2 – Octubre. Sábado. Santos Ángeles Custodios
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Mateo 18,
1-5. 10
En aquel momento, se acercaron
los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los
cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad os
digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino
de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el
más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en
mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños,
porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de
mi Padre celestial.
Comentario
Nos cuenta el evangelio de hoy
que en una ocasión, cuando Jesús estaba con sus discípulos, “llamó a un niño,
lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo: si no os convertís y os
hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (vv. 2-4).
Cuando Jesús habla de hacerse como niños no está diciendo una ingenuidad, ni
hablando en un lenguaje meramente figurado, sino que está desvelando una
realidad profunda que ayuda al hombre a penetrar en su propio misterio, que le
hace caer en la cuenta de la importancia de los valores que cada ser humano
trae consigo al mundo y que se expresan espontáneamente en su infancia. La
pérdida de la sencillez, la sinceridad, el amor candoroso, la capacidad de
admirarse ante la grandeza o la belleza de las cosas, la confianza y tantos
otros valores que son propios de la condición infantil no supone un logro de la
madurez, sino una limitación que conviene restaurar.
Jesús, cuando hablaba del amor de
Dios Padre por los niños y por los que se hacen como niños, señaló: “Guardaos
de despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los
cielos están viendo siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos” (v.
10). “Fundada en éste y en otros textos inspirados –recordaba Mons. Javier
Echevarría-, la Iglesia enseña que ‘desde la infancia a la muerte, la vida
humana está rodeada de su custodia y de su intercesión’[1]. Y hace suya una afirmación frecuente en
los escritos de los Padres de la Iglesia: ‘Cada fiel tiene a su lado un ángel como
protector y pastor para conducir su vida’[2]. De entre los espíritus celestiales, los
ángeles custodios han sido colocados por Dios al lado de cada hombre y de cada
mujer. Son nuestros cercanos amigos y aliados en la pelea que nos enfrenta
–como afirma la Escritura– a las insidias del diablo”[3]. Por eso San Josemaría recomienda: “acude
a tu Custodio, a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te
traerá santas inspiraciones”[4].
En
un día como hoy, el dos de octubre de 1928, día de los ángeles custodios, nació
el Opus Dei. Quiso Dios poner en el corazón bien dispuesto de san Josemaría, la
inquietud divina de hacer llegar a todo el mundo una llamada universal a buscar
la santidad en su vida ordinaria, santificando las realidades profesionales y
familiares de la vida cotidiana.
Cada año, en esta fecha, su
corazón se alzaba con sencillez infantil al Señor en acción de gracias y acudía
a su ángel custodio para que le ayudara a tratar a Dios con plena intimidad,
con toda su mente y todo su corazón. “Esta mañana –escribía el 2 de octubre de
1931, tres años después- me metí más con mi Ángel. Le eché piropos y le dije
que me enseñe a amar a Jesús, siquiera, siquiera, como le ama él”[5]. Y su oración discurrió por un cauce
profundo y sereno: “¡Qué cosas más pueriles le dije a mi Señor! Con la confiada
confianza de un niño que habla al Amigo Grande, de cuyo amor está seguro: Que
yo viva sólo para tu Obra –le pedí–, que yo viva sólo para tu Gloria, que yo
viva sólo para tu Amor [...]. Recordé y reconocí lealmente que todo lo hago
mal: eso, Jesús mío, no puede llamarte la atención: es imposible que yo haga
nada a derechas. Ayúdame Tú, hazlo Tú por mí y verás qué bien sale. Luego,
audazmente y sin apartarme de la verdad, te digo: empápame, emborráchame de tu
Espíritu y así haré tu Voluntad. Quiero hacerla. Si no la hago es... que no me
ayudas. Y hubo afectos de amor para mi Madre y mi Señora, y me siento ahora
mismo muy hijo de mi Padre-Dios”[6].
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 336.
[2] San Basilio, Contra Eunomio 3, 1 (PG
29, 656B).
[3] Javier Echevarría, Carta 1.X.2010.
[4] S. Josemaría, Camino, 567.
[5] San Josemaría, Apuntes íntimos,
Cuaderno 4, 307, 2-X-1931
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei