25 – Septiembre. Sábado de la XXV semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 9,
43b-45
Entre la admiración general por
lo que hacía, dijo a sus discípulos: «Meteos bien en los oídos estas palabras:
el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no
entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido.
Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
Comentario
Jesús es admirado allí donde va.
La gente se agolpa para escucharlo, para recibir una palabra de aliento, una
mirada de ternura; le traen enfermos para que los cure, endemoniados para que
los libere. Su fama atraviesa las fronteras de Galilea y Judea.
De ahí que les resulten chocantes
las palabras que les dirige: “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los hombres”.
Es verdad que, durante los días
previos, ha empezado a anunciar abiertamente lo que le sucederá en Jerusalén;
cómo será desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser
ejecutado y resucitar al tercer día (Lc 9, 22). Pero se resisten a aceptarlo:
no entienden, les resulta oscuro, no son capaces de captar el sentido. Hasta el
punto de que les daba miedo preguntarle.
Lucas evidencia que entre Jesús y
los discípulos existía cierta diferencia ante lo que dice, de forma que las
enseñanzas de Jesús no se terminan de entender.
Ellos tienen en la mente la
restauración del Reino de Israel, poder sentarse a derecha e izquierda del
Señor cuando esté en su gloria; les gusta discutir sobre quién de ellos será el
más grande.
Él empieza a identificarse con el
siervo del Dios sufriente, que padece y muere. Servir es la verdadera forma de
reinar.
La lógica de Dios siempre es otra
respecto a la nuestra, como reveló Dios mismo a través de Isaías: “Mis planes
no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos” (Is 55, 8). Por
eso seguir al Señor requiere una profunda conversión, un cambio en el modo de
pensar y de vivir. Requiere abrir el corazón a la escucha para dejarse iluminar
y transformar interiormente.
Como señala el Papa Benedicto
XVI: “Un punto clave en el que Dios y el hombre se diferencian es el orgullo:
en Dios no hay orgullo porque Él es toda la plenitud y tiende todo a amar y
donar vida; en nosotros los hombres, en cambio, el orgullo está enraizado en lo
íntimo y requiere constante vigilancia y purificación. Nosotros, que somos
pequeños, aspiramos a parecer grandes, a ser los primeros; mientras que Dios,
que es realmente grande, no teme abajarse y hacerse el último (Ángelus, 23-IX-2012).
Luis Cruz
Fuente: Opus Dei