31 – Agosto. Martes de la XXII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 4,
31-37
Y bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les
enseñaba. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra
estaba llena de autoridad. Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo
y se puso a gritar con fuerte voz: «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has
venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios». Pero Jesús le increpó diciendo: «¡Cállate y sal de él!».
Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió
sin hacerle daño. Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí: «¿Qué clase
de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus
inmundos, y salen». Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca.
Comentario
Jesús enseña en la sinagoga de Cafarnaún, una aldea
bañada por las aguas del lago de Genesaret. La gente se queda admirada de su
doctrina, porque no dice palabras huecas, sino que las confirma con su poder.
Un hombre con un demonio impuro. De su boca sale una
gran voz: «¡Déjanos!, ¿qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido
a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!».
Jesús no responde a las preguntas del demonio. No
dialoga con él. Con plena autoridad, le manda callar y salir de aquel hombre. Y
el demonio obedece y sale sin hacer daño alguno.
La existencia de Satanás y sus ángeles es una verdad
revelada por Dios y enseñada por la Iglesia. Buscan cómo perdernos, pero nada
hemos de temer, porque quien tiene la autoridad es Jesús, nuestro Dios, que ha
entregado su vida por nosotros, para rescatarnos del poder del diablo, del
pecado y de la muerte.
Dios pone su autoridad a nuestra
disposición, porque nos ama. «A menudo, para el hombre –afirma Benedicto XVI–
la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio,
la autoridad significa servicio, humildad, amor»[1].
Si Dios emplea su autoridad para servir a sus hijos, ¿qué hemos de temer?
Ante la curación de un endemoniado, la gente se
pregunta admirada: «¿Qué palabra es ésta, que con potestad y fuerza manda a los
espíritus impuros y salen?». ¿Quién es el que pronuncia una palabra así? ¿Quién
es este hombre que expulsa a un demonio? Y divulgan la fama de Cristo por todos
los lugares de la región.
Los milagros de Jesús nos ayudan a creer que Él es el
Mesías, el Hijo de Dios, y a entregarle nuestra vida. Pero solo nos ayudan si
tenemos un corazón bien dispuesto por la humildad; también lo hacen si tenemos
la buena voluntad de buscar la verdad y desear el bien.
Algunos tienen una fe lánguida, sin apenas consecuencias
prácticas en su vida. Nosotros queremos tener una fe viva, que llene de alegría
y esperanza nuestra vida en la tierra, que se encarne entregándose a los demás,
para construir un mundo más justo, más humano, más cristiano; que nos lance a
contagiar con nuestra vida y nuestro testimonio el buen olor de Cristo por
todos los lugares, por el mundo entero.
[1] Benedicto XVI, Ángelus, 29-I-12.
Tomás Trigo
Fuente: Opus Dei






