10 – Febrero. Jueves. Santa Escolástica, virgen
| Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Marcos 7,
24-30
Desde allí fue a la región de
Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró
ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se
enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era
pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su
hija. Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien
tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella replicó:
«Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran
los niños». Él le contestó: «Anda, vete, que por eso que has dicho, el
demonio ha salido de tu hija». Al llegar a su casa, se encontró a la niña
echada en la cama; el demonio se había marchado.
Comentario
¿Cómo se habrá enterado aquella
mujer sirofenicia de quién era Jesús? El evangelio no nos dice nada al
respecto. Por su procedencia, probablemente no viviría lejos de Galilea. Y ahí
el Señor había obrado muchos milagros, y la gente estaba entusiasmada con su
predicación. Además, la esperanza de la llegada del Mesías circulaba entre los
judíos, y es lógico que los pueblos colindantes supieran algo sobre los anhelos
del Pueblo de Israel.
Sea como fuere, aquella mujer
tenía un corazón abierto a la acción de Dios. Los comentarios sobre la
disponibilidad de Jesús para atender a la gente necesitada –enfermos,
endemoniados, etc.– habrían encendido su esperanza. En el diálogo con Cristo,
parece admitir que el Pueblo de Israel tiene una relación especial con el
Señor, pues es como el hijo que está a la mesa del padre. Así, podemos adivinar
que la sirofenicia tiene cierta fe en las promesas que Dios había hecho a los
judíos. Pero ella además intuye que esa relación particular del Señor con su
Pueblo no se encierra en sí misma, sino que de algún modo la misericordia de
Dios se desborda para llegar a toda la Humanidad.
Esta mujer es un modelo de
humildad y de confianza. No tiene reparos en ponerse con la frente en tierra
ante los pies de aquel profeta extranjero. Y sabe insistir incluso cuando
parece que no tiene muchos argumentos para alcanzar su petición. Ojalá nuestra
fe sepa también superar las fronteras, y que se transforme en una oración
constante, llena de abandono en el Señor, que nunca mira a nadie con
indiferencia.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei





