4 – Junio. Miércoles. San Juan María Vianney, presbítero
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Evangelio según san Mateo 15, 21-28
Jesús salió y se retiró a la
región de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos
lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija
tiene un demonio muy malo». Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se
le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando». Él les
contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel». Ella se acercó
y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame». Él le contestó: «No está bien tomar el pan de
los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor;
pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los
amos». Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que
deseas». En aquel momento quedó curada su hija.
Comentario
Los verdaderos maestros se mueven
por el deseo de llegar al corazón de la gente, y son capaces de ver más allá y
más al fondo. Un maestro de verdad no se conforma con repetir unas cosas y
exigir que se reciten de memoria. Es un buscador de caminos hacia quien tiene
delante y sabe también guiar y corregir en un camino que, sí o sí, debe
realizar el interesado como protagonista. El verdadero maestro sabe que debe
estimular para que aquel al que ayuda haga sus propios descubrimientos. El
verdadero maestro piensa en la persona y, por eso, busca ejercer su labor y
ofrecer su enseñanza en un contexto amplio: como una auténtica roturación del
terreno, un poner las bases, un abrir el corazón e ilusionar con miras amplias.
Así hace Jesús con sus palabras y sus obras, y eso llamaba poderosamente la
atención de los que le escuchaban, de los falsos maestros y también de nosotros
hoy día.
Jesús ha venido a todos, pero en
su misión hay una prioridad: las ovejas perdidas de la casa de Israel. Esas
ovejas tienen un lugar muy especial en su corazón: son el Pueblo elegido, al
que han sido hechas las promesas, al que han sido dados tantos dones. Pero lo
que le ha pasado a Israel es que como Pueblo no ha sido fiel a su vocación,
aunque de un pequeño resto suyo nacería la Iglesia. Esa fe que no ha tenido
Israel ha de ser despertada, y Jesús lo intenta poniendo también como modelo a
personas que, no perteneciendo a Israel, sí tienen fe. Una fe perseverante. Una
fe que obra.
No queda duda, por las palabras
de Jesús, de la dignidad de Israel. Al mismo tiempo, queda claro que es la fe
la que lleva por el camino de la salvación. No se pueden aducir privilegios
externos: allá donde hay fe hay vida. Y aquella mujer cananea, que amaba
sinceramente a su hija y confiaba tanto en Jesús, adelantó a muchos israelitas
en el camino de la santidad. Una de las frases clave del pasaje nos lo resume:
“¡Mujer, qué grande es tu fe! Que sea como tú quieres”. Así lo expresa Pablo:
“Trabajad por vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra
en vosotros el querer y el actuar conforme a su beneplácito” (Flp 2,12-13).
Dios nos estimula y empuja, pero la fe y la caridad se edifican sobre nuestra
respuesta a esa llamada divina en el día a día. En realidad, alcanzaremos
cuanto deseemos mostrándolo con obras.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei