En Japón, muchos ancianos se plantean cometer algún delito
que les condene a la cárcel, porque prefieren estar allí... acompañados
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Hace un año, más o menos, escribí un cuento, “El castillo de los
calcetines perdidos”. Tenía, desde mucho tiempo atrás, la ilusión de dedicar un
cuento a los niños de las familias numerosas porque, muchas veces, esta
sociedad les hace sentir mendigos, y quería que fueran conscientes de que son
unos príncipes muy afortunados.
Una de mis páginas favoritas hace referencia a los veintiséis
abrazos que nos acurrucan el domingo por la tarde, cuando el
terrible pirata lunes amenaza con abordar nuestras vidas y arrebatarnos de los
brazos, del abrigo de los nuestros.
Y es que, en realidad, cuando percibimos el declive del fin de
semana, al que más y al que menos le invade un sentimiento que sabe a tristeza,
a bajón y a melancolía. Así, el lunes por la mañana se ha convertido en el
momento más duro de la semana, en una prueba de fuego y superación.
Lo que más abriga
Por eso me
llamó tanto la atención que, al contrario de lo que ocurre en nuestra sociedad,
ese sea el momento más feliz, la happy hour, de los japoneses. Entendí
entonces la necesidad de un “ministerio de la soledad”para
la sociedad nipona. Tetsushi Sakamoto, el ministro encargado de combatir esa
lacra, tiene como principal objetivo concienciar a la gente de que la soledad
no es buena, que el ser humano necesita relacionarse.
Pero, ¿cómo
explicar a una sociedad que necesita algo que, al no haberlo tenido nunca, no
echa de menos? Si nunca has tenido esos veintiséis abrazos acurrucándote el
domingo, significa que no sabes que lo que más abriga no es una buena manta o
una vivienda-cápsula, sino que son los brazos humanos de los seres queridos los
que de verdad nos quitan el frío.
El que no ha disfrutado de una de nuestras mesas navideñas rodeada
de deliciosas recetas y con todos los nuestros alrededor, se conforma con
platos envasados y preparados de una ración, conocidos en el país nipón como ohitor-sama,
término que significa el “honorable señor solo”. No consideran la soledad como
una lacra. No entienden que tienen de todo menos de lo que realmente
necesitan, pero los cuadros de ansiedad, las depresiones, las
listas de suicidio, aumentan estrepitosamente.
El auténtico problema
No lo echan de menos, hasta que lo encuentran… en la cárcel. En las cárceles de Japón se están disparando los ingresos de reclusos mayores de 60 años. Takata Toshio, de 69 años, explicó a la BBC que no tenía ninguna intención de hacer daño a las mujeres que atacó con un cuchillo en un parque; sólo quería infringir la ley para ir a la cárcel. “Podemos creer que la pobreza nos lleva hasta ese punto, pero es una excusa; nuestro verdadero problema es la soledad”, relata Takata.
Las cárceles japonesas han tenido que realizar grandes reformas para adaptarse a este nuevo escenario, como colocar pasamanos, preparar baños especiales para mayores, etc., debido a que tienen que cobijar a una gran parte de la tercera edad de su sociedad, una sociedad que, desde siempre, ha sido muy cuidadosa y comprometida con las normas y el cumplimiento de las leyes.
Digámoslo bien alto
Yo quiero que, en nuestro país, no haga falta un ministro de la soledad. No quiero que nuestros mayores suspiren por estar entre rejas. No quiero que las personas crean que una vivienda-cápsula es el verdadero cobijo. Por eso, en esta era en que los manga y la cultura japonesa están fascinando a nuestros jóvenes, debemos promover campañas como las que empleamos para promover y estar orgullosos de nuestra dieta mediterránea o del saludable aceite de oliva.
Hemos de convencernos de que la familia es nuestro gran tesoro, el único legado que debemos empeñarnos en perpetuar, lo que merece la pena transmitir. Tenemos que enseñar a ver la vida como el mayor bien, la gran medicina de la humanidad. Sólo entendiéndola así, la cuidaremos, protegeremos y promocionaremos como se merece: desde su inicio hasta la muerte.
Por mi parte, he descubierto algo que no había valorado: la melancolía del domingo por la tarde es, ni más ni menos, el síntoma de una sociedad sana. Ojalá que veintiséis brazos te acurruquen en el sofá, cuando el terrible pirata lunes amenaza con llegar. Why not?
Mar Dorrio
Fuente: Aleteia