El Papa Francisco recibió este 10 de enero al Cuerpo Diplomático ante de la Santa Sede en el aula de las bendiciones del Vaticano para la tradicional audiencia anual.
Discurso del Papa Francisco al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede. Foto: Captura |
Durante su largo
discurso, el Santo Padre lanzó un llamado a la solidaridad en la lucha contra
la pandemia, el derecho a la vida, desde la concepción hasta su fin natural, el
derecho a la libertad religiosa, la cuestión migratoria y el cambio climático.
“En estos días vemos
cómo la lucha contra la pandemia requiere aún un notable esfuerzo por parte de
todos y cómo también el nuevo año se presenta desafiante. El coronavirus sigue
creando aislamiento social y cosechando víctimas… Al mismo tiempo, hemos podido
constatar que en los lugares donde se ha llevado adelante una campaña de
vacunación eficaz, ha disminuido el riesgo de un avance grave de la enfermedad.
Por lo tanto, es importante que se continúen los esfuerzos para inmunizar a la
población lo más que se pueda. Esto requiere un múltiple compromiso a
nivel personal, político y de la comunidad internacional en su
conjunto”, dijo el Santo Padre.
A continuación, el discurso pronunciado por el Papa Francisco:
Excelencias, señoras y
señores:
Ayer concluyó el tiempo
litúrgico de Navidad, período privilegiado para cultivar las relaciones
familiares, que a veces nos encuentran distraídos y alejados, ocupados -como
frecuentemente estamos durante el año- en muchos otros compromisos. Hoy
queremos continuar con ese espíritu, volviéndonos a reunir como una gran
familia, que se encuentra y dialoga.
En definitiva, este
es el objetivo de la diplomacia: ayudar a dejar a un lado los desacuerdos
de la convivencia humana, favorecer la concordia y experimentar cómo, cuando
superamos las arenas movedizas de los conflictos, podemos redescubrir el
sentido de la profunda unidad de la realidad.[1]
Les agradezco de modo
especial que hayan querido tomar parte el día de hoy en nuestro “encuentro de
familia” anual, ocasión propicia para formularnos recíprocamente nuestros
mejores deseos para el año nuevo y para considerar juntos las luces y sombras
de nuestro tiempo. Expreso un agradecimiento particular al Decano, Su
Excelencia el señor George Poulides, Embajador de Chipre, por la amabilidad de
las palabras que me ha dirigido en nombre de todo el Cuerpo diplomático. Por
medio de ustedes, también deseo hacer llegar mi saludo y mi afecto a
los pueblos que representan.
Su presencia siempre es
un signo tangible de la atención que sus países tienen para con la Santa Sede y
por su papel en la comunidad internacional. Muchos de ustedes llegaron de otras
capitales para este evento, uniéndose así al nutrido grupo de los embajadores
residentes en Roma, al que en breve también se agregará el de la Confederación
Suiza.
Queridos embajadores:
En estos días vemos
cómo la lucha contra la pandemia requiere aún un notable esfuerzo por
parte de todos y cómo también el nuevo año se presenta desafiante. El
coronavirus sigue creando aislamiento social y cosechando víctimas y, entre los
que han perdido la vida, quisiera recordar al recientemente fallecido
Mons. Aldo Giordano, Nuncio Apostólico muy conocido y estimado en el
seno de la comunidad diplomática. Al mismo tiempo, hemos podido constatar
que en los lugares donde se ha llevado adelante una campaña de
vacunación eficaz, ha disminuido el riesgo de un avance grave de la enfermedad.
Por lo tanto, es
importante que se continúen los esfuerzos para inmunizar a la población lo más
que se pueda. Esto requiere un múltiple compromiso a nivel personal, político y
de la comunidad internacional en su conjunto.
En primer lugar, a nivel
personal. Todos tenemos la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos y de
nuestra salud, lo que se traduce también en el respeto por la salud de quien
está cerca de nosotros. El cuidado de la salud constituye una
obligación moral. Lamentablemente, cada vez más constatamos cómo vivimos en
un mundo de fuertes contrastes ideológicos. Muchas veces nos dejamos
influenciar por la ideología del momento, a menudo basada en noticias sin
fundamento o en hechos poco documentados. Toda afirmación ideológica cercena
los vínculos que la razón humana tiene con la realidad objetiva de las cosas.
En cambio, la pandemia nos impone una suerte de “cura de realidad”, que
requiere afrontar el problema y adoptar los remedios adecuados para resolverlo.
Las vacunas no son instrumentos mágicos de curación, sino que representan
ciertamente, junto con los tratamientos que se están desarrollando, la solución
más razonable para la prevención de la enfermedad.
Por otra parte, la
política debe comprometerse a buscar el bien de la población por medio de
decisiones de prevención e inmunización, que interpelen también a los
ciudadanos para que puedan sentirse partícipes y responsables, por medio de una
comunicación transparente de las problemáticas y de las medidas idóneas para
afrontarlas. La falta de firmeza decisional y de claridad comunicativa genera
confusión, crea desconfianza y amenaza la cohesión social, alimentando nuevas
tensiones. Se instaura un “relativismo social” que hiere la armonía y la
unidad.
Por último, es
necesario un compromiso global de la comunidad internacional, para que toda la
población mundial pueda acceder de la misma manera a los tratamientos médicos
esenciales y a las vacunas. Lamentablemente, se constata con dolor
que, en extensas zonas del mundo, el acceso universal a la asistencia sanitaria
sigue siendo un espejismo. En un momento tan grave para toda la humanidad, reitero
mi llamamiento para que los gobiernos y los entes privados implicados muestren
sentido de responsabilidad, elaborando una respuesta coordinada a todos los
niveles (local, nacional, regional y global), mediante nuevos modelos de
solidaridad e instrumentos aptos para reforzar las capacidades de los países
más necesitados.
Me permito exhortar, en
particular, a los estados que se están esforzando por establecer un instrumento
internacional sobre la preparación y la respuesta a las pandemias, bajo el
patrocinio de la Organización Mundial de la Salud, para que adopten una política
de desinteresada ayuda mutua, como principio clave para que el acceso a
instrumentos diagnósticos, vacunas y fármacos esté garantizado a todos. Asimismo,
sería conveniente que instituciones como la Organización Mundial del Comercio y
la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual adecuen sus propios
instrumentos jurídicos, para que las reglas monopólicas no constituyan
ulteriores obstáculos a la producción y a un acceso organizado y coherente a
los tratamientos a nivel mundial.
Queridos embajadores:
El año pasado, gracias
también a la flexibilización de las restricciones dispuestas en el 2020, tuve
ocasión de recibir a muchos jefes de estado y de gobierno, además de diversas
autoridades civiles y religiosas.
Entre los múltiples
encuentros, quisiera mencionar aquí la jornada del pasado 1 de julio,
dedicada a la reflexión y a la oración por el Líbano. Al querido
pueblo libanés, azotado por una crisis económica y política difícil de
remediar, deseo renovar hoy mi cercanía y mi oración, mientras espero que las
reformas necesarias y el apoyo de la comunidad internacional ayuden al país a
permanecer firme en su identidad como modelo de coexistencia pacífica y de
fraternidad entre las diversas religiones ahí presentes.
Durante el año 2021,
también pude reanudar los viajes apostólicos. En el mes de marzo tuve
la alegría de visitar Irak. Quiso la Providencia que esto sucediera
como un signo de esperanza después de años de guerra y terrorismo. El pueblo
iraquí tiene derecho a recuperar la dignidad que le pertenece y a vivir en paz.
Sus raíces religiosas y culturales son milenarias: Mesopotamia es cuna de
civilización; fue de allí de donde Dios llamó a Abrahán para dar inicio a la
historia de la salvación.
Después, en septiembre,
visité Budapest para la clausura del Congreso Eucarístico
Internacional; y, luego, Eslovaquia. Fue una oportunidad de encuentro con
los fieles católicos y de otras confesiones cristianas, como también de diálogo
con los judíos.
Del mismo modo, el viaje
a Chipre y Grecia, del que conservo vivos recuerdos, me permitió
profundizar los vínculos con los hermanos ortodoxos y experimentar la
fraternidad entre las diversas confesiones cristianas.
Una parte conmovedora de
este viaje tuvo lugar en la isla de Lesbos, donde pude constatar la
generosidad de quienes trabajan para brindar acogida y ayuda a los migrantes,
pero sobre todo vi los rostros de muchos niños y adultos alojados en los
centros de acogida. En sus ojos está el cansancio del viaje, el miedo a un
futuro incierto, el dolor por los propios seres queridos que dejaron atrás y la
nostalgia de la patria que se vieron obligados a abandonar. Ante estos rostros
no podemos permanecer indiferentes ni quedarnos atrincherados detrás de muros y
alambres espinados, con el pretexto de defender la seguridad o un estilo de
vida. Esto no se puede.
Por eso, agradezco a
todos aquellos, personas y gobiernos, que se esfuerzan por garantizar acogida y
protección a los migrantes, haciéndose cargo también de su promoción humana y
de su integración en los países que los han acogido. Soy consciente de las
dificultades que algunos estados encuentran frente a flujos ingentes de
personas. A nadie se le puede pedir lo que no puede hacer, pero hay una
clara diferencia entre acoger, aunque sea limitadamente, y rechazar totalmente.
Es necesario vencer la
indiferencia y rechazar la idea de que los migrantes sean un problema de los
demás. El resultado de semejante planteamiento se ve en la deshumanización
misma de los migrantes, concentrados en los centros de registro e identificación
-hotspot-, donde acaban siendo presa fácil de la delincuencia y de los
traficantes de seres humanos, o por intentar desesperados planes de fuga que a
veces culminan con la muerte. Lamentablemente, también es preciso destacar que
los mismos migrantes a menudo son transformados en armas de coacción política,
en una especie de “artículo de negociación”, que despoja a las personas de su
dignidad.
En esta sede,
deseo renovar mi gratitud a las autoridades italianas, gracias a las
cuales algunas personas pudieron venir conmigo a Roma desde Chipre y Grecia.
Se trató de un gesto sencillo pero significativo. Al pueblo italiano, que
sufrió mucho al comienzo de la pandemia, pero que también ha demostrado
alentadores signos de recuperación, dirijo mis mejores votos, para que mantenga
siempre el espíritu de apertura generosa y solidaria que lo distingue.
Al mismo tiempo,
considero de fundamental importancia que la Unión Europea encuentre su
cohesión interna en la gestión de las migraciones, como la ha sabido
encontrar para hacer frente a las consecuencias de la pandemia. Es necesario,
en efecto, dar vida a un sistema coherente e integral de gestión de las
políticas migratorias y de asilo, de modo que se compartan las
responsabilidades en la recepción de migrantes, la revisión de las solicitudes
de asilo, la redistribución e integración de cuantos puedan ser acogidos. La
capacidad de negociar y encontrar soluciones compartidas es uno de los puntos
de fuerza de la Unión Europea y constituye un modelo válido para afrontar con
visión los retos globales que nos esperan.
Las migraciones, sin
embargo, no conciernen solo a Europa, aunque se vea especialmente afectada por
los flujos provenientes de África y Asia. En estos años hemos asistido, entre
otras cosas, al éxodo de los prófugos sirios, al que se han agregado en los
últimos meses los que huyeron de Afganistán. Tampoco debemos olvidar los éxodos
masivos que afectan al continente americano y que crean presión en la frontera
entre México y Estados Unidos de América. Muchos de esos migrantes son
haitianos que huyen de las tragedias que han golpeado su país en estos años.
La cuestión migratoria,
como también la pandemia y el cambio climático, muestran claramente
que nadie se puede salvar por sí mismo, es decir, que los grandes desafíos de
nuestro tiempo son todos globales. Por eso, es preocupante constatar que,
frente a una mayor interconexión de los problemas, vaya creciendo una mayor
fragmentación de las soluciones. Con frecuencia se observa una falta de
voluntad de querer abrir ventanas de diálogo y señales de fraternidad, y esto
termina por alimentar más tensiones y divisiones, así como una sensación
generalizada de incertidumbre e inestabilidad. Es necesario, en cambio,
recuperar el sentido de nuestra común identidad como única familia humana. La
alternativa sólo es un creciente aislamiento, marcado por exclusiones y
clausuras recíprocas que de hecho ponen aún más en peligro la multilateralidad,
que es ese estilo diplomático que ha caracterizado las relaciones
internacionales desde el final de la segunda guerra mundial.
Hace tiempo que
la diplomacia multilateral atraviesa una crisis de confianza, debida a una
reducida credibilidad de los sistemas sociales, gubernamentales e
intergubernamentales. A menudo se toman importantes resoluciones, declaraciones
y decisiones sin una verdadera negociación en la que todos los países tengan
voz y voto. Este desequilibrio, que hoy se ha vuelto dramáticamente evidente,
genera una falta de aprecio hacia los organismos internacionales por parte de
muchos estados y debilita el sistema multilateral en su conjunto, reduciendo
cada vez más su capacidad para afrontar los desafíos globales.
El déficit de eficacia de
muchas organizaciones internacionales también se debe a las diferentes
visiones, que tienen los diversos miembros, de los fines que estas deberían
alcanzar. Con frecuencia, el centro de interés se ha trasladado a temáticas que
por su naturaleza provocan divisiones y no están estrechamente relacionadas con
el fin de la organización, dando como resultado agendas cada vez más dictadas
por un pensamiento que reniega los fundamentos naturales de la humanidad y las
raíces culturales que constituyen la identidad de muchos pueblos. Como tuve
oportunidad de afirmar en otras ocasiones, considero que se trata de una forma
de colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y
que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación,
que invade muchos ámbitos e instituciones públicas. En nombre de la protección
de las diversidades, se termina por borrar el sentido de cada identidad,
con el riesgo de acallar las posiciones que defienden una idea respetuosa y
equilibrada de las diferentes sensibilidades. Se está elaborando un pensamiento
único —peligroso— obligado a renegar la historia o, peor aún, a reescribirla en
base a categorías contemporáneas, mientras que toda situación histórica debe
interpretarse según la hermenéutica de la época, no según la hermenéutica de
hoy.
Por eso, la diplomacia
multilateral está llamada a ser verdaderamente inclusiva, no suprimiendo sino
valorando las diversidades y las sensibilidades históricas que distinguen a los
distintos pueblos. De ese modo, esta volverá a adquirir credibilidad y eficacia
para afrontar los próximos retos, que exigen a la humanidad que vuelva a
reunirse como una gran familia, la cual, aunque partiendo de puntos de vista
diferentes, debe ser capaz de encontrar soluciones comunes para el bien de
todos. Esto exige confianza recíproca y disponibilidad para dialogar,
concretamente para «escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar
juntos».[2]
Por otra parte, «el
diálogo es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser
siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial».[3] Nunca
debemos olvidar que «hay algunos valores permanentes».[4] No
siempre es fácil reconocerlos, pero aceptarlos «otorga solidez y estabilidad a
una ética social. Aun cuando los hayamos reconocido y asumido gracias al
diálogo y al consenso, vemos que esos valores básicos están más allá de todo
consenso».[5] Deseo destacar especialmente el derecho a
la vida, desde la concepción hasta su fin natural, y el derecho a la libertad
religiosa.
En esta perspectiva, en
los últimos años ha crecido cada vez más la conciencia colectiva en lo
referente a la urgencia de afrontar el cuidado de nuestra casa común, que está
sufriendo a causa de una continua e indiscriminada explotación de los recursos.
A este respecto, pienso especialmente en las Filipinas, golpeadas en las
semanas pasadas por un tifón devastador, como también en otras naciones del
Pacífico, vulnerables por los efectos negativos del cambio climático, que ponen
en riesgo la vida de los habitantes, la mayoría de los cuales dependen de la
agricultura, la pesca y los recursos naturales.
Esta constatación es
precisamente la que debe impulsar a la comunidad internacional en su conjunto a
encontrar soluciones comunes y ponerlas en práctica. Nadie puede eximirse de
dicho esfuerzo, porque nos atañe e implica a todos en la misma medida. En la
reciente COP26, en Glasgow, se dieron algunos pasos que van en la correcta
dirección, aunque más bien débiles respecto a la consistencia del problema a
afrontar. El camino para alcanzar los objetivos del Acuerdo de París es
complejo y parece todavía largo, mientras el tiempo a disposición es cada vez
menos. Todavía hay mucho que hacer, y por consiguiente el 2022 será otro año
fundamental para verificar cuánto y cómo, lo que se decidió en Glasgow, pueda y
deba ser reforzado posteriormente, en consideración a la COP27, prevista para
el próximo mes de noviembre en Egipto.
Excelencias, señoras y
señores:
El diálogo y la
fraternidad son los dos frentes esenciales para superar las crisis del momento
actual. Sin embargo, «a pesar de los numerosos esfuerzos encaminados a un diálogo
constructivo entre las naciones, el ruido ensordecedor de las guerras y los
conflictos se amplifica»[6], y toda la comunidad internacional debe
interrogarse sobre la urgencia de encontrar soluciones a los interminables
conflictos, que a veces adoptan la forma de verdaderas guerras subsidiarias (proxy
wars).
Pienso en primer lugar
en Siria, donde todavía no hay un horizonte claro para la recuperación
del país. Aún hoy, el pueblo sirio sigue llorando a sus muertos y la
pérdida de todo, con la esperanza de un futuro mejor. Se necesitan reformas
políticas y constitucionales para que el país renazca, sin embargo, es también
indispensable que las sanciones aplicadas no afecten directamente a la vida
cotidiana, ofreciendo un rayo de esperanza a la población, cada vez más
atenazada por la pobreza.
Tampoco podemos olvidar
el conflicto en Yemen, una tragedia humana que lleva años desarrollándose
en silencio, lejos de los reflectores mediáticos y ante una cierta indiferencia
de la comunidad internacional, que sigue causando numerosas víctimas civiles,
especialmente mujeres y niños.
Durante el año pasado no
se produjo ningún avance en el proceso de paz entre Israel y Palestina.
Me gustaría que estos dos pueblos reconstruyeran la confianza entre ellos y
volvieran a hablarse directamente para poder llegar a vivir en dos estados, uno
junto al otro, en paz y seguridad, sin odio ni resentimiento, pero curados por
el perdón recíproco.
Las tensiones
institucionales en Libia son motivo de preocupación, así como también
los episodios de violencia provocados por el terrorismo internacional
en la región del Sahel y los conflictos internos en Sudán, Sudán del Sur y
Etiopía, donde es necesario «encontrar el camino de la reconciliación y la
paz a través de un debate sincero, que ponga las exigencias de la población en
primer lugar».[7]
Las desigualdades
profundas, las injusticias y la corrupción endémica, así como las diversas
formas de pobreza que ofenden la dignidad de las personas, también siguen
alimentando los conflictos sociales en el continente americano,
donde la polarización cada vez más fuerte no ayuda a resolver los problemas
reales y urgentes de los ciudadanos, especialmente de los más pobres y
vulnerables.
La confianza mutua y la
voluntad para un debate sereno deben animar a todas las partes implicadas para
encontrar soluciones aceptables y duraderas en Ucrania y en el Cáucaso meridional,
así como evitar la apertura de nuevas crisis en los Balcanes, sobre
todo en Bosnia y Herzegovina.
Diálogo y fraternidad
son más urgentes que nunca para hacer frente, con sabiduría y eficacia, a la
crisis que afecta desde hace casi un año a Myanmar, donde las
calles que antes eran lugares de encuentro son ahora escenario de
enfrentamientos, que no perdonan ni siquiera los lugares de oración.
Evidentemente, todos los
conflictos se ven facilitados por la abundancia de armas disponibles y la falta
de escrúpulos de quienes se encargan de difundirlas. A veces nos hacemos la
ilusión de que las armas sólo sirven para disuadir a posibles agresores. La
historia, y por desgracia también las noticias, nos enseñan que no es así.
Quien tiene armas, tarde o temprano acaba usándolas, porque, como decía san
Pablo VI, «no es posible amar con armas ofensivas en las manos».[8] Además,
«cuando nos entregamos a la lógica de las armas y nos alejamos del ejercicio
del diálogo, nos olvidamos trágicamente de que las armas, antes incluso de
causar víctimas y ruinas, tienen la capacidad de provocar pesadillas».[9] Estas
preocupaciones se concretan aún más hoy en día por la disponibilidad y el uso
de armamentos autónomos, que pueden tener consecuencias terribles e
imprevisibles, mientras que deberían estar sujetas a la responsabilidad de la
comunidad internacional.
Entre las armas
que la humanidad ha producido, las nucleares son motivo de especial
preocupación. A finales de diciembre pasado se pospuso de nuevo, por causa
de la pandemia, la X Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación de
las Armas Nucleares, que estaba prevista en Nueva York para estos días. Un
mundo sin armas nucleares es posible y necesario. En este sentido, deseo que la
comunidad internacional aproveche la oportunidad de dicha conferencia para dar
un paso significativo en esta dirección. La Santa Sede sigue insistiendo en que
las armas nucleares son instrumentos inadecuados e inapropiados para responder
a las amenazas a la seguridad en el siglo XXI y que su posesión es inmoral. Su
fabricación desvía recursos a las perspectivas de un desarrollo humano integral
y su uso, además de producir consecuencias humanitarias y medioambientales
catastróficas, amenaza la existencia misma de la humanidad. La Santa Sede
considera también importante que la reanudación de las negociaciones en Viena
sobre el Acuerdo Nuclear con Irán (Joint Comprehensive Plan of Action)
pueda alcanzar resultados positivos para garantizar un mundo más seguro y
fraterno.
Queridos embajadores:
En mi mensaje
para la Jornada Mundial de la Paz, celebrada el pasado 1 de
enero, he querido destacar los elementos que considero esenciales para fomentar
una cultura del diálogo y la fraternidad.
Un lugar especial lo
ocupa la educación, a través de la cual se forman las nuevas
generaciones, que son la esperanza y el futuro del mundo. Es el vector
principal del desarrollo humano integral, ya que hace a la persona libre y
responsable.[10] El proceso educativo es lento y complicado, a
veces puede llevar al desánimo, pero nunca se puede abandonar; es una expresión
eminente del diálogo, porque no hay verdadera educación que no sea dialógica en
su estructura. Asimismo, la educación genera cultura y construye puentes de
encuentro entre los pueblos. La Santa Sede ha subrayado el valor de la
educación participando en la Expo Dubái 2021, en los Emiratos Árabes Unidos, con
un pabellón inspirado en el tema de la Exposición: “Conectando mentes, creando
el futuro”.
La Iglesia Católica
siempre ha reconocido y valorado el papel de la educación en el crecimiento
espiritual, moral y social de las jóvenes nuevas generaciones. Por ello, me
resulta aún más doloroso constatar que en diversos ámbitos educativos
-parroquias y colegios- se han producido abusos a menores, con graves
consecuencias psicológicas y espirituales para las personas que los han
sufrido. Son crímenes sobre los que debe haber una firme voluntad de
esclarecimiento, examinando los casos individuales para determinar las
responsabilidades, hacer justicia a las víctimas y evitar que semejantes
atrocidades se repitan en el futuro.
A pesar de la gravedad
de estos actos, ninguna sociedad puede renunciar a su responsabilidad de
educar. Por otra parte, es triste constatar cómo, a menudo, en los presupuestos
estatales se destinan pocos recursos para la educación. Esta se considera
principalmente como un gasto, mientras que, en cambio, es la mejor inversión
posible.
La pandemia ha impedido
que numerosos jóvenes accedan a los centros educativos, en detrimento de su
desarrollo personal y social. Muchos, por medio de las modernas herramientas
tecnológicas, han encontrado refugio en realidades virtuales, que crean
vínculos psicológicos y emocionales muy fuertes, con la consecuencia de
alejarlos de los demás y de la realidad circundante y alterar radicalmente las
relaciones sociales. Con ello no trato de negar la utilidad de la tecnología y
sus productos, que nos permiten conectarnos cada vez más fácil y rápidamente,
pero quiero señalar la urgente necesidad de vigilar para que estos instrumentos
no sustituyan las verdaderas relaciones humanas, a nivel interpersonal,
familiar, social e internacional. Si se aprende a aislarse desde pequeños, será
más difícil en el futuro construir puentes de fraternidad y paz. En un universo
donde sólo existe el “yo”, difícilmente puede haber lugar para el “nosotros”.
El segundo elemento que
me gustaría recordar brevemente es el trabajo, «factor indispensable para
construir y mantener la paz; es expresión de uno mismo y de los propios dones,
pero también es compromiso, esfuerzo, colaboración con otros, porque se trabaja
siempre con o por alguien. En esta perspectiva marcadamente social, el trabajo
es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más
habitable y hermoso».[11]
Hemos constatado
cómo la pandemia ha puesto a prueba la economía mundial, con graves
repercusiones para las familias y los trabajadores, que están
experimentando situaciones de angustia psicológica, antes incluso que
dificultades económicas. Además, ha puesto aún más de manifiesto la
persistencia de las desigualdades en diversos ámbitos socioeconómicos. Entre
ellas, el acceso al agua potable, la alimentación, la educación y la atención
médica. El número de personas que viven en pobreza extrema está aumentando
considerablemente. Además, la crisis sanitaria ha llevado a muchos trabajadores
a cambiar el tipo de empleo y a veces los ha obligado a entrar en el espacio de
la economía sumergida, privándolos también de las medidas de protección social
previstas en muchos países.
En este contexto, la
conciencia del valor del trabajo adquiere una importancia adicional,
puesto que no puede haber desarrollo económico sin trabajo, ni se puede pensar
que las tecnologías modernas puedan sustituir el valor añadido que aporta el
trabajo humano. El trabajo es también ocasión para descubrir la propia
dignidad, para ir al encuentro de los demás y crecer como ser humano; es camino
privilegiado a través del cual cada uno puede participar activamente en el bien
común y contribuir concretamente a la construcción de la paz. Por lo tanto,
también en este terreno es necesaria una mayor cooperación entre todos los
actores a nivel local, nacional, regional y mundial, especialmente en el
próximo período, con los desafíos que plantea la deseada reconversión ecológica.
Los próximos años serán una oportunidad para desarrollar nuevos servicios y
empresas, adaptar los existentes, aumentar el acceso al trabajo digno y
trabajar por el respeto de los derechos humanos y de niveles adecuados de
remuneración y protección social.
Excelencias, señoras y
señores:
El profeta Jeremías nos
recuerda que Dios tiene para nosotros «planes de paz y no de desgracia,
de dar[nos] un futuro y una esperanza» (29,11). Por eso, no debemos
tener miedo de dar cabida a la paz en nuestras vidas, cultivando el diálogo y
la fraternidad entre nosotros. La paz es un bien “contagioso”, que se propaga
desde el corazón de quienes la desean y aspiran a vivirla, alcanzando al mundo
entero. A cada uno de ustedes, a sus seres queridos y a sus pueblos les renuevo
mi bendición y mi más sincero deseo de un año de serenidad y paz.
Gracias.
[2] Mensaje para la 55.ª Jornada Mundial de la Paz (8 diciembre 2021), 2.
[3] Carta enc. Fratelli tutti (3 octubre 2020), 211.
[5] Ibíd.
[6] Mensaje para la 55.ª Jornada Mundial de la Paz, 1.
[7] Mensaje Urbi et Orbi, 25 diciembre 2021.
[8] Discurso a la Organización de las Naciones Unidas (4 octubre 1965), 10.
[9] Encuentro por la paz, Hiroshima, 24 noviembre 2019.
[10] Cf. Mensaje para la 55.ª Jornada Mundial de la Paz, 3.
[11] Mensaje para la 55.ª Jornada Mundial de la Paz, 4.
Fuente: ACI Prensa