24 – Septiembre. Viernes de la XXV semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 9, 18-22
Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus
discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos
contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha
resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?». Pedro respondió: «El Mesías de Dios». Él les prohibió
terminantemente decírselo a nadie, porque decía: «El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar al tercer día».
Comentario
El silencio sería magnífico. Se percibía con nitidez el
susurro del viento, cortado por las afiladas hojas de los pinos; o el balar
lejano de una oveja que pastaba en la ladera; incluso el revolotear de los
pájaros vibraría en el aire, con ráfagas fugaces.
Mientras tanto, los discípulos observarían a su Maestro con
gran atención, tratando de imitar su disposición recogida y serena y acompañar
su plegaria interior. Judas quizá piensa en sus pequeños afanes y espera
inquieto a que aquel rato de oración termine, mientras el joven Juan mira de
hito en hito a su Señor. Pedro está sentado también cerca de Jesús y medita quizá
en la responsabilidad que va depositando en él el Maestro.
De pronto, la voz hermosa de Jesús quiebra gentilmente el
silencio y se descuelga con una pregunta incisiva y dirigida a sus discípulos,
sobre el gran misterio de su identidad, ese que todos deberíamos desvelar en
esta vida: “¿Quién dicen los hombres que soy yo?”
La pregunta saca a todos de su recogimiento y les deja
pensativos. Entonces unos y otros comienzan a narrarle al Maestro lo que han
oído sobre Él y sobre su identidad.
Cuando han terminado de ofrecer las distintas versiones de
Jesús que se ha forjado la gente, con un contraste muy elocuente, les
interroga: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Vosotros, que oráis junto a
mí y por eso recibís dones que otros no tienen, “¿quién decís que soy yo?”
La voz resuelta de Pedro interviene entonces atajando toda
tentativa: “El Cristo de Dios”.
La amistad con Jesús pide de nuestra parte una respuesta
similar y resuelta, llena de fe, como la de Pedro: “Tú eres el Cristo de Dios”.
Qué útil resulta la sugerencia de san Josemaría: “Enciende tu fe. —No es Cristo
una figura que pasó. No es un recuerdo que se pierde en la historia. ¡Vive!:
"Jesus Christus heri et hodie: ipse et in sæcula!" —dice San Pablo—
¡Jesucristo ayer y hoy y siempre!” (San Josemaría, Camino, n. 584). Esta
convicción confiada y forjada en la oración será tan fuerte que cambiará
nuestras palabras, nuestras obras y nuestros hábitos.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei