13 – Enero. Jueves de la I semana del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio
según san Marcos 1, 40-45
Se le acerca
un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido,
extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se
le quitó inmediatamente y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole
severamente: «No se lo digas a nadie; pero para que conste, ve a
presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para
que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien
alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente
en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a
él de todas partes.
Comentario
Ya casi nadie
quiere arrodillarse. Muy pocos pueden vislumbrar que, quizá, ese gesto es el
único que nos abre la puerta de la esperanza. Y, mucho menos, que posiblemente
sea el acto más decente y estimable que podamos realizar en nuestro breve paso
por la tierra. Por eso, en el evangelio de hoy aprendemos de un leproso una maravillosa
lección evangélica.
El leproso de
Galilea sabe que es leproso, asume su condición de descartado y presenta sus
heridas a la mirada de Jesús. Es precisamente la aceptación de su miseria la
que le lleva a correr para postrarse de hinojos ante el nazareno que, aunque no
lo sabía, es el verbo de Dios encarnado.
Porque
arrodillarse también implica reconocer que no estoy solo con mis penalidades.
Que hay alguien que puede librarme de mi inmundicia. Que hay alguien a quien
puedo confiarle mi nada y mi pobreza. Un hombre, una mujer arrodillados son el
mejor icono de la esperanza.
Arrodillarse
ante Jesús significa que solamente Él justifica mi existencia. Queremos vivir
arrodillados siempre: cada mañana y cada noche, nada más levantarnos y antes de
acostarnos. Deseamos arrodillarnos también ante el Cuerpo y Sangre todos los
días en la misa, cuando resuenan en el templo las campanillas durante la
elevación de las sagradas especies. Y también delante del sacerdote en el
sacramento de la Penitencia. Como el leproso queremos decir: Si quieres,
puedes limpiarme. Porque deseamos escuchar la voz de Cristo, que dice: Sí,
quiero, queda limpio.
José María
García Castro
Fuente: Opus
Dei





