4 – Febrero. Viernes de la IV semana del Tiempo Ordinario
Cursillos de Cristiandad |
Evangelio según san Marcos 6, 14-29
Como la fama de Jesús se había extendido, el rey Herodes oyó hablar de él. Unos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso las fuerzas milagrosas actúan en él». Otros decían: «Es Elías». Otros: «Es un profeta como los antiguos». Herodes, al oírlo, decía: «Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado».
Es que Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía.
El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los
convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que
trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza
en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al
enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un
sepulcro.
Comentario
En el evangelio de Marcos el
relato del martirio del Bautista está enmarcado entre el envío de los doce
apóstoles y su vuelta, como para señalar que el martirio es una posibilidad en
el horizonte de un apóstol de Jesucristo.
Pero los detalles del relato
adelantan algo acerca del sacrificio del Señor. Como el Maestro, Juan no tenía
miedo en decir la verdad: «No te es lícito tener a la mujer de tu hermano», y
todos, incluido Herodes, pensaban que era un hombre justo y santo, como Jesús
de quien la gente decía que “todo lo ha hecho bien” (Mc 7,37).
El destino de Juan, como el de
Jesús, cayó en las manos de hombres como Herodes y Pilato, débiles y temerosos,
que no querían contrariar a los demás, hasta el punto de sacrificar la verdad
para evitar problemas personales. Tanto el profeta como el Mesías mueren de una
muerte cruel y en la soledad de la cárcel y de la cruz. Y al final los
discípulos de ambos vienen a recoger sus cuerpos y los ponen en un sepulcro.
En aquellos momentos se hablaría
tanto del martirio del Bautista que la gente creía que este profeta seguía
actuando: “Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos, y por eso
actúan en él unos poderes”.
Juan es el primero en imitar al
Señor en su “dar la vida por sus amigos”. Por eso es el único santo de quien la
Iglesia celebra litúrgicamente el nacimiento y la muerte.
Al volver a leer el martirio de
este hombre santo, podemos recordar que todos estamos llamados a ser mártires,
testigos de la verdad. Como en el Bautista, todos tienen que ver en nosotros
una semejanza a Jesús.
No podemos tener miedo a
manifestar en nuestro entorno la presencia de Dios, soportando con alegría los
riesgos que supone la coherencia de una fe vivida con generosidad. “Hemos de
hacer vida nuestra la vida y la muerte de Cristo. Morir por la mortificación y
la penitencia, para que Cristo viva en nosotros por el Amor”. (San Josemaría, Vía
Crucis XIV)
Giovanni Vassallo
Fuente: Opus Dei