Merece la pena hacer la voluntad de Dios. Es ahí donde estamos seguros
Tomás Rico y Loreto Sales. Los dos artistas con formación en Bellas Artes. Tienen 32 años y cinco niños. Tres chicas –Loreto, Isabel y Carmen– y dos chicos –Tomás y Pedro–. Pertenecen al Camino Neocatecumenal y llevan cinco años de misión en los Países Bajos, concretamente en un pequeño municipio llamado Uithoorn, a 15 kilómetros de Amsterdam.
Nos conectamos poco antes de la
comida de Carmen, la pequeña de la familia. A través del ventanal se aprecia
una luz tenue que ilumina el trasiego constante delante de la pantalla, de un
salón que tan pronto hace las veces de estudio como de centro para acoger y
celebrar la Palabra con las otras cinco familias en misión de la zona. Dos
italianas, dos españolas, una croata y el padre Darek. Un puñado de caras
curiosas se asoman al ordenador y viendo que no hay dibujos, solamente un tipo
con barba que hace preguntas, deciden irse a deambular por la casa.
«¡Macho
ten cuidado al bajar por la escalera, que ya te has caído varias veces!»,
indica Tomás en lo que se sienta, disculpándose por el jaleo.
Ahora están confinados por la
covid-19. «Gracias a Dios estamos bien –dice Tomás– aunque lo peor es que no me
saben las cosas».
—¿Cómo os conocisteis Loreto y
tú?
Tomás: Pertenecíamos a la misma
comunidad en Valencia, en la parroquia de Santo Tomás Apóstol. Tiempo después
averiguaríamos que hicimos la primera comunión juntos.
—¿Con qué edad os
casasteis?
Loreto: Con 23 años
Tomás: Llevábamos cinco años de
noviazgo y vimos que era un paso lógico aun sin tener ninguna seguridad porque,
la verdad, no teníamos ni dinero, ni ahorros. Fue después de la Jornada Mundial
de la Juventud de 2011 cuando decidimos poner fecha para la celebración.
Loreto: Sí. Recuerdo que cuatro
meses antes de la boda no teníamos más de 200 euros en el banco. Los del
restaurante se apiadaron de nosotros y nos aceptaron ese dinero como señal
(Ríen los dos).
— ¿Cómo se puede ir tan contra el
mundo en el mundo?
Tomás: Siempre hemos sido algo
contraculturales pero siendo honestos, no creemos que hayamos hecho nada
especial. Hemos intentado vivir una vida coherente tal y como la hemos
experimentado en el Camino. Eso no quita que seamos muy débiles y que no
pensásemos que igual estábamos locos por dar ese paso tan pronto. Porque
no teníamos nada. Sin embargo, sí vimos claro que si teníamos que esperar a
cumplir con los parámetros del mundo, no nos íbamos a casar hasta los 30 o
puede que nunca.
Loreto: Dios no te abandona.
Nunca nos ha faltado de nada de lo esencial.
Tomás: Eso es. Dios no te manda a
una vida kamikaze sin estar contigo.
—¿Cómo se vive pegado al Señor en
vuestro caso?
Tomás: Con mucha naturalidad. Es
la relación de un hijo con su padre. No es nada sentimentaloide. La fe es
mucho más porque los sentimientos van y vienen. Es una fe basada en nuestra
propia historia, viendo como Él ha estado con nosotros en nuestra
biografía, en los problemas, en las alegrías…
Loreto: Es algo que se vive desde
que eres muy pequeño y de adulto vuelves a decir sí cada día, en una conversión
constante. Hemos ido fiándonos de Dios y como un padre nos ha llevado.
Tomás: Yo lo tengo muy claro. Sin
relación personal con Jesús… Si tú no experimentas que Cristo te
quiere como eres, no hay mucho que hacer. Después de todo lo que nos ha ido
pasando cada vez estoy más convencido de que la razón por la que sufre el
hombre es el pecado y no por no tener dinero o la nevera vacía. Hemos
podido vivir en la riqueza y en la pobreza con libertad.
Loreto se excusa y dice que va a
darle de comer a Carmen y que irá interviniendo cuando pueda.
—¿Cómo es el desierto espiritual
después de haber hecho una apuesta tan decidida por hacer Su voluntad?
Tomás: A veces es complicadísimo
creerte de verdad, como dice Oseas, que en el desierto voy a ser seducido. En
ese desierto que quema, que duele, que estás incómodo, que estás herido, que
tienes hambre y no hay nada… Salvo que estás con Él. En esta etapa oscura
tienes la oportunidad de tener un encuentro muy personal con Jesús. Además, y
me parece importante recalcar esto… No tenemos un Dios sádico sino alguien que
se ocupa y preocupa por nosotros y que nos lleva a ese silencio, querido por
Él, que es un lugar precioso.
—¿Cuál es el mayor riesgo que se
puede vivir en la vida de fe?
Tomás: Pensar que con Dios se
traba una relación comercial o meritocrática. En plan: «He dado la vida por ti
¿Tú qué me das?». Hay que acabar con eso porque yo no me merezco nada y no sé
por qué huimos tanto del sufrimiento. Un poco no está mal sobre todo porque nos
da la oportunidad de conocernos un poquito más.
Loreto: De lo que decíais antes…
Yo, en el desierto espiritual, es cuando he visto que o te apoyas en Dios o
nada prevalece. ¿El resto? ¿Todo lo bueno de la vida? Viene por añadidura. Por ejemplo,
me acuerdo que un día una vecina de Uithoorn, sin que nosotros se lo
pidiésemos, vino con verduras cuando no teníamos qué comer.
Tomás: Obviamente, como dice san
Pablo, trabajamos día y noche para no ser una carga para nadie pero de vez en
cuando recibimos ayuda y es algo hermoso ver cómo tus hijos viven cuando tú
estás aferrado a la providencia. Recuerdo que en uno de los peores momentos
subí a uno de los cuartos a rebuscar monedas. ¡Encontré casi cien euros! Iba
amontonándolas poco a poco y Tomasito entró al cuarto pidiendo algo,
pinturas o algo así, vio las monedas y dijo, «¿Esta vez el Señor nos ayuda con
monedas?».
Loreto: Es precioso ver cómo
viven sin filtro. Eso nos ayuda a ser como niños.
—¿En qué momento os decidís
lanzaros a la misión?
Tomás: Estábamos en Valencia y
todo iba bien. Teníamos trabajo y dos hijos. Y de pronto el Señor nos lo puso
en nuestro corazón con mucha paz y alegría. En aquel momento éramos muy jóvenes
y no teníamos ataduras de ningún tipo así que dijimos «¿por qué no?». Hablamos
con los catequistas de nuestra zona y nos invitaron a una convivencia en Porto San Giorgo, donde
está el centro internacional del Camino Neocatecumenal, junto con otras 500
familias de todo el mundo que sentían el mismo llamado que nosotros.
Loreto: Hasta el último momento
éramos libres. Libres de volvernos a casa. Aunque a veces nos pese, nuestra
forma de vivir nos hace radicalmente libres.
Tomás: Fue una experiencia
preciosa. Estábamos abiertos a cualquier destino. Hay personas que creen que
irse de misión es ir a un lugar de carestía material pero desde 2006 se
revisó el decreto ad gentes y se cayó en la cuenta de que la misión no es
solo ir a lugares recónditos, que también, sino estar ahí donde la Iglesia es
muy pobre o prácticamente no está enraizada en el pueblo. El modelo de misión
que tenemos está basado en el primer modelo apostólico domus ecclesiae.
Son los obispos los que piden familias y nosotros nos ponemos a su disposición.
—¿Cómo fue vuestro encuentro con
el Papa Francisco antes del envío?
Tomás: Fue el 16 de marzo de
2016, en la sala Pablo VI. Estábamos allí 400 familias. Todavía lo
recuerdo y se me pone la piel de gallina. El Papa nos dijo, fuera del discurso:
«yo me quedo aquí pero de corazón me voy con vosotros». Y experimentamos una cercanía
de la Iglesia increíble. Eso es el Camino. Es Iglesia. Nosotros
siempre vamos a ser fieles al sucesor de Pedro. Siempre hemos vivido en
obediencia.
Loreto: Te conmueve ver que lo
que vives está en verdad. La Iglesia es una madre que acoge y promueve y eso,
definitivamente, te confirma en tu fe.
—En octubre de 2016 llegáis a
Holanda. ¿Cómo fue la llegada? ¿Qué tal con la gente de allí?
Loreto: Fue un proceso de
confirmación paso a paso. No dejábamos cualquier cosa. Nuestras familias,
amigos, trabajos, comunidad… Yo tenía en Valencia todo. Pero en aquel momento
me dije: donde el Señor me quiera, cuando me quiera.
Tomás: Es un país frío con
una herencia calvinista fuerte y centrado en lo económico y lo
productivo. Sin embargo, si los holandeses establecen contigo una
relación, son muy fieles. Dios nos ha puesto verdaderos ángeles en nuestro
camino. Es cierto que a los españoles nos ven como un país muy exótico.
Aquí el coco es el Duque de Alba (se ríen). Lo importante es amar. Si tú amas,
allá donde sea, vas a ser acogido.
—¿Cómo fue vuestra adaptación a
esta forma de vida?
Tomás: Bueno. Holanda es de los
primeros países en recibir, junto a Escandinavia, Alemania y Francia, familias
en misión. Funcionamos como una parroquia deslocalizada, siguiendo un poco
los pasos de la Iglesia primitiva, cuando los cristianos se unían en las casas.
La verdad, no creamos nada nuevo sino que seguimos una tradición.
Loreto: No nos trajimos nada. Un
carrito de bebé y unas maletas. El resto de las cosas que teníamos en Valencia
pues… Hicimos un mercadillo y donamos cosas. Recuerdo el desprendimiento de
Loreto de sus juguetes con tan solo tres años.
Tomás: El padre Darek nos ayudó
mucho con todos los papeles y luego el resto de familias que había allí nos
acogieron durante los primeros días y nos ayudaron a encontrar una casa.
Loreto: Al principio fue toda una
aventura… No teníamos cocina así que hacíamos picnic en el salón (se ríen).
Cocinábamos en el microondas.
—¿Cómo os mantuvisteis todos este
tiempo?
Tomás: Nos ayudaron muchas
personas. La diócesis no nos dio nada porque no pedimos nada, venimos a
sumar. Yo me puse a buscar trabajo aunque sin conocer la lengua, es
muy difícil. Empecé trabajando pelando cebolletas y mis compañeros, muchos
colombianos, me preguntaban que por qué me había ido de mi tierra, teniendo un
trabajo en la universidad –en la Católica de Valencia–, para acabar
aquí. Luego estuve tres años cargando camiones en un almacén de
flores y después como guía turístico hasta el estallido de la pandemia.
—¿Cómo es el trabajo pastoral y
de evangelización?
Tomás: El primer gesto de
amor es aprender la lengua. Nadie aprende holandés. A los extranjeros nos
hablan en inglés pero cuando les contestas en su lengua se muestran muy
agradecidos. En realidad nuestra misión es muy sencilla: vivir. Nada
más. Vivir la dinámica del amor. Estar abiertos a quien nos lo pide, con
las puertas abiertas, y hacerles ver que el amor existe. Nosotros no somos un
ejemplo para nada. Discutimos mucho –y más con nuestra sangre mediterránea– pero
existe el perdón, que es lo que mucha gente no conoce y cuando lo ve se queda
sorprendida.
Loreto: Recuerdo que en nuestra
primera casa aquí nuestros vecinos no podían soportar el ruido de los niños.
Tomás: A mí me salía meterme a la
gresca con ellos pero optamos por llevarles jamón, tortillas de patatas… La
relación no cambió y nos tuvimos que mudar, porque llamaban a la policía cada
dos por tres, pero en vez de hacerles la guerra intentamos amar. En definitiva:
hemos venido, como la sal, a diluirnos. Nuestra misión no es construir
iglesias sino, a través de Dios, tocar los corazones de los hombres. Y no
buscamos que la gente venga al Camino sin más, no somos proselitistas, no
queremos engrosar las listas de los católicos, sino que queremos escuchar a las
personas y acompañarlas en su día a día.
–¿Algún momento especialmente
complicado que hayáis vivido en este tiempo?
Tomás: Un anciano con cáncer que
se acogió al suicidio asistido. Aquí la eutanasia está muy implantada y fue duro aquel
momento, porque no pudimos hacer nada, pero al menos nos ofrecimos y tratamos
de llevarle una palabra de consuelo.
—Después de cinco años ¿cómo es
vuestro día a día?
Tomás: Vivimos en comunidad, que
es el sostén de nuestra fe. Celebramos la Palabra, la Eucaristía el
sábado, y un domingo al mes, tenemos una convivencia con el resto de familias.
En Navidad y en Pascua los chicos hacen teatros y también salimos a celebrar a
algunas plazas nuestra fe. No forzamos nada. Dios nos ha llamado a amar a
las personas, a escuchar, no a que vengan a la Iglesia.
—¿Merece la pena vivir así?
Tomás: Absolutamente. Merece la
pena hacer la voluntad de Dios. Es ahí donde estamos seguros. A mí me ha
llamado a esto. No es mejor ni peor que lo que viven otros cristianos, cada uno
tiene su misión. Es cierto que no tengo dónde apoyar la cabeza pero yo
no lo cambiaría por nada.
—Ya por último, que veo a Carmen
demandando su siesta… Habladme de vuestro último proyecto, de Terreta Studio.
Tomás: Es una pequeña
empresa familiar de diseño. Queremos hacer cosas bellas con el arte para temas
de cartelería, publicidad… Queremos ofrecer nuestros talentos y ofrecer una
estética cuidada. Estamos empezando. Vamos poco a poco pero tenemos mucha
ilusión.
Ricardo Morales
Jiménez






