¿Sabes reconocer tus límites? ¿Te agobia defraudar a las personas? A veces decir no a algo o alguien es decir sí a Dios
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Aprender
a decir que no es una tarea esencial en la vida.No tengo que decir que sí
siempre y no puedo contentar a todos.
Es difícil, porque quiero agradar y estar a la altura. Cumplir con
todas esas expectativas que
el mundo me presenta.
Quiero llegar a la cumbre que se dibuja en medio de mis nubes.
Cubrirlo todo, hacerlo todo, salvar a todos. Pero no es posible.
Me cuesta defraudar a quien me mira
confiado, a quien espera más de mí. ¿Perderá la fe si yo no estoy
presente? ¿Dejará de creer en Dios?
Pero no, esa no es la pregunta que realmente me turba. Es otra,
más egoísta, más auto referente. ¿Me valorará tanto como yo necesito? ¿No
cambiará su imagen sobre mí?
He construido una imagen con esfuerzo y pensar que pueda cambiar
me turba. ¿Quién me conoce de verdad? ¿Quién sabe cómo soy en mi interior?
Uno ve rostros, no corazones. Un error, un pecado, una omisión no
pueden cambiar mi alma, cómo soy por dentro.
Nadie puede cambiarlo. Soy yo con toda mi belleza y mi fealdad. Quererme así,
al completo, es la tarea de toda mi vida.
Y mientras tanto tendré que aprender a defraudar las expectativas de
los que me rodean, de los que piden, suplican y esperan, de los
que demandan y requieren mi amor y mi entrega.
Aprenderé a decir que no cuando lo que
me pidan no sea capaz de hacerlo, o no quiera, o no sepa.
Diré que no sabiendo que en ese gesto
le estoy diciendo que sí a Dios, y a mi propia vida.
No dependo de la aceptación de todos
para ser feliz. No puedo vivir en tensión intentando que el mundo esté feliz
conmigo.
No, no he nacido para satisfacer a todos en sus deseos, para
contentarlos, para que sean felices.
He nacido sólo para sembrar una semilla, desmalezar un camino,
ahondar la profundidad de un pozo, sanar un corazón enfermo, alivianar la
aflicción de un alma sufriente. Sólo eso, no mucho más.
No habrá aciertos postreros que sanen heridas causadas en mi
pasado. Y no habrá errores al final de mi vida que echen a perder la belleza de
mis pasos.
Necesito en medio del camino ser asertivo. Decir lo que
pienso, lo que siento, lo que no puedo hacer y lo que sí puedo.
No es tan sencillo, lleva su tiempo. Me cuesta hacerlo. Escribía
Victor Hugo:
«No, no me
estoy volviendo viejo, me estoy volviendo asertivo, selectivo de lugares,
personas, costumbres e ideologías. He dejado ir apegos, dolores innecesarios,
personas, almas, y corazones, no es por amargura es simplemente
por salud».
Ser capaz de tomar mi vida en mis manos y decidir me
acaba salvando. No es ser egoísta, es ser sincero conmigo mismo.
Asumo mis límites. Respeto
los riesgos de esta vida que es corta y quiero vivir con intensidad.
Me elijo a mí eligiendo de esa forma a quienes amo. No es un acto
egoísta elegirme a mí. Siempre y cuando no sea por comodidad o por miedo al
compromiso.
Me elijo a mí para tener fuerzas, para salvar mi corazón cuando
acepto que no
puedo llegar a todo, porque es imposible.
Me gusta ver la vida así, me da más fuerza. Decía el padre José
Kentenich:
«Cuando
hablamos de amor desinteresado queremos decir que no hay amor alguno que no
tenga de alguna manera también una relación con el yo. La diferencia estriba
solamente en lo siguiente: el hecho de que yo obtenga algo de la
relación de amor no debe o no debería ser, con el tiempo, un fin en sí mismo,
sino una consecuencia«.
King, Herbert. King Nº 2 El Poder
del Amor
El amor está en referencial al yo, a mi alma, a mi deseo de ser
feliz, de saberme amado. Hay una referencia a mí mismo, pero como consecuencia del
amor que doy.
Cuando amo con todo mi ser, con mis palabras y gestos, es normal
que reciba amor en ese intercambio. Recibo más incluso de lo que doy.
Doy alegría y recibo más alegría. El que no da nada, el que no se
entrega, poco es lo que recibe.
Claro que el corazón se alegra cuando recibe amor.
Pero ese no es el fin de mi entrega.
Aprender a decir que no en ciertos momentos de mi vida me fortalece por
dentro. No todo lo que me piden que haga es necesario que lo haga.
No estoy atado por una fuerza que me obliga a actuar de una
determinada manera. Yo lo elijo continuamente y vuelvo a empezar.
Ser asertivo me salva en mis relaciones. No
voy a decir una cosa por otra. Ni voy a despertar expectativas que luego no
podré cumplir.
No voy a hacer que los demás crean que voy a darles todo mi
tiempo, cuando eso es imposible.
Amar no significa decir siempre sí. Seguir a Jesús no significa
que tengo que apagar todos los incendios y salvar a todas las personas que
encuentro en el camino.
Me gusta reconocer mis límites y aprender a respetar mis
necesidades que no son necesariamente egoístas. Me capacitan para la vida. Me
dan más fuerza para el camino.
Aprendo a decir que no para que cuando
diga que sí, mi palabra tenga más hondura y más verdad.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia