotente, invencible, y da el fruto
esperado. Incluimos en nuestra petición un corazón que perdona a quienes nos
han ofendido. En definitiva, Jesús nos enseña lo mucho que está en juego cuando
un discípulo ora con fe. Así lo recordaba San Josemaría: “Si los cristianos
viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande
revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende
también de cada uno de nosotros! –Medítalo”.
Josep Boira
Fuente: Opus
Dei






