Fátima quería consagrarse pero no tenía ni idea de lo que podía ser, así que un día buscó en Google “tipos de monjas”
Marta Leon de San Sebastian |
Este
sábado 18 de septiembre, la joven pamplonica Fátima Cecilia Sánchez Izquierdo, ingresó
en el Monasterio
del Buen Pastor de Zarautz.
Ella y su familia nos explicaron hace pocos días cómo ha sido el
camino que la ha traído hasta aquí y cuáles son sus sensaciones en la misma
puerta de la clausura.
Fátima tiene diecisiete años y una sonrisa permanente. De Pamplona
de toda la vida, nos recibe en su modesta casa, en el popular municipio de Barañáin,
donde vive junto a su hermano, dos años más joven, y sus padres Carlos e Inma.
Fátima se expresa de forma espontánea, ágil y natural y posee un brillo en los
ojos, propio de quien tiene toda una vida por delante.
Toca el violín, le encanta pintar, nadar y aunque ha estudiado
Biología en el bachiller, ha estado a punto de matricularse en Filosofía.
Disfruta de los planes sencillos, de la
naturaleza, de pasar tiempo con los amigos, y posee una sensibilidad artística
que desarrolla a través de la música, la pintura y la escritura.
Pero lo que realmente define a Fátima y su
entorno es una acogedora normalidad y una extraordinaria libertad.
Fátima, cuéntanos cómo has llegado a tener
fe, si es algo que has vivido con naturalidad en tu casa… ¿cómo ha sido?
En mi familia siempre me han transmitido
la fe. Desde hace años hemos compartido vivencias con los Focolares, el Opus
Dei, Equipos de Nuestra Señora…
Y desde hace más de dos años participamos
también semanalmente en las alabanzas que organiza el Grupo de Renovación
Carismática “Torre de David”.
Fe he tenido siempre, pero unos años más que otros, en el
sentido de que, de pequeña estuve muy cerca de Dios, pero después lo dejé un
poco de lado, no estaba muy pendiente de Jesús.
Hace un par de años empezamos a participar en las alabanzas y poco
a poco redescubrí el amor de Dios y mi vida empezó a centrarse, de nuevo, en
Él.
Estás a punto de ingresar en las
Carmelitas Descalzas, una de las órdenes contemplativas con más tradición y
carisma de la Iglesia, cuéntanos cómo y cuándo empezó este anhelo tuyo.
Yo creo que lo primero que recuerdo en torno a la vocación se
remonta a cuando estaba en segundo de la Educación Secundaria.
Un libro
sobre Santa Teresa de Calcuta
Leí un libro de santa Teresa de Calcuta y
aquello de irse a cuidar a los más pobres entre los pobres, por amor a Dios me
parecía que era lo máximo a lo que un cristiano puede llegar, lo más radical y
extremo.
Y entonces sí que me pregunté si tal vez el Señor querría que yo
fuera Misionera de la Caridad, porque yo también quería llevar a Dios a todas
las almas.
Pero esa idea se quedó un poco olvidada porque otra idea se hizo
fuerte en mí: la de que podía llegar a todas las personas del mundo
desde un mismo lugar, a través de la oración.
Y esa idea, ¿ de dónde la sacaste, la
leíste en algún sitio?
No lo sé, creo que Dios me la inspiró, en aquel momento en el que
pensaba que irse por el mundo a evangelizar era lo más.
¿Y cómo sigue la historia?
Bueno, eso se quedó ahí y lo olvidé. Ha sido hace muy poco cuando
lo recordé.
El tiempo pasó y yo empecé a llevar una vida de fe más frívola. Dios
no estaba en mi vida demasiado presente, rezaba pensando en los exámenes y poco
más, aunque nunca abandoné la misa del domingo y me confesaba de vez en cuando.
Pero al comenzar bachillerato, empecé a acudir con mi padre a las alabanzas
carismáticas del grupo “Torre de David”.
Y casi al mismo tiempo, empecé a ir a catequesis con un grupo de
jóvenes, en la Parroquia de Ermitagaña.
Fui retomando mi trato con Dios, en la oración y sí que fui
sintiendo que quizá el Señor me llamaba a una entrega total.
Entrega total… ¿de qué modo?
No tenía ni idea de lo que podía ser…
así que un día busqué en Google “tiposde monjas”.
Di con una web donde aparecían muchísimos nombres de
congregaciones y fui leyendo: agustinas, franciscanas, no sé qué… no, no, no…
Carmelitas descalzas…
Me llamó la atención y busqué a ver quiénes eran, porque no sabía
nada de ellas, nunca había tenido contacto con ninguna.
No recuerdo lo que leí, pero sí que me encantó y a partir de ahí
fui pensando, en la oración, en esa posibilidad.
¿En serio?. ¿Google?
Bueno… es lo que hacemos todos cuando queremos saber algo, ¿no?
Como te digo, lo fui pensando poco a poco y creo que me di cuenta de que
podía ser algo serio.
Pensé que sería bueno hablarlo con un sacerdote.
En enero (2020) empecé a hablar con el sacerdote del colegio que nos había dado
una charla que me gustó.
Le dije lo que me estaba pasando y él me preguntó si se lo había
dicho a mis padres.
Por entonces yo tenía pensado hacer un retiro con los carismáticos y
le dije que a la vuelta hablaría con ellos.
Una bomba nuclear
Volví del retiro super contenta y, tal como acordamos, se lo dije
a mis padres en cuanto tuve ocasión, en el coche de vuelta a casa.
Carlos, el padre de Fátima, interviene
en la conversación recordando ese momento:
Fue una bomba nuclear con onda expansiva. Venía del retiro
totalmente feliz y en una auténtica nube.
Si me hubiera dicho que quería hacer algo relacionado con la
Renovación Carismática no me hubiera sorprendido, pero dijo Carmelita Descalza.
Y aquello fue algo totalmente inesperado. De hecho, nunca
habíamos tenido contacto con ninguna de ellas.
Hemos participado en muchos grupos y de muchos carismas de la
Iglesia a lo largo de la vida, pero nunca habíamos tenido relación alguna con
monjas contemplativas.
Y continúa:
Tengo que decir que nosotros creemos mucho en la Providencia y
cuando nos lo dijo pensé que por algo sería. No me lo tomé a broma, ni mucho
menos, pensé que ya iríamos viendo.
Como católicos practicantes, el tema de la vocación fue algo a lo
que estábamos abiertos, es decir, siempre pensamos que podría ser una
posibilidad más, tanto con Fátima como con su hermano.
Lo que nunca hubiéramos esperado es
que nos lo dijera en ese momento, tan joven… y a Carmelita Descalza.
Se lo dices a tus padres, no
reaccionan mal, y ¿qué pasa entonces?
Cada semana hablaba con el sacerdote, que me ayudaba con el tema
de la vocación pero
también me ayudaba a rezar con más profundidad, haciendo meditación y me enseñó
también a utilizar el breviario, etcétera.
Precisamente
el libro que había escogido
Durante el curso, había que leer un libro para subir nota en
religión y de la lista que me ofrecían cogí uno sin ningún motivo en
particular.
Escogí Historia de
un alma, que resulta que fue escrito por Santa Teresa de
Lisieux, una santa carmelita importante.
El libro me encantó y con muchas cosas que allí aparecen me sentí
identificada.
Espera…, me parece una casualidad
increíble que escogieras precisamente ese libro, que resulta que es un clásico
de la espiritualidad carmelita.
Pues es exactamente lo que pasó…¡Sí, es increíble!
¿Qué pasó luego?
Pues que yo tenía esa inquietud dentro pero seguía con mi vida
normal. En casa no era una cosa de la que habláramos todo el tiempo ni mucho
menos.
Al principio nada, pero como yo seguía con eso dentro, de vez en
cuando sí que hablábamos algo.
El sacerdote del cole con el que yo hablaba conocía a otro
sacerdote que tenía relación con las carmelitas de Zarautz y un día me pasó el
teléfono por si queríamos llamar y hablar con ellas.
Cuando terminó el confinamiento y el curso ya estaba terminando,
un día las llamamos mis padres y yo y recuerdo que fue una llamada
muy bonita.
Vale… y ¿qué les dices en esa llamada:
«Buenos días, creo que quiero ser Carmelita»?
Hablamos con la priora, la madre María Almudena, y mis padres le
dijeron que yo tenía alguna inquietud vocacional o algo así… yo tampoco sabía
muy bien qué decir.
Estuvimos hablando un rato y nos dijo que podíamos visitarlas cuando
quisiéramos.
Ese verano, cuando estuvimos en Valencia, donde viven mis tíos y
mis primos, fuimos un día a Godella, a visitar a las monjas de Iesu Comunio. Son muchas y muy jóvenes y a mis
padres les pareció que podía ser interesante que las conociera, por aquello de
conocer otras congregaciones.
Estuve allí y lo cierto es que me encontré con unas monjas muy
felices. Obviamente que aquella felicidad la quería también para mí, pero en
ningún momento tuve la sensación de que fuera mi sitio.
De hecho, estuvimos mis padres y yo con ellas un rato y me
ofrecieron la posibilidad de quedarme a hablar un rato más yo sola con ellas,
pero les dije educadamente que no, que no tenía más interés. A la vuelta de las
vacaciones, justo antes de empezar Segundo de Bachillerato fuimos un día toda
la familia a pasar el día a Zarautz y por la tarde nos acercamos al monasterio a
visitar a las monjas.
«Me fijé que
detrás de ellas había una cruz»
Y, ¿cómo fue esa primera visita, qué
impresión te causaron?
Al principio no sentí nada especial, fui allí pensando que tal vez
fuera mi sitio o que tal vez no… no tenía muchas expectativas. En mi cabeza
pensaba en las carmelitas pero no tenía ni idea. Estuvimos allí con ellas y sí
que me fijé que en la pared, justo detrás de ellas, había una cruz.
«Aquí estoy, aquí te espero»
Esto me cuesta un poco explicarlo, porque no es que
oyera ninguna voz, ni nada de eso, pero, mirando la cruz se me vino a la cabeza
una frase: “Aquí estoy…, aquí te espero”.
Las monjas hablaban, mis padres hablaban y yo como ausente
pensando en esa frase. Después me ofrecieron quedarme un rato más, yo sola
hablando con ellas y me pareció una idea genial. No recuerdo de qué hablamos,
supongo que les haría alguna pregunta. Salí muy contenta de aquella primera
visita.
La priora me dio su teléfono y a partir de ahí yo la llamaba cada
dos o tres semanas. Me gustaba hablar con ella y tenía ganas de volver pero con más
tiempo. Pero había empezado el curso y mis padres me
decían que tenía que estudiar… aunque yo quería volver a ir y un poco sí que
insistí.
«Señor, si Tú quieres…»
Un día en oración hablaba con el Señor y le decía: “Señor, si tú
quieres que sea Carmelita Descalza, mueve los hilos para que pueda ir a pasar
el fin de semana de mi cumpleaños” (el 22 de noviembre).
Pedía eso sabiendo que era muy difícil porque tenía
exámenes de subida de nota justo la semana siguiente, mi
cumpleaños tocaba en domingo y habría que celebrarlo en familia, además de que
por el Covid, no podíamos salir de Navarra. Vamos, que era prácticamente
imposible.
Esa semana no di mucho la lata en casa pero sorprendentemente me
dieron permiso para ir y además obtuve un permiso para poder viajar.
Y ¿qué tal fue?
Aquel primer fin de semana conocí a
toda la comunidad, nueve monjas en total y fui un viernes por la
tarde hasta el sábado por la noche.
Como no podía entrar en la clausura, compartía con ellas los ratos
de oración en la iglesia y mientras ellas trabajaban yo me quedaba en mi cuarto
estudiando o pasaba algún rato en el locutorio hablando con alguna de ellas.
Regresé a casa super contenta y convencida de que volvería de
nuevo. De hecho, yo no paraba de preguntar a mis padres cuándo podría volver
otra vez…
En diciembre hice exámenes previos para la universidad. En
Filosofía y en Literatura y escritura creativa. Yo estaba
convencida que terminado el curso me iría al convento para quedarme,
pero hice los exámenes por si después de todo no podía y tenía que estudiar.
Pasadas las Navidades yo seguía pidiendo permiso para volver a
Zarautz otro fin de semana pero había que estudiar un montón y mis padres solo
me decían que tal vez en Semana Santa. A mí la verdad es que se me hacía
larguísimo…
Llegó
enero y febrero y tenía que estudiar muchísimo, pero yo no hacía más que pensar
en las monjas y en mi vocación. No conseguía concentrarme bien
en lo que hacía.
¿Llegaste a pensar que era una
obsesión que se te estaba yendo de las manos?
Un poco sí. Lo pasé mal, me agobié bastante y además mi hermano
dio positivo por covid y nos confinaron a todos en
casa. Me pilló justo en los exámenes así que a la vuelta del confinamiento
tendría que hacer los exámenes atrasados además de ponerme al día con la nueva
materia.
Durante ese tiempo dejé de hablar con el sacerdote que me dirigía
y también dejé de llamar a la madre Maria Almudena.
Es como que quería ignorar la llamada que sentía dentro, porque me
estaba frustrando. Lo cierto es que no fue muy buena idea porque pasé una
temporada muy triste y sin ganas de nada.
La hora de confiar
¿Y entonces?
Para el puente de San José, en el colegio se organizó un retiro y
decidí ir. No sé explicarlo muy bien, pero fue un retiro alucinante. Allí
yo vi muy claramente, de nuevo, que quería ser carmelita. Como mis padres
seguían con la idea de que empezara carrera en la Universidad, lo dejé todo en
manos del Señor y le dije: “Ya me dirás cómo… ya me dirás cuándo”.
Sentía que yo ya no podía hacer nada más…solo confiar.
¿Volviste a estar alegre de nuevo?
Sí, volvió la alegría y la paz. Dejé de estar triste y angustiada,
yo solo
esperaba que mis padres despejaran sus dudas.
Una sensación de paz
Terminé el curso bien y en mayo pude volver a Zarautz a pasar un
fin de semana. Fue precioso, porque entonces sí que tuve una sensación de mucha
paz.
Como aún quedaba un mes para el examen de Selectividad, pude pasar
más rato con la madre María Almudena en el locutorio y disfruté mucho de los
recreos con las hermanas.
Para nada, algunas siguen haciendo labor en ese rato y hablan
mucho, se ríen, cuentan chistes, cantan canciones y se lo pasan en grande.
Entonces pasas ese segundo fin de
semana con ellas y ¿qué pasa después?
Lo peor de ir allí era que luego tenía
que volver a Pamplona, aunque suene horrible. Yo vuelvo con una mezcla
de paz, de alegría…no sé, y vuelvo a casa pensando en que ya no voy a volver a
pasar una noche allí, si no es para quedarme.
Me marchaba a casa, pero se me desgarraba el corazón y un trozo se
quedaba allí con las monjas. Volví muy centrada en hacer la selectividad y
luego, en el verano, que fuera lo que fuera…
La
selectividad me fue bien, aunque yo no tenía ninguna intención de empezar la
universidad.
¿Para entonces tus padres ya estaban
decididos a dejarte ir a Zarautz o aún no?
Ellos seguían pensando en la universidad. Durante todo este tiempo
que te he ido contando, ellos fueron hablando con sacerdotes y con personas que
podían aportarles luz sobre este tema. Yo creo que han tenido opiniones y
consejos de todo tipo.
Todas las
puertas estaban abiertas
Hablaron con la Universidad y expusieron mi situación. Como las
carreras escogidas por mí no tienen mucha demanda, les dijeron que no había
problema en matricularme más tarde, en agosto, si al final decidía estudiar.
Así que aún no había una decisión en firme, todas las
puertas estaban abiertas.
Entonces… ¿cómo se deshace el nudo?
Un día, mis padres y yo fuimos a hablar con el arzobispo Don
Francisco, para ver qué opinaba él.
Don Francisco nos dijo que, según su
experiencia, lo que yo necesitaba era poder discernir desde dentro de la
clausura. Que si me ponía a estudiar una carrera no lo podría hacer. Que si después
de un tiempo veía que no era mi camino podría ponerme a estudiar, mucho más
centrada.
Entonces cuando volvimos de vacaciones, a finales de julio, mis
padres, ya
por fin, me dijeron que, si lo tenía tan claro y Dios me estaba llamando
realmente, ellos no querían pone trabas y que ¡adelante! Fue una alegría
inmensa.
¿Y entonces se lo dijiste a todo el
mundo?
Bueno, a mis abuelos ya se lo había dicho anteriormente y a mis
amigas más cercanas también porque yo lo tenía claro.
¿Y cómo reaccionaron?
En general bien, porque son gente que tiene fe y pueden entenderlo
mínimamente.
También me ha tocado oír que eso eran cosas que se hacían
antiguamente para que la gente pobre tuviese alguna oportunidad y que yo tenía
muchas más posibilidades si estudiaba una carrera… Si uno no
tiene fe, la clausura no se entiende.
Qué sentido tiene la clausura
Intenta explicármelo: ¿qué sentido
tiene la clausura?
Estamos hechos y llamados a vivir de una determinada manera. Yo
creo que el Señor me llama a vivir así. Al final, lo que importa, no es el lugar al que
te llame, sino querer responder y hacer su voluntad.
¿Te
da miedo, incertidumbre, ilusión… la inminente entrada en Zarautz? ¿Cómo te
sientes?
Pues la verdad es que tengo muchas ganas de entrar, estoy bastante ilusionada.
También hay días que tengo un poquito de miedo, pero luego me pongo
a rezar y, como en realidad me tiro a los brazos de Dios…,
pues se me pasa el miedo, porque sé que me quiere muchísimo.
«El valiente
es Dios que me ha elegido»
Hay gente que me dice que soy muy valiente, pero yo no lo creo, el
valiente es Dios que me ha elegido.
¿Qué sabes de la vida intramuros, del
día a día?
Es una
vida muy sencilla, van alternando horas de oración
comunitaria y personal con horas de trabajo pero siempre teniendo la
mirada fija en Cristo. No han dejado atrás al mundo sino lo
mundano.
Escuchándote, y viendo el brillo en
tus ojos, dan ganas de ir a la clausura a probar… sin embargo, hay muy pocas
vocaciones. ¿Por qué pasa esto? ¿Es que Dios no llama?
No es eso, Dios sí que llama, pero ante todo está la
libertad de cada uno. La gente de mi edad, por ejemplo,
está muy preparada, son muy buena gente, con ganas de cambiar el mundo… pero
igual les falta fe o no sé y piensan en otros caminos para humanizar el mundo.
¿Crees que, en la clausura, puedes
cambiar el mundo?
¡Sííí, lo creo! Rezando mucho por todos, desde el corazón del
mundo, a través de la oración.
Llegados a este punto de la
conversación, uno no puede más que rendirse a la evidencia de que Fátima,
realmente, cambiará el mundo, empezando por el mundo de los seres más cercanos
a ella que son su familia. Es a ellos a quienes les preguntamos ahora, cómo han
vivido todo este proceso. Son sus padres, Carlos e Inma, los que cuentan lo
vivido en primera persona.
Nosotros también estamos felices, pero es muy duro.
Mucho más de lo que la gente piensa.
Últimamente, muchas personas que saben lo de Fátima, nos dicen:
“Enhorabuena, no me importaría nada que mi hija o mi hijo se consagraran”. Pero
lo cierto es que es muy duro.
Para nosotros es un orgullo, una alegría, un privilegio,
pero al mismo tiempo, es una separación muy dura.
Inma, con toda la calma y suavidad del
mundo añade:
Todo ha ido encajando en el tiempo sin presiones. Ha habido tiempo
de ir asimilando las
cosas, de reflexionarlas, rezarlas, pensarlas, discernir…
Ella tiene que discernir en lo que le toca, pero nosotros también
tenemos que discernir.
Juan Carlos, hermano de Fátima, tiene
un razonamiento bien sencillo:
La voy a echar de menos y será difícil no tenerla aquí, pero es lo
que ella quiere y va a estar bien.
Continúa Carlos explicando:
Nosotros teníamos dudas en
cuanto si debía estudiar o debía entrar ahora. Nos pusimos septiembre como
fecha tope: o empezaba a estudiar o entraba en el convento.
Lo hemos rezado mucho y lo hemos ido viendo cada vez más claro y,
desde luego, la charla con Don Francisco fue determinante, después de haber
hablado antes con mucha gente.
Realmente, y en el fondo, todo se
reduce a tener confianza en Dios. Si ella ha dicho que sí, nosotros
nos fiamos también de Él, la ponemos en Sus manos, y decimos que sí también.
Inma añade:
Algunas madres me dicen que ellas no ven a
sus hijas con la suficiente madurez como para tomar una decisión así, y yo creo
que no es una cuestión de madurez.
No creo que Fátima sea mucho más madura,
pero lo tiene muy claro y ella ha estado ahí… dale, y dale, y dale… esperando,
esperando, esperando, y lo mejor de todo es que llegó un momento en el
que ya no insistió… y ahí lo vimos más claro.
Yo, desde luego, a las monjas les
agradezco muchísimo que han sido muy respetuosas, que no han
atosigado para nada y que, también ellas, han sabido esperar.
Y Carlos remata:
Fátima ha sido siempre muy libre y
muy valiente. Para plantearse las cosas, lo primero, pero también
para decírnoslo. Interior o espiritualmente, yo sí que creo que es muy madura.
Por lo demás… ya puedes ver que somos muy
normales en esta casa. Creo que hemos decidido en libertad y que hemos tomado
la decisión correcta, ahora mismo estoy convencido.
Pero, no por eso la situación deja de ser
dura. Sé que un trozo de mi corazón se quedará allí, con ella, en la
clausura.
Con estas palabras de sentimientos
encontrados se marchan los cuatro a dar un paseo, en esta preciosa tarde de
final de verano.
La felicidad nunca está exenta de
dificultades, de entrega ni de esfuerzo. Es el principio, el comienzo de una
etapa nueva, que sin duda marcará sus vidas.
Lo que está por venir, solo Dios sabe,
pero la valentía y la humildad siempre tienen premio.
Marta León
Fuente: Aleteia