5 – Junio. Sábado. San Bonifacio, obispo y mártir
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Y él, instruyéndolos, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les
hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas
y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y
aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del
tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos
echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un
cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que esta
viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los
demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir»
Comentario
En el evangelio de hoy, san
Marcos narra el episodio de una mujer viuda y pobre que echa unas monedas en el
cepillo del templo, ganándose la alabanza del Señor.
Las palabras de Jesús sobre la
generosidad de esa buena mujer que “ha echado todo lo que tenía” dejan entrever
una profunda alegría y admiración del Señor hacia ella.
Durante el Sermón de la Montaña,
el Señor había alabado a los “pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino
de los cielos” (Mt 5,3). La pobreza es una virtud cristiana que nos ayuda a dar
el valor verdadero a las cosas materiales y a poner todo nuestros deseos y
fuerzas para lograr los bienes imperecederos.
En ocasiones esta virtud se
vivirá desde la carencia de los bienes materiales, incluso de los que se
presentan como necesarios para vivir. En otras ocasiones, la pobreza no
implicará esta carencia, pero la necesidad de vivir con este deseo de lograr
los bienes imperecederos será la misma.
Por eso, la pobreza es una virtud
que tiene mucho que ver con la grandeza de corazón y también con la libertad,
para no quedar esclavizados por las cosas terrenas.
Casi veinte siglos después,
durante una estancia de san Josemaría en Argentina, en uno de los numerosos
encuentros que tuvo, tomó la palabra una mujer de mediana edad que, con gran
sencillez, le contó que era pobre. También comentó que nunca se había sentido
desdichada por ser de condición humilde, pero, acto seguido, reconoció que en
ese momento sí sentía pena por no tener más posesiones, porque le gustaría
darle más cosas a san Josemaría para que pudieran emplearse al servicio de las
almas.
En la filmación que existe de ese
momento, se ve a san Josemaría conmovido ante las palabras de esa mujer, pobre
de bienes terrenos pero muy rica en deseos de generosidad y entrega a Dios y a
los demás. Podemos pensar que el Señor habría sentido algo parecido ante la
escena de la viuda echando esas monedas en el cepillo del templo.
Pidamos al Señor que nos ayude a
vivir la verdadera pobreza cristiana, que nos hace más libres para amar a Dios
y a nuestros hermanos.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei






