Bellas reflexiones del padre Mendizábal recogidas en «Vivir de veras con Cristo vivo»
| Foto: Luis Ángel Espinosa - Cathopic |
El padre Luis María Mendizábal hizo
de su vida una entrega total a Dios. Se ofreció por completo los 77 años que
estuvo en la Compañía de Jesús, 65 de ellos como sacerdote, para ser un
instrumento en manos del Señor. Sus innumerables retiros espirituales, sus
valiosas predicaciones, sus numerosos escritos y su impagable apostolado del
Corazón de Jesús atestiguan este ofrecimiento de vida por las almas que le
rodeaban.
Y así lo hizo hasta que falleció en enero de 2018 a los 92 años.
Ahora, casi cuatro años después ha salido a la luz un libro que recoge parte de
la aportación que el padre Mendizábal ha hecho a la Iglesia durante su vida. Vivir
de veras con Cristo vivo (Voz de Papel) recoge textos
escogidos de este jesuita sobre distintos temas. Se trata de reflexiones y meditaciones que siguen iluminando hoy
a quien las lee.
Qué es ofrecer
“Para que yo
aproveche las obras del día, la entrega de mi persona tiene que estar hecha en
amor, y para eso necesito al Espíritu Santo”, afirmaba este jesuita.
Este ofrecimiento era, a su juicio, “el ideal de la vida cristiana”, que
consiste el identificar “el existir con el abrirse en ofrenda, en entrega, en
oblación”.
Pero, ¿qué es
ofrecer? El propio padre Mendizábal afirmaba que “la actitud de
ofrecer es lo que da valor a lo que se da. Es el amor que se da, el amor que se entrega. Y esto
debe ser la base de nuestro ofrecimiento, lo que tenemos que subrayar también
nosotros: el acto de amor con que nos ofrecemos, el amor con que damos la
vida”.
Esta acción de ofrecimiento fue profundamente reflexionada y
profundizada espiritualmente por este jesuita. Estas son algunas de las reflexiones que
sobre este aspecto de la fe hizo durante su vida:
-“No es sólo resignarse, no es solo aceptarla, no es no rebelarse.
Es entregarla (la vida) en amor, como Cristo entregó su vida en amor (…) y nos
redimió con ello (…) El
cristiano tiene que saber ofrecer su vida en amor, unido a Cristo, por la
redención del mundo”.
- ¿Qué se ofrece? “Todo: no sólo los actos diversos, sino la
persona y la vida misma, cualquiera que esta sea: brillante o escondida;
triunfante o fracasada; hombre o mujer; anciano, adulto o niño; en su
profesión, familia, circunstancias concretas; sana o enferma; gozosa o
dolorosa; variada o monótona. Toda
vida tiene gran importancia para la redención del mundo siempre que sea
ofrecida con Cristo al Padre por la vida del mundo”.
El ejemplo de José y María
- “No hay ninguna
obra –fijaos bien- que por sí misma sea redentora, ninguna por sí
misma, sino que todo depende de que sean las obras que Dios quiere que yo haga
y si las hago con amor. ¡Por eso tengo que ofrecerlas! Mi persona y mis obras
en unión con Cristo por la redención del mundo. Y entonces cualquier obra,
cualquier dificultad que yo venzo, cualquier acto, aunque sea de un niño, tiene
valor redentor. Como Jesús ofreció su vida en la cruz ‘en el Espíritu eterno’,
yo puedo ofrecer mi vida, mi persona y todas mis obras en ese mismo Espíritu
eterno, en el fuego del Espíritu Santo”.
- Ofrecimiento total: “este acto por el cual entrego mi persona,
todo lo que yo tengo, todo. Y
al decir ese todo, es todo: todas mis cualidades, todas mis disposiciones,
el lugar, el sitio. Todo lo ofrezco al Señor con absoluta generosidad, con un
deseo único que es que Él los tome para servirse de mí y de todo lo mío según
su mayor agrado. Es decir, una afirmación sincera, muy verdadera, de que
realmente ‘no soy mío, sino tuyo. Haz de lo que es tuyo lo que Tú quieras, en
todo’”.
- Ofrecimiento escondido: “Yo creo que es mejor aceptar los
caminos del Señor, ser dócil en eso y aceptar los caminos del Señor. Y eso vivirlo así, de esa manera
escondida. De esa visita de María y José al templo, ¿quién se enteró?
Nadie. Los periódicos de Roma no dijeron nada. Quizás hablarían de algunos
otros personajes que habían ido allí al templo y cómo estaban. Y los sacerdotes
se habrían interesado porque tal condesa y marquesa que había ido llevando un
niño, que hizo una entrega y les llevó buen vino para ese día… Ellos nada, no
tienen. Es una lección para contagiarse (…) Sabemos mucho. El mundo se pierde
no por falta de saber, sino por falta de amar y por la falta de entregarse”.
-Ofrecimiento alegre: “La alegría del ofrecimiento. Si no es alegría, si es una cosa
puramente soportada, eso no es la víctima viva. La víctima viva es la
víctima pascual, del aleluya, de la alegría, la víctima que se entrega
gozosamente, alegremente. Es la alegría de colaborar con el Señor, es la
alegría de la caridad. La caridad es gozosa. Es la alegría del amor, del que
sabe que salva almas, del que sabe que está uniéndose a Cristo, del que sabe
que es amigo de Cristo, que es consolador de Cristo –en el sentido sólido,
profundo de esta palabra-, que está asociado a Cristo en su obra de redención y
que, por lo tanto, emana alegría, ¡la alegría del ofrecimiento!”.
-Ofrecimiento voluntario: “Cuando Abrahán llega a la cumbre del
monte Horeb y comunica a su hijo dónde está la víctima, cuál es la víctima, le
dice: ‘Yahvé me ha pedido esto, yo te tengo que ofrecer, hijo mío, tengo que
sacrificarte’. Según algunos comentaristas, y es obvio, Isaac mismo se ofrece,
se entrega y le anima a su padre a que lo haga, a que le ofrezca, porque él
quiere ofrecerse. Eso es
un elemento también esencial, la voluntariedad de la misma víctima para que
pueda tener ese valor; porque si no fuese persona humana, si fuese un
animal, no se le pediría su consentimiento (…) Isaac se ofreció, él mismo se
colocó sobre el altar y se dejó atar por su padre para ser sacrificado. Esto es
Cristo, el amor que el Padre pone en Cristo es el que le lleva a inmolarse, a
ofrecerse, a entregarse a la muerte, y así Él en su Corazón humano es el que
realiza la redención”.
-Ofrecimiento de la muerte: “Me parece que es muy bueno ofrecer
conscientemente la muerte (…) Yo acepto esa muerte y lo que es inmolación en la
vida lo considero como camino hacia esa muerte, porque tiene mucha importancia
y al hombre le cuesta mucho ofrecer la muerte. Y no quiero decir que tenga uno
que estar imaginando o viviendo o atormentándose, pensar y pensar que se puede
morir. No es en ese nivel; al contrario, eso lleva a una abertura de corazón
sencilla, natural, que afronta uno la muerte sin pensar que viene, pero
aceptándola de una manera consciente. Lo que yo acepto es ser mortal y acepto la muerte y ofrezco la
muerte con ese mismo amor de inmolación. Lo que ofrezco es la muerte.
Y todo lo que en el camino sea dolor, sufrimiento, penitencia, etc. es como una
participación de esa muerte, en orientación hacia esa muerte, que en eso
quisiera ofrecer mi vida; en lo que yo puedo ofrecer en cualquiera de las cosas
tengo presente el ofrecimiento de esa muerte que será la coronación de esa
oblación, oblación de Cristo”.
Javier Lozano





