¿Qué hay que hacer para ser una persona santa? Llenarse del verdadero amor, irradiarlo, llevar a otros al cielo,... es un regalo divino
| Aleksandr Ozerov | Shutterstock |
La
santidad es un don que se me regala. Un manto de amor que cubre mis
mezquindades. Una ofrenda que Él hace para que simplemente yo sea ofrecido.
No tengo miedo, espero, aguardo, medito. Dice la Biblia:
«Cristo, en cambio, ofreció un
solo sacrificio por los pecados y se sentó para siempre a la derecha de Dios.
Así, con
una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado.
Porque una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más
ofrendas por ellos».
Yo me empeño en salvar el mundo. Doy pasos,
muevo las manos y pronuncio palabras.
Me invento melodías que calmen el alma. Pinto sobre un lienzo un
amanecer eterno. Y espero a que Dios sonría conmovido.
Su ofrenda ya basta. Su entrega
en la cruz me sigue conmoviendo. Ese instante de dolor ante el que rezo.
Qué imperfecto soy y Jesús igual
viene
Pero me gusta más Jesús cuando cura al
enfermo, levanta al caído, abraza con misericordia, libera al endemoniado, sana
al que está roto, teje las heridas abiertas, juntando los extremos del alma
partida.
Me gusta más ese Jesús que camina de
un lado a otro de la orilla del lago o sube a la montaña más alta para decir
sus palabras.
O guarda silencio cuando quieren
tentarlo o simplemente escribe sobre la arena palabras que yo no entiendo.
Me gusta más ese Jesús que no espera a
que yo cambie para darme su abrazo, a que lo haga todo bien para entrar en mi
camino.
No me suplica que cambie para caminar
sobre las aguas. Ni espera que crea como para mover de lugar una montaña.
Solo busco amor
Y yole pido que aumente mi fecomo
un moribundo al borde de la muerte. Es tan sencilla mi forma de ver la vida que
a Él le agrada.
Sabe que sólo
quiero amar y ser amado. En esto me desgasto recorriendo
esta tierra. Habitando lugares y soñando misiones.
Y creo que sin mí nada será hecho. Y
gracias a mi entrega su reino será hondo. No lo tengo tan claro porque he visto
mi debilidad y he sentido mis pecados.
¿Mi ofrenda
vale tan poco o es la suya la que vale? Ofrezco lo que tengo, y
lo que he perdido.
Lo ofrezco todo como un niño que sólo
sueña con el cariño de los que le rodean. Lo que me cuesta, lo que me duele.
Decía el padre José Kentenich:
«Y si durante
el día se me exige algún sacrificio, aunque fuese el más duro, estoy dispuesto
a ofrecerlo. Y si me retraigo, ¿no significa eso saltar de la cruz?».
José Kentenich, Las fuentes
de la alegría sacerdotal
Aceptando lo negativo de mi vida
Jesús ofreció
lo que más le dolía sin bajarse en ningún momento de la cruz. Así quiero vivir
yo y quiero ofrecer lo que me duele.
La renuncia que no he
buscado y acepto con humildad.
La ocasión que Dios me da para entregar la vida con
sencillez.
Mi sacrificio diario.
Cuesta darle mi sí a ese Dios que se abaja sobre mí para recibir mi ofrenda.
¿Necesita mi
ofrenda? Sólo quiere que le dé mi sí alegre y confiado. Quiere que
llegue a su presencia sin miedo y sin angustia.
Quiere que me ponga en sus manos para
que pueda utilizarme a su manera, según sus formas.
Yo huyo del dolor, del sufrimiento, de lo que
no me gusta. Detesto lo que me hace daño y me aparto de lo que
es tóxico y me hiere por dentro.
Todo lo recibido… lo ofrezco
Sé que la vida es corta y todo lo que
tengo es un don. No puedo sino ofrecer mis días, mis años.
Ofrezco lo que
no me gusta y sólo me cabe aceptar. Sonrío cuando me duele y la
vida se agarra con uñas y dientes a mi piel.
Ofrezco lo que
me agrada y temo perder. El tiempo del que disfruto. El momento
sagrado en el que amo.
Ofrezco lo que me alegra, lo que me
hace vivir con un sentido. Sé que ofrecer es entregar con un sentido.
Para que Dios se sirva de mi vida
para dar vida a otros. No importa dónde ni cómo.
Mi santidad es de Dios
Mi santidad no es un don logrado sino
una gracia que se regala a todos los que la precisan. Eso me alegra y me gusta.
Ensancha el alma.
Sufrir con un sentido vale la pena. Es
como la semilla que para dar fruto tiene que morir antes. Sólo muriendo
vivo. Sólo entregándola como ofrenda mi vida tiene un
sentido.
Amo esa ofrenda que duele y al doler
se ensancha el alma, se agranda el corazón y el camino se vuelve más claro.
Me gusta ofrecer lo que soy, lo que
tengo, lo ganado, lo perdido. Ofrezco todo para que Dios disponga a su gusto.
Acojo en mi corazón los miedos que me
impiden darme. Dios lo sabe todo, eso me consuela y me hace sonreír.
Esa es la
santidad que sueño, el don que le pido. Su Espíritu cubre mi carne y la eleva.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia





