14 – Enero. Viernes de la I semana del Tiempo Ordinario
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio
según san Marcos 2, 1-12
Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra. Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: «¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?». Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —dice al paralítico—: “Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”».
Comentario
En la escena
que se nos presenta hoy, un paralítico copa la atención de Jesús. Se trata de
una persona dependiente, pues necesita de hasta cuatro personas para que le
acerquen al Maestro y pedirle la curación. De hecho, las primeras palabras del
Señor “Tus pecados te son perdonados” (v. 5) las pronuncia el Señor viendo la
fe de esas personas que cargan con el inválido.
Más allá del
gran milagro de sanación que realiza el Señor sobre el alma y el cuerpo del
enfermo y de la tremenda dureza de corazón de los escribas que observan el
prodigio, la actitud de estas cuatro personas que llevan al paralítico nos da
una lección de cómo estamos llamados a actuar cristianamente con las personas
que deseamos que se acerquen al Señor.
Podemos pensar
que, antes de buscar una camilla y cargar con el enfermo, sortear a la multitud
que se agolpaba en torno a Jesús y poder hacerse un hueco justo delante del
Maestro, estas cuatro personas se convencieron de que el milagro de la curación
era posible. Lo deseaban con todas sus fuerzas porque su amor hacia el enfermo
–que probablemente sería su amigo– era grande y buscaban lo mejor para él.
Después, ponerse manos a la obra y llegar hasta Jesús, no les resultó tan
complicado.
Además, Jesús,
como hace tantas veces con nosotros, nos sale al encuentro enseguida porque Él
está deseando que le mostremos nuestras necesidades y anhelos profundos para
colmarlos. A veces seremos capaces de hacerlo por nuestra cuenta… pero la
mayoría de las veces, necesitaremos al lado a algún hermano o amigo que nos
ayude a dar ese paso de encontrar a Jesús.
Pablo Erdozáin
Fuente: Opus
Dei