VI. La vida de la primera
cristiandad
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| Pensamiento y cultura |
Obtenida la libertad, la Iglesia
tuvo necesidad de organizar sus estructuras territoriales, con vista a la
acción pastoral en un mundo que se cristianizaba con rapidez. La expansión del
Cristianismo en el mundo antiguo se acomodó a las estructuras y modos de vida
propios de la sociedad romana. La Roma clásica promovió la difusión de la vida
urbana: municipios y colonias surgieron en gran número por todas las provincias
de un Imperio para el cual urbanización era sinónimo de romanización. El
Cristianismo nació en este contexto histórico y las ciudades fueron sede de las
primeras comunidades, que constituyeron en ellas iglesias locales. Pero esas
iglesias no fueron núcleos perdidos y aislados: la comunión y la comunicación
entre ellas era real y todas tenían un vivo sentido de hallarse integradas en
una misma Iglesia universal, la única Iglesia fundada por Jesucristo.
Muchas iglesias del siglo I fueron fundadas por los Apóstoles y, mientras éstos
vivieron, permanecieron bajo su autoridad, dirigidas por presbíteros que
ordenaban su vida litúrgica y disciplinar. El obispo era el jefe de la iglesia,
pastor de los fieles y, en cuanto sucesor de los Apóstoles, poseía la plenitud
del sacerdocio y la potestad necesaria para el gobierno de la comunidad.
El bautismo, sacramento de incorporación a la Iglesia, constituía entonces el
coronamiento de un dilatado proceso de iniciación cristiana. La vida litúrgica
se centraba en la celebración litúrgica del domingo.
Por: Concepción Carnevale
Fuente: Catholic.net