Cristo Resucitado se hace realmente presente para nosotros cada vez que celebramos la Eucaristía, ¿cómo te quedas?
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| Marko Vombergar | Aleteia |
En
las parroquias es tiempo de primeras comuniones. Familiares de la chiquillería
de catequesis, que se ha preparado más o menos bien para recibir la Eucaristía,
llenan nuestras iglesias.
Muchos de ellos hace tiempo que no
participan en una misa, y para algunos incluso es la primera vez que lo hacen.
Hacen jaleo fácilmente si no se les
llama la atención, y están más pendientes de las fotos y de los trajes que no
de lo que se dice o de lo que se hace.
Y en medio de una incapacidad
generalizada para captar la profundidad de los signos, repetimos una vez más lo
que Jesús hizo en la última cena, cuando, partiendo el pan y compartiendo la
copa de vino, quiso hacer entender a sus discípulos que Él había venido al
mundo no para imponerse ni para condenar, sino para darse El mismo a fin de que
todos tuviéramos vida en abundancia.
Cuerpo y
sangre
Los cristianos, a pesar de las
distintas explicaciones que podemos dar de ello según la teología sacramental
de nuestras respectivas Iglesias, consideramos el pan y el vino consagrados
durante la liturgia eucarística «el cuerpo y la sangre de Cristo».
La tradición católica, desde la baja
edad media, ha subrayado insistentemente la presencia real de Cristo en las
especies eucarísticas.
Sin embargo, viendo el poco
recogimiento interior y las prisas que a menudo acompañan el momento de la
comunión de los mismos católicos practicantes, un observador externo podría
llegar a la conclusión de que no nos lo acabamos de creer del todo, esto de que
Cristo Resucitado se hace realmente presente para nosotros cada vez que
celebramos la Eucaristía.
La fiesta del Corpus nos invita a
contemplar y a asumir más conscientemente la realidad del sacramento
del Cuerpo y de la Sangre de Cristo.
«Tomad y comed
todos de Él. Porque esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros».
Un regalo
material
Jesús no nos da y no nos deja
primordialmente una doctrina. Se da Él mismo totalmente. Se da en el cuerpo.
Nos da su cuerpo.
No son buenas intenciones. Es un don
de todo Él en la materialidad de su cuerpo, para que nuestro cuerpo pueda
acoger el Espíritu del cual todo su cuerpo está lleno.
Y convertirnos así también nosotros,
juntos como comunidad unida en su nombre y también cada uno de nosotros, en manifestación real de la presencia de Dios en
el mundo, cuerpo
de Cristo que continúa dándose a la humanidad de hoy.
Creer en la presencia real de
Cristo en la Eucaristía y compartir el pan que Él mismo continúa consagrando
para nosotros, comporta entre otras cosas comprometernos para la transformación de la realidad.
No simplemente proponiendo proyectos
o luchando por causas nobles, sino sobre todo dejándonos transformar
interiormente por Aquel que nos visita.
De manera que nosotros mismos, convertidos
en portadores en nuestro cuerpo de su Espíritu renovador, podamos realmente ser
agentes de transformación positiva del mundo desde su interior.
Eucaristía: El núcleo de la fe
cristiana
La Eucaristía no se puede reducir a
una devoción católica más. En la consagración y en la comunión de las especies
eucarísticas se concentra, simbólicamente pero a la vez realmente,
el núcleo de la fe cristiana: Dios en la persona de Jesús ha entrado plenamente
en la historia humana para quedarse. Y mostrarse como Amor que se da y se
acoge:
«En esto
conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los
otros.»
Juan, 13, 35
Solo si nos amamos realmente los
unos a los otros somos creíbles como cristianos. Porque Jesús es el Hijo amado
por el Padre; y así como el Padre lo ha enviado a Él, también Él nos envía a
nosotros (cf. Juan 20,21).
Por la Eucaristía nos une a Él y
entre nosotros, nos introduce en el corazón del Padre, nos comunica el Espíritu
Santo y nos envía a manifestar y potenciar en todas partes esta dinámica
trinitaria de amor que todo lo renueva.
Cinto Busquet
Fuente:
Aleteia






