6 – Enero. Jueves. Epifanía del Señor
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Evangelio
según san Mateo 2, 1-12
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: «En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel”».
Comentario
En la
solemnidad de la Epifanía del Señor, la Iglesia celebra con gozo la
manifestación de Jesús como Hijo de Dios, que ha nacido para traer al mundo la
Salvación. En el marco del tiempo de la Navidad en el que nos encontramos, la
Adoración de los Magos al Niño nos ofrece otra posibilidad más para seguir
penetrando en el misterio de quién es ese niño que nació en una aldea recóndita
de Israel hace veinte siglos y que, sin embargo, continúa brillando con una luz
que no se puede apagar en los corazones de tantas personas.
En el
evangelio de hoy hay un elemento que llama poderosamente la atención: la
estrella que guía a los Magos desde Oriente hasta Belén. Los intentos de
identificar esta estrella como un cometa o como una conjunción de astros no han
dado resultados satisfactorios. Según ideas difundidas en la época, el nacimiento
de los personajes importantes estaba relacionado con ciertos movimientos de los
astros. Dios pudo valerse de esas nociones para conducirles hasta Jesucristo.
En esa perspectiva, el sentido del pasaje es claro: los magos comienzan su
itinerario desde la revelación de Dios en la naturaleza, la estrella, pero
tienen que pasar por la revelación en las Escrituras de Israel (En Belén de
Judá — le dijeron —, pues así está escrito por medio del Profeta) para
encontrar al verdadero Dios[1].
En cualquier
caso, la luz propia y el movimiento de esta estrella condujo a los Magos hasta
Jesús, como solemos representarla en los nacimientos. Más adelante, después de
sortear las argucias de Herodes, los Magos por fin encontraron al Niño con su
Madre, y la estrella pasó a un segundo plano pues su misión ya había sido
completada. Lo que ahora tenían delante los Magos ya no era un elemento cósmico
espectacular, sino un sencillo niño –en apariencia normal y corriente– ante el
que se postraron y le ofrecieron oro, incienso y mirra.
Si
escucháramos este relato por primera vez, seguro que nos sorprendería la
diferencia tan grande que hay entre el medio empleado por los Magos (la
estrella que les acompaña y les guía) y el fin que logran (encontrar a un
niño). Precisamente, esta diferencia sustancial nos puede ayudar a
introducirnos más en el misterio de quién sería ese Niño que viene precedido,
no solo de un astro brillante, sino también de numerosas profecías que hablaban
ya de Él.
Los Magos,
como escribía san León Magno, representan a toda la humanidad, que desde aquel
momento recibió la llamada a la Salvación precisamente a través de ese pequeño
Niño: «Que todos los pueblos vengan a incorporarse a la familia de los
patriarcas, y que los hijos de la promesa reciban la bendición de la
descendencia de Abrahán (…). Que todas las naciones, en la persona de los tres
Magos, adoren al Autor del universo, y que Dios sea conocido, no ya sólo en
Judea, sino también en el mundo entero, para que por doquier sea grande su
nombre en Israel»[2].
La estrella,
con su luz y su movimiento, precedió al Niño, que es la Luz y el Movimiento en
sí mismo, porque «todo se hizo por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha
sido hecho» (Jn 1,3).
La experiencia
de acudir a un lugar tranquilo, de noche, en un día despejado, acomodarse para
mirar hacia arriba con paz y contemplar el firmamento durante un momento nos
llena de paz. Aunque no se tengan demasiadas nociones de astrología, es fácil
quedarse embelesado con la cantidad de luces que brillan en el cielo. Mirar las
estrellas nos puede ayudar a salir de nuestros asuntos cotidianos, a los que
con frecuencia concedemos demasiada importancia.
Sin embargo,
aunque mirar al cielo puede ayudarnos a despertar, la verdadera estrella del
mundo y de la historia, la que es origen y da sentido a las demás, está mucho
más cercana a nosotros de lo que lo están los demás astros del firmamento.
Jesús, en el pesebre o en brazos de su Madre, desea llenarnos con su luz, que
nunca se apaga, para que también nosotros podamos ser estrellas que le ayuden a
llenar el mundo y la historia con su claridad. Y esto es lo que celebramos en
la fiesta de hoy y en todo el tiempo de Navidad, que Dios se ha hecho hombre
para salvarnos, por pura gratuidad de su amor.
[1] Cfr.
Nota a Mt 2,1-12, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona.
[2] San
León Magno, Sermo 3 in Epiphania Domini 2.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus Dei





