Retenido por yihadistas durante más de dos años, el sacerdote italiano ha compartido ante los micrófonos de Radio María cómo fue aquel tiempo. «María y el Espíritu han sido mis compañeros en la prisión», ha dicho
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| Imagen de archivo. Foto: Vatican News |
Más de 730 días. Más de 17.520
horas. Más de dos años. Es el tiempo que el padre Pier Luigi Maccalli,
misionero italiano de la Sociedad de Misiones Africanas en Níger, permaneció
secuestrado por yihadistas vinculados a Al Qaeda. Ni uno solo de esos días dejó
de rezar por ellos. El seguimiento del Evangelio tiene una «dimensión difícil,
yo lo he comprobado por mí mismo», pero «con todo el corazón dije: “Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen; ayúdame a amar a todos con un corazón
grande, con un corazón de padre”». Así lo ha contado desde los estudios de Radio
María en España, en el programa Perseguidos pero no olvidados de la
fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.
En italiano, con una voz firme y
serena, Maccalli ha asegurado que nunca sintió miedo, aunque «no sabía cómo
terminaría esta situación». Tanto, que «me había preparado incluso para morir».
El largo tiempo del secuestro fue «de soledad, de silencio». Como Jesús en la cruz,
el misionero «le gritaba a Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has
abandonado?». «He llorado pero rezaba siempre; era una oración de lágrimas, una
oración del corazón, una oración que se fiaba de este Dios misterioso». Un
tiempo de desierto, lo ha definido, que, «si debo decir la verdad, me ha hecho
también muchos regalos». El primero, «una fuerte comunión con tantas víctimas
inocentes»; el segundo, «el gran silencio: me ha excavado dentro, me ha ayudado
a entrar en profundidad y me ha regalado la oración del corazón»; y el tercero,
«ir a lo esencial; lo esencial es la comunión, es la relación, es la paz».
En esos momentos de silencio, al
padre le venían al corazón las palabras «no temas» y las figuras de María y el
Espíritu Santo. «Todos los días rezaba el rosario a María, que desata los nudos
como indica el Papa Francisco, y le confiaba mi gran nudo». Y después, rezaba
al Espíritu Santo, bajo cuyo patrocinio está la misión. El padre se decía a sí
mismo que «María y el Espíritu, cuando se encuentran, hacen grandes cosas»: la
encarnación y la Iglesia misionera que nace en Pentecostés. «María y el
Espíritu han sido mis compañeros en la prisión».
Encuentro con el Papa
El padre Maccalli, Gigi como lo
conocen familiarmente, fue liberado en octubre de 2020. Lo único que quería era
decirle a su familia que estaba bien y escuchar sus voces. Un mes después,
mantuvo un encuentro con el Papa Francisco en el Vaticano, quien
ya había manifestado abiertamente la alegría por su liberación en uno de los
ángelus. «Para mí fue el encuentro entre la periferia y el centro», ha
reconocido el misionero ante los micrófonos de Radio María. «El Papa Francisco
invita siempre a la Iglesia a descentrarse y a abrirse a las periferias. Las
periferias del Evangelio, del corazón, están en el corazón de Jesús. Me sentí
acogido por este padre que acoge las periferias del mundo».
La primera palabra con la que le
recibió Francisco fue «mártir». «Es una palabra fuerte», dijo el padre
Maccalli, pero entendió lo que el Papa quiso decirle en cuanto a «confesor de
la fe», testigo de un Evangelio «que he intentado vivir en todo momento». «Yo
soy misionero, mi misión es del corazón, y yo seré siempre misionero donde
quiera que el Señor me envíe» aunque, por el momento, el padre Maccalli no ha
regresado a Níger. Está bien de salud, espiritual y física, «duermo bien y
estoy tranquilo», pero echa de menos a su familia de África, que «está
sufriendo muchísimo». «Espero poder volver a abrazar a mi gente, al menos para
un saludo. Me vieron desaparecer de manera imprevista, han rezado tanto, han
danzado por mi liberación [se emociona], y espero volver para danzar con
ellos».
Una «pequeña comunidad cristiana
[la suya de Níger] en un mar de personas que viven la fe musulmana», pero
solidaria, joven y «muy llena de vida». «Cada celebración es una celebración de
la vida hecha con alegría, con esperanza, poniendo en el centro el Evangelio».
En este punto, el padre Maccalli ha dado también las gracias por la oración y
el sostenimiento económico a tantos benefactores de Ayuda a la Iglesia
Necesitada, presente en esos países donde ser cristiano significa ser
perseguido por la fe. «La Iglesia nació en la persecución, y la Iglesia es
familia, casa de todos, por tanto la solidaridad nos hace a todos hermanos».
«Gracias a tantos amigos benefactores –ha continuado– sin los que en la misión
no podríamos realizar una proximidad de vida con la gente que necesita la
salud, la escuela, el agua. Gracias a tanta gente sencilla que con muy poco
ayudan a hacernos cercanos. Nosotros somos la mano en la frontera, pero esta
mano está sostenida por hermanos». «Juntos somos Evangelio de proximidad para
las personas que sufren», ha concluido.
Fuente: Alfa y Omega






