23 – Octubre. Sábado de la XXIX semana del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 13, 1-9
En aquel momento se presentaron
algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato
con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús respondió: «¿Pensáis que
esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque han padecido
todo esto? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo
mismo. O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los
mató, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de
Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la
misma manera». Y les dijo esta parábola: «Uno tenía una higuera plantada
en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces
al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y
no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?”. Pero el
viñador respondió: “Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré
alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la
puedes cortar”».
Comentario
Como suele suceder en las
conversaciones familiares o de un grupo de amigos, también Jesús y sus
discípulos comentaban las noticias de actualidad. En este pasaje del evangelio
se mencionan dos sucesos que habían conmocionado a todos los habitantes de
Jerusalén: la represión indiscriminada por las tropas de Pilatos de un conato
de revuelta, que terminó con la muerte brutal de unos galileos que habían ido
al templo para ofrecer sus sacrificios al Señor, y la terrible desgracia que supuso
el desplome repentino de una torre en la zona de Siloé, que dejó a dieciocho
personas sepultadas bajo los cascotes (Lc 13,1-5). Por las calles no faltarían
interpretaciones de todo tipo, máxime cuando una creencia popular muy arraigada
consideraba que, si alguien padecía algún mal, debería ser porque habría hecho
algo malo, y por eso Dios lo castigaba.
Jesús da por supuesto que esa
apreciación es equivocada, y que no tiene sentido buscar culpas en las víctimas
de tales desgracias. En cambio, esos sucesos luctuosos invitan a reflexionar.
La vida humana es frágil y, aunque se goce de buena salud, la muerte se puede
presentar cuando menos se la espera. Los que nunca se cuestionan si hacen lo
correcto cara a Dios, ni se plantean que necesiten cambiar nada, pueden verse
sorprendidos y sin tiempo a reaccionar. La eventual aparición de brotes
inesperados de violencia, accidentes o catástrofes naturales, constituye un
toque de realidad que despierta del atolondramiento de vivir como si Dios no
existiera, y mueve a la conversión para recomponer la propia existencia.
Quienes, con un corazón contrito, ponen los medios para vencer el pecado, están
desactivando la más grave consecuencia del mal, la muerte eterna, a la vez que
construyen un mundo mejor. Esta es la única actitud sabia y responsable para
prevenir las mayores desgracias.
Es probable que, en los
comentarios populares acerca de esos sucesos, junto al pensar que “algo malo
habrán hecho” las víctimas, algunos respirasen con alivio al verse salvos
considerando que “yo todo lo hago bien”. Desgraciadamente esa reacción, muy
humana, sigue siendo actual. ¡Cuántas veces, personajes famosos de la canción,
el cine o la política, tras quejarse de lo mal que está el mundo y los
problemas que aquejan la sociedad, manifiestan al ser entrevistados que “yo no
tengo nada de lo que arrepentirme”!
Las palabras del Maestro hacen
pensar. Jesús llama a cambiar el corazón, a plantearnos un giro radical en el
camino de nuestra vida, abandonando la complicidad con el mal y las excusas
hipócritas, para seguir con decisión el camino del Evangelio. Su enseñanza no
es solo para quienes están lejos de Dios, con la esperanza de que reaccionen,
sino también, y sobre todo, para quienes están tranquilos pensado: “yo soy
bueno, creyente, incluso bastante practicante”. La parábola de la higuera
estéril se dirige a todos los que se sienten cómodos en el campo del Señor,
pero no dan fruto (Lc 13,6-9). Si el Señor nos llamara ahora a su presencia,
podríamos preguntarnos, ¿iríamos alegres, con las manos llenas de frutos que
ofrecerle? ¿estamos colmados de obras hechas por amor, o nuestro egoísmo y
falta de generosidad impide que le demos todo lo que espera?
Aunque nuestra correspondencia
sea escasa, Dios tiene una gran paciencia, pero esa esterilidad no debe
prolongarse. El viñador de la parábola pide una prórroga de un año antes de
arrancar la higuera, para darle una última oportunidad. Esta cuaresma puede ser
ese “año más” que nos conceda el Señor para llevar a cabo el cambio que
aguarda. Como dice el Papa Francisco, “nunca es demasiado tarde para
convertirse, ¡nunca! Hasta el último momento: la paciencia de Dios nos espera.
(…) Nunca es tarde para convertirnos, pero es urgente, ¡es ahora! Comencemos
hoy”[1].
[1] Francisco, Ángelus 28.II.2016
Francisco Varo
Fuente: Opus Dei





