Para Madre Teresa, la Navidad supone la esencia de la fe cristiana y por nada del mundo habría elegido para comenzar la misión que le confió Jesús otro día distinto del 25 de diciembre
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“No
sabría imaginar un instante de mi vida sin Jesús. Amarle y servirle en los
pobres es para mí la mayor de las recompensas”, repetía incansablemente Madre
Teresa de Calcuta.
Para la misionera, el nacimiento de Jesús no era solamente una
fecha que festejar, sino un acontecimiento mágico que traducir en
actos concretos de caridad a lo largo de todo el año.
Fue, además, el día de Navidad de 1948 cuando dejó su congregación
de las hermanas de Nuestra Señora de Loreto –después de 20 años de servicio–
para señalar el inicio de su nueva vocación: “Salvar a los pobres”, como le
había pedido Jesús con ahínco dos años antes, cuando viajaba en un tren desde
Calcuta.
Y quiso a cualquier precio que este nuevo inicio coincidiera con
el día de “la esencia misma de nuestra fe”.
Renzo Allegri conoció personalmente a la santa. Entre uno de los
hechos trascendentales de la vida de la “santa de Calcuta”, recogidos en su
obra Mère Teresa, la maman de Calcutta,
subraya este apego tan profundo que sentía por la Navidad.
La santa le explicó al escritor:
“Es un símbolo de sufrimiento
y, al mismo tiempo, de triunfo de la humanidad, del hombre, como hijo
de Dios. Sufrimiento porque Jesús vino a nacer en un mundo de exilio y dificultades;
triunfo porque, al
hacerse hombre, salvó a la humanidad, venció a la muerte y ofreció la
resurrección”.
Una simple chabola
Los detalles de este primer día anuncian el color de su futura
congregación religiosa, las Misioneras de la Caridad (en
1950) y se convertirá en la simiente de todas sus obras futuras.
Corría el 25 de diciembre de 1948. En cuanto terminó la misa de
Navidad, la misionera hizo sus maletas y se dirigió junto a los pobres del
único slum –es
decir, el único barrio de chabolas– que conocía, el de Motijheel, no lejos de
la escuela donde dio clases durante largos años.
Aunque por entonces debía contentarse con enviar allí a sus
estudiantes para ofrecer a los niños regalos que ella preparaba personalmente,
ahora podía
ir a verles y celebrar la Navidad con ellos, entrar físicamente “en contacto
con Jesús que vive en los pobres”, decía ella.
Su alegría era tan grande y su emoción tan fuerte que olvidó
buscar alojamiento, tan ocupada como estaba jugando con los niños y
fraternizando con sus madres todo el día.
Tras muchas dificultades, terminó por encontrar una miserable y
diminuta chabola por 5 rupias al mes.
“Tenía
la impresión de estar viviendo la aventura de la Virgen encinta que no
encontraba lugar en un albergue y terminó en un establo para dar a luz a su
hijo”, confesó a Renzo Allegri.
Desde el día siguiente, en esta choza sin mesas ni sillas, empezó a
dar clases a cinco niños.
Con un pequeño bastón, les enseñó el alfabeto trazando las letras
en el suelo de tierra. Tres días después, los cinco niños se convirtieron en
25 y, antes del final del año, ya rondaban los 40.
En aquel mismo lugar, más tarde, construiría una escuela para 500
niños. Después, cada año por Navidad y hasta el final de su vida, Madre Teresa
regresaba para celebrar sus inicios.
La “Navidad más completa”
Celebrar la Navidad, para Madre
Teresa, quería decir estar con sus pobres. No concebía
un 25 de diciembre sin ellos.
Daba prioridad a los niños enfermos de lepra o de sida o a los
moribundos de Calcuta.
Mons. Paul Hnilica, obispo checoslovaco, jesuita, amigo y
colaborador de la religiosa durante más de treinta años, pasó varias Navidades
con la misionera en Calcuta. Hay una que recuerda especialmente que fue la Navidad
“más completa”:
El padre jesuita fue invitado a cenar el 24 de diciembre para
celebrar la Vigilia.
Una cena muy escasa, casi
miserable, como la que tenían por costumbre preparar las misioneras de la
caridad, pero
muy rica en afecto, alegría y fraternidad, tanto que los
comensales casi olvidaban comer.
De pronto, alguien llamó a la puerta. Una de las religiosas fue a
abrir y volvió con un cesto cubierto con un trapo.
Todo el mundo pensó que se trataba de
algún regalo de un benefactor. Pero cuál fue su emoción al encontrar en el
cesto a un recién nacido dormido.
“Jesús ha llegado”, exclamó Madre
Teresa con una amplia sonrisa. Era un bebé abandonado.
La mujer que lo había llevado, su madre, quizás, no quería
conservarlo y se lo confiaba a las religiosas. Una escena que se repetía a
menudo en Calcuta.
Pero aquel día, la fascinación de las religiosas era
máxima. Madre Teresa sonreía y lloraba al mismo tiempo. El pequeño
Jesús había ido a estar entre ellas.
De su cuerpo, según atestigua Mons. Hnilica, emanaba una emoción
fortísima, una fuerza protectora, un secreto que guardaba
la madre Teresa para cada vez que recibía a Jesús en el cálido “pesebre” de su
corazón.
Recemos a Dios para que en
Navidad…
Ahora que se acerca la Navidad, impregnémonos de este espíritu
navideño que caracteriza a Madre Teresa, como refleja este poema dedicado a
ella de mano de la italiana Patrizia Varnier:
Es Navidad
cada vez que sonríes a un hermano y le tiendes la mano.
Es Navidad cada vez que estás en
silencio para escuchar al otro.
Es Navidad cada vez que no aceptas
aquellos principios que destierran a los oprimidos al margen de la sociedad.
Es Navidad cada vez que esperas con
aquellos que desesperan en la pobreza física y espiritual.
Es Navidad cada vez que reconoces con
humildad tus límites y tu debilidad.
Es Navidad cada vez que
permites al Señor renacer para darlo a los demás.
Y aceptemos la invitación de Madre Teresa:
"Oremos para que podamos recibir a Jesús en Navidad, no en el frío pesebre de un corazón egoísta, sino en un corazón lleno de amor, compasión, alegría y paz, un corazón lleno de amor de uno a otro"
Isabelle Cousturié
Fuente: Aleteia





