13 – Febrero. VI Domingo del Tiempo Ordinario
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 6, 17.
20-26
Después de bajar con ellos, se
paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre
del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de
Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus
discípulos, les decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino
de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis
saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados
vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban
vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese
día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es
lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero ¡ay de vosotros, los
ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los
que estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque
haréis duelo y lloraréis! ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso
es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.
Comentario
El evangelio de este domingo
recoge uno de los pasajes más sorprendentes y nucleares de la predicación de
Jesús: las bienaventuranzas, que son con su lenguaje paradójico una enseñanza
sobre la verdadera felicidad que todos los hombres buscan. San Josemaría las
definía como “un poema del amor divino”[1]. De hecho,
como explica el Papa Francisco, “las bienaventuranzas son el retrato de Jesús,
su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también
nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús”[2]. Lucas nos
muestra al Maestro de pie en un llano, predicando con autoridad y majestad.
Mezclados entre la muchedumbre, hoy podemos sentir como dirigidas a nosotros
sus palabras.
“Bienaventurados los pobres”. En
la vida de un cristiano la pobreza no es opcional: sin ella no se es discípulo
ni tampoco dichoso. Todos hemos de vivirla como el Maestro. Y para encarnar la
pobreza en medio del mundo, san Josemaría recomendaba: “te aconsejo que contigo
seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo,
por veleidad, por vanidad, por comodidad...; no te crees necesidades”[3]. Frente a un
clima general de consumismo, es necesario revisar con frecuencia si estamos
desprendidos de las cosas que usamos; si vivimos ligeros de equipaje para
seguir de cerca a Jesús y empezar a poseer “el Reino de Dios”. Si vivimos la
pobreza sabremos cuidar también con generosidad de los demás y en especial de
los pobres y los que pasan necesidad, a los que nunca veremos con indiferencia.
“Bienaventurados los que ahora
pasáis hambre”. En la opulencia de los ricos y saciados no hay sitio para Dios
y los demás. En cambio, quienes viven con sobriedad y templanza empiezan a “ser
saciados” por Dios. Se trata de disfrutar de los bienes terrenos con
agradecimiento, pero de forma que nos lleven a desear los bienes espirituales.
Esta bienaventuranza nos invita también a trabajar con confianza en la
providencia: mientras procuramos ganar con rectitud el sustento necesario,
mantenemos la serenidad ante las posibles estrecheces, porque Dios nunca
abandona a sus hijos.
Jesús dice también que son
bienaventurados los que ahora lloran, porque luego reirán. Cuando un cristiano
procura imitar al Maestro, “experimenta la íntima relación entre cruz y
resurrección”[4],
como explicaba Benedicto XVI. Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para
transformar el sufrimiento en amor redentor. Tenemos entonces la misma alegría
que vivió el Señor en su Pasión, porque con ella nos alcanzaba el don del
Espíritu Santo y nos abría las puertas del Cielo. Con esta esperanza y
consuelo, el cristiano es consuelo para los demás; “puede atreverse a compartir
el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas”, nos dice el
Papa Francisco[5].
Por último, Jesús llama
bienaventurados a los que sufren persecución o rechazo por su causa. Nuestra
coherencia de cristianos corrientes puede chocar o molestar a otros. Pero hemos
de ser valientes para reflejar con nuestra conducta recta el Rostro amable de
Jesús que todas las personas buscan. En esto podemos seguir el consejo que daba
san Pedro a los primeros cristianos: “si tuvierais que padecer por causa de la
justicia, bienaventurados vosotros: No temáis ante sus intimidaciones, ni os
inquietéis, sino glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, siempre
dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza;
pero con mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que
quienes calumnian vuestra buena conducta en Cristo, queden confundidos en
aquello que os critican” (1Pedro 3,14-18). En resumen, y en contra de lo que
pueda parecer, nuestra dicha no radica en la posesión ilimitada de bienes.
Tampoco en conseguir a toda costa la aprobación ajena. La felicidad está más bien
en la identificación con Cristo.
[2] Papa Francisco, Audiencia 6 agosto 2014.
[3] San Josemaría, Amigos de Dios, 123.
[4] Benedicto XVI, Jesús Nazaret, 100.
[5] Papa Francisco, Gaudete et exultate, 76
Pablo Edo
Fuente: Opus Dei





