Cada día, trabajando en el centro de Florencia, me topo con varias personas que piden limosna. Incluso queriendo ayudarlas, no puedo darles a todas. ¿Cuál es la manera cristiana de comportarse? ¿Qué sugiere la Iglesia?
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En la
Biblia encontramos la palabra griega “eleemosyne” proviene de “éleos”, que
quiere decir compasión y misericordia, inicialmente indicaba la actitud del
hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los
necesitados.
Jesús hace de la limosna una condición
del acercamiento a su reino (cf. Lc 12, 32-33) y de la
verdadera perfección (cf. Mc 10, 21 y paral.). Por
otra parte, cuando Judas —frente a la mujer que ungía los pies de Jesús—
pronunció la frase: “¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos
denarios y se dio a los pobres?” (Jn 12, 5), Cristo defiende
a la mujer respondiendo: “Pobres siempre los tenéis con vosotros,
pero a mí no me tenéis siempre” (Jn 12, 8). Una y otra
frase ofrecen motivo de gran reflexión.
Sin embargo, nos parece que podemos ver que Jesús piensa en la
limosna material y pecuniaria a su manera. En este sentido, es elocuente el
ejemplo de la viuda pobre que arrojó dos monedas al tesoro del Templo. Desde el
punto de vista material es una oferta miserable en comparación con las de los
ricos. Sin embargo, Cristo observa al respecto: esta pobre viuda ha dado más
que a nadie. … de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (Lc 21,3-4).
Jesús nota sobre todo el valor interior del don, la disponibilidad a compartir,
la prontitud a dar de lo suyo.
A ese respecto san Pablo nos recuerda: Aunque repartiera todos mis
bienes …. si no tengo amor, no me sirve para nada (1Co 13,3) y san Agustín
observa: Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el
corazón, no has hecho nada, en cambio, si tienes misericordia en el corazón,
aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna” (Enarrat. in Ps.
CXXV, 5).
Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada
Escritura y según las categorías evangélicas, “limosna” significa, ante todo,
don interior. Significa la actitud de apertura “hacia el
otro”. Precisamente tal actitud es un factor indispensable de
la conversión, así como son también indispensables la oración y el
ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: “¡Cuán prontamente son
acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y ésta es la justicia del hombre
en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración” (Enarrat. in Ps. XLII,
8)
La “limosna” así entendida tiene un significado, en cierto
sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar
la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado en el Evangelio de Mateo (cf.
Mt 25,35-40). Y los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo:
“La mano del pobre es el gazofilacio (Lugar donde
se recogían las limosnas y el tesoro en el Templo de Jerusalén) de
Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe” (Sermo VIII,
4), y con San Gregorio Nacianceno: “El Señor de todas las cosas quiere la
misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres” (De pauperum
amore, XI).
«Por tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la
“ayuda”, con el “compartir” la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el
consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al
otro llega
directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el
encuentro con Él. Es la conversión.… La “limosna” entendida según el Evangelio,
según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en
nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aún
plenamente hacia Dios». (S. Giovanni Paolo II, 1979).
Ciertamente, los que piden limosna no
deben hacer trampa, no pueden ser arrogantes o violentos ni siquiera
verbalmente. La limosna no se puede coaccionar, sino que debe
ser una obra de misericordia, inspirada por el amor al hermano. Las personas
que se topan con indigentes deben recordar el significado esencial que la limosa
tiene frente a Dios y, sobre todo, aprender a discernir para evitar todo lo que
falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de
caridad. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior
hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle,
cómo actuar para no herirle, cómo comportarnos para que lo que damos, lo
que aportamos a su vida, sea un don auténtico.
Respuesta de don Leonardo
Salutati, profesor de Teología moral en la Universidad Teológica de Italia
Central. Por Fiammetta
Fiori
Artículo original. Toscana Oggi / Vatican.va
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