20 – Julio. Martes de la XVI semana del Tiempo Ordinario
![]() |
| Misioneros digitales católicos MDC |
Todavía estaba Jesús hablando a
la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de
hablar con él. Uno se lo avisó: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren
hablar contigo». Pero él contestó al que le avisaba: «¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos?». Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo:
«Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que
está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre»
Comentario
A lo largo de su vida pública,
Jesús pone sistemáticamente su misión en primer lugar, y cualquier otro vínculo
terrenal en segundo lugar. El Reino de los Cielos está por encima de cualquier
otro compromiso. Incluso los lazos familiares, que eran cruciales en aquella
cultura, tienen menos importancia: Jesús advierte a sus oyentes que quien ama a
su familia más que a Él, no es digno de Él (cf. Mt 10,34-37).
En esta ocasión, los miembros de
su familia fueron a Cafarnaún, donde sabían que se encontraba con sus
discípulos, para hablar con él. Tal vez querían instarle a ser más prudente,
ante la creciente oposición de los escribas y fariseos. Al encontrarlo ocupado
en la enseñanza de sus discípulos, se quedaron fuera y le enviaron un mensaje.
Esperaban que dejara por un
momento su enseñanza y se acercara a ellos. Pero Jesús aprovechó el momento
para proclamar una nueva enseñanza a sus discípulos. Extendiendo la mano hacia
ellos, proclamó solemnemente: “Todo el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”. Era una
declaración que abría horizontes inesperados: Jesús estaba construyendo una
nueva familia basada en los lazos espirituales y no en la genealogía o el
parentesco. Para pertenecer a ella, dice Jesús, lo único que se requiere es el
compromiso de hacer la voluntad de Dios. Cualquiera puede unirse.
Los lazos que se forman entre los
cristianos son muy estrechos. Jesús los asemeja a los lazos familiares, y eso
demuestra que considera a las familias físicas como una bendición, como
escuelas de fraternidad y amor. En efecto, “Cristo quiso nacer y crecer en el seno
de la Sagrada Familia de José y de María” (CIC, n.1655). Sin embargo, esta
nueva familia es considerada como una bendición aún más elevada, y extenderá
esa fraternidad y amor a todos.
Nosotros pertenecemos a esa
familia: “la Iglesia no es otra cosa que la familia de Dios” (CIC, n.1655).
Jesús enseñó a sus discípulos hasta qué punto somos responsables unos de otros.
En la víspera de su pasión les ordenó: “que os améis unos a otros, como yo os
he amado. En esto conocerán todos que sois mis discípulos (...)” (Jn 13,34-35).
Y esta caridad se manifiesta de
manera muy práctica. Debemos preguntarnos con regularidad si encontramos el
modo de “llevar las cargas de los otros, y así cumplir la ley de Cristo” (Gal
6,2).
Andrew Soane
Fuente: Opus Dei






