No puedo provocar en ti el deseo, ni la pasión, ni la misericordia, solo el que ama elige al amado
Tero Vesalainen. | Shutterstock |
En la vida el amor sucede, no se exige,
no es un derecho. El amor brota de repente o surge con el trato, con el cariño,
con la cercanía.
No tengo derecho a tu amor, a tu
tiempo, a tu mirada, a tu abrazo, a tu cariño. No te lo
puedo exigir aunque quisiera hacerlo cada vez que no lo toco.
Ni puedo pretender que me prefieras cuando no lo haces. Que seas
fiel a mí por encima de tus necesidades y decisiones.
No puedo pedirte que me ames a mi manera, con mis formas, con mis
palabras. No
puedo provocar en ti el deseo, ni la pasión, ni la misericordia.
Todo sucede y yo no puedo provocarlo, ni exigirlo como un derecho.
Elige amar
La
preferencia que tiene mi corazón es una opción libre que
tomo, un camino que sigo, una elección que hago casi de forma inconsciente.
El que ama siempre elige al amado. No le
obligan a hacerlo.
Y quizás más tarde, cuando la pasión no es la misma,
permanece incólume la decisión primera, la opción que marca mi vida.
Y entonces vuelvo a elegirte con la voluntad, con
el corazón que
no es solo sentimiento.
Y lo hago porque quiero, no porque
tema tu reacción al notar mi distancia. No estoy obligado a amarte. Así no
funcionan las cosas. El amor es un don maravilloso.
«El amor es,
sin más, lo más dulce y delicioso que existe en Dios y en las criaturas; en
efecto, es la dulzura y la delicia mismas, tal como lo expresa su nombre».
King, Herbert. King Nº 2 El Poder del
Amor
Pero ese amor que busco cada día es gratuidad, es
un don inmerecido, no es un derecho por el que puedo exigir el pago.
Y si lo fuerzo no surge, si obligo no florece, si
demando no recibo.
Si lo exijo es peor
Quiero ese don gratuito y cuando
no llega me ofusco, me cierro, mi alma se endurece.
Y entonces no me basta la
misericordia. Dejo de necesitar tu compasión, porque quiero tu
preferencia.
Es cierto, no quiero que me amen
por misericordia, sin hacer méritos. Pero al mismo tiempo veo que no
puedo exigir que me amen de otra manera.
Y cuando lo hago así, cuando lo
exijo, recibo todo lo contrario a lo que deseo. El desamor, el
desprecio, el silencio, la ausencia de respuesta, la frialdad de la distancia,
la soledad no deseada.
Me lleno de heridas que
no he buscado, porque lo que deseaba era sanar mis heridas anteriores.
Y al no ser amado de nuevo veo
que llueve sobre mojado. Otra vez el abandono y el olvido.
Ser amado es un regalo
Sé
que el amor que recibo es un don que me das.
Que tú me quieras como soy, con mis virtudes y defectos, con mi
pasado y mi presente, con mi manera de hacer las cosas, con mis gestos y mis
silencios, con mis palabras a veces poco claras, con mi forma de amarte tan
inconclusa, es un don inmerecido.
Que me ames sin querer cambiarme, sin querer que esté hecho a tu
medida, sin obligarme a permanecer a tu lado, sin desear que sea alguien
distinto al que una vez elegiste, todo me parece un milagro.
Yo mismo veo a menudo que no es tan sencillo quererme a mí mismo.
Y eso que yo convivo conmigo.
¿Cómo voy a exigirle a alguien un amor
incondicional que ni yo mismo me tengo?
No resulta. Yo no me acepto en mi verdad, no perdono mis
incongruencias, no me agradan mis mezquindades. Entonces, veo que no puedo
exigir que otros lo hagan.
Mendigando salvación
No te
puedo forzar a que me quieras como yo necesito. Hacerlo acabaría con la magia
de ese amor gratuito e infinito que tanto necesito.
Me siento tan frágil que la vida se me escapa y no logro
encontrar un amor que me salve. Tal vez por eso me descubro mendigando amor por
la vida.
Sí, por las calles, menesteroso, pobre, abandonado, solo. Grito
para que me oigan tendido al borde del camino.
Hago mil gestos humanos para que se den cuenta de algo evidente, soy digno de
amor, estoy esperando su mirada y merezco todo el amor del
mundo.
He nacido para amar y ser amado. Pero
siento en mi alma como si nadie me aceptara. Pero soy yo el primero que me
rechazo a mí mismo.
El problema real es que, cuando exijo a la vida lo que no me da y
le pido lo que no me presta, no soy feliz. Busco lo que no encuentro, pido lo
que no hay. Y sufro al sentirme vacío.
Amar como Dios
Dándome por entero espero la misma
respuesta de los demás, y recibo el silencio.
Amando hasta el extremo quiero que hagan
lo mismo conmigo, pero no lo hacen. Quiero forzar las cosas y lo único que
logro es todo lo contrario.
No es tan fácil, siempre es la gratuidad
la que se acaba imponiendo. El amor es gratuito, es don.
Surge donde no lo fuerzo. Florece donde no
le grito. Da cuando no le pido. Fluye cuando no lo exijo.
Parece todo tan sencillo… Pero no es así
cuando me siento solo y entro en ese círculo vicioso de exigir amor y
respuestas al mundo que me rodea.
Grito y espero caricias. Trato mal a otros y espero su amor. Les demando
cariño tratándolos con desprecio.
Si lograra ordenar mi corazón. Si
pudiera aprender a amar como Dios me ama… Sin exigencias, sin reclamos, sin
gritos.
Con paciencia, en el silencio, dando la
vida con gestos sencillos y humildes. Sin esperar nada. Entregándolo
todo.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia