¿Usas bien el poder que tienes? ¿O tienes una forma de amar que denigra, hiere y ofende?
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A veces
queremos servir a los demás pero dudamos de nuestras motivaciones. Es sencillo
decir con palabras lo que estoy dispuesto a hacer, a dar, a amar. Pero luego la
vida es difícil y no es sencillo beber el cáliz o ser bautizado con Jesús.
No es tan agradable correr la misma suerte que Jesús y sufrir su
misma muerte.
Temo todo aquello que rodea su vida en la tierra: el olvido y
el rechazo,
las persecuciones y
el desprecio.
Me refugio en mis deseos, porque yo quiero los primeros puestos y la
fama, el éxito y los logros. Deseo vencer y no perder.
Triunfar y no fracasar.
Un
día los discípulos de Jesús le confiesan que están dispuestos a todo, aunque no
saben cómo será ese todo, ese seguimiento y esa entrega hasta dar la vida.
Es bonito ver las cosas de esta forma. Están
dispuestos a todo aunque duela el alma. Es lo que ellos quieren
y yo también lo deseo.
Lo acepto con alegría aunque me quede sin esa vida que tanto amo. ¿Estoy
dispuesto a dar la vida hasta el final?
He visto la vida como una carrera de obstáculos. Y he soñado con
llegar al final en los primeros puestos.
Sé que estar dispuesto a perder la vida es
un paso mayor, una audacia más grande.
Poder o servir
Me
gustan el poder, el poseer, el control y los logros. Y Jesús me aclara que no
tengo que ser como los hombres de este mundo:
«Sabéis que
los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los
grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso. El que quiera ser grande, sea
vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el
Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida
en rescate por todos».
El poder puede acabar en tiranía. Un gobierno
absoluto, una
forma de amar que denigra, hiere y ofende.
Mandar de esa forma es lo que me ofrece el mundo hoy. Quiere que
sea poderoso, quiere que mande por encima de todos.
El servicio a los demás, el ser esclavo, es todo lo
contrario a lo que deseo. Me gusta tener el poder y mandar. Que los demás hagan
lo que yo deseo. Que obedezcan mis órdenes y se adapten a mis puntos de vista.
La pregunta clave
El poder en sí no es malo si da vida a muchos, no siempre sucede.
Decía el padre José Kentenich:
«Sólo tienen
que ver lo siguiente: ¿estoy apegado a las cosas? ¿O puedo decir,
con tranquilidad, “Mi Dios y mi todo”? Si este es el caso,
entonces es correcto. No obstante, también me está permitido alegrarme del
poder y del prestigio, sólo que no debo estar apegado de forma esclavizada a
ellos. Deben ser peldaños orgánicos para llegar a Dios: mi Dios y mi todo».
King, Herbert. King Nº 2 El Poder
del Amor
Respeto inmenso y desapego
Usar bien el poder es una misión sagrada. Siempre
tendré una cuota de poder. Podré decidir sobre algo, sobre alguien y tendré que
hacerlo con un respeto inmenso, con una delicadeza
sagrada.
Sin apegarme a lo que
poseo, al poder que detento. Sin pretender quedarme siempre en el lugar que hoy
habito. Sin querer retenerlo todo.
Para ello tengo que ser esclavo de Dios y siervo de los hombres.
Pero ese cambio de mirada no suele ser tan sencillo. Es necesario estar
dispuesto a renunciar a todo por amor.
Aceptar que vengo a servir y no a ser servido. Reconocer mi
pobreza y asumir que no puedo dedicarme a querer ser el mejor.
Cuando tengo poder, cuando alguien me lo da, cuando Dios lo pone
en mis manos, puedo usarlo bien o puedo ser un tirano.
Le pido a Dios que me enseñe a servir con humildad, a
mandar desde mi humanidad, a aceptar las críticas y las correcciones, a asumir
que necesito a los demás para vivir.
Es un salto de fe y de confianza. Me gustaría vivir siempre sirviendo y no
pensar tanto en mi honor, o en mi fama.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia





