Las apariencias engañan, los juicios rápidos no sirven, el mal y el bien se mezclan y solo la misericordia permite acoger la verdad
| Blancos, negros y grises suelen entretejerse en las personas/ Hariry | Shutterstock |
No bastan las palabras, nunca son suficientes. Quiero
convencerte de algo, hacerte ver la vida de una manera diferente.
Quiero decirte que las cosas son como yo las veo, no
como las ves tú. Pero luego encuentro que no bastan las palabras. Son
las obras las que valen, las que cuentan.
Son los hechos, no las promesas. Dice la Biblia:
«Cuando
la criba se sacude, quedan los desechos; así en su reflexión se ven las vilezas
del hombre. El horno prueba las vasijas de alfarero, la prueba del hombre está
en su razonamiento. El fruto manifiesta el cultivo del árbol; así la palabra,
el del pensamiento del corazón humano. Antes que se pronuncie no elogies a
nadie, que esa es la prueba de los hombres».
Las apariencias engañan. Lo he comprobado muchas veces. Veo rostros, no
corazones. Y quisiera poder probar la calidad, la verdad de los corazones.
No es tan sencillo. Hay que mirar con el corazón, los ojos no bastan.
Solo Dios conoce la verdad
Los hechos son importantes, pero a veces tampoco son
suficientes. Un hecho puede ser interpretado de
maneras diferentes. De acuerdo con mi percepción, con mi experiencia.
Veo una realidad y no necesariamente se corresponde
con la intención del que lo hizo. Y es que las motivaciones para actuar de una
manera son muy diferentes.
La verdad del corazón sólo
la conoce Dios. Y yo quiero que todos crean en mi
verdad.
Lo bueno y lo malo mezclados
Pero no todo es trasparente. Mi
verdad no es sólo buena. En mi interior también hay maldad,
envidia, odio, rencor, rabia, ira, egoísmo.
Y todo esto se mezcla con mi deseo de dar la vida, de
amar y ser amado, de buscar el bien de los que me rodean. Un deseo altruista y
solidario.
Hay todo tipo de sentimientos que se
entretejen los unos con los otros formando una imagen. Y esa imagen es
visible desde fuera.
Conocer a alguien
Algunos ven ciertas capas. Los más cercanos acceden a
capas interiores. Otros intentan interpretar lo que se esconde debajo de mis
palabras o mis actos.
Juzgan, para bien o para mal, ensalzan o condenan.
¿Aciertan en sus juicios? Sólo una parte de ellos serán acertados.
Porque toda la verdad es más honda. Acceden
como a la punta de un iceberg. No logra entrar en las profundidades. No lo
necesitan. Yo no les dejo.
No es necesario conocerlo todo de la persona para hacerme un juicio. Pero siempre ese juicio
puede estar equivocado.
Juicios rápidos no aciertan
Puedo pensar que eres santo porque veo el resplandor de algunas de tus obras.
Puedo pensar que eres un criminal porque resalta el dolor que
tus obras han causado.
Juzgo a partir de una punta del hilo con el que se
teje tu vida. Y no tiro del hilo,
no sé qué más hay en su interior.
Tal vez he decidido con el paso de los años
dejar de hacer juicios rápidos sobre las personas.
Mejor pensar bien
En todo caso si son buenos los juicios los dejo
existir en mi alma. Porque tengo claro que pensar bien de los demás le
hace bien a mi alma. Duermo mejor, descanso más tranquilo.
Cuando elogio, mi alma se llena de vida y cuando hablo
bien de otros, me queda un gusto dulce en el paladar. No me importa vivir
engañado.
Detesto a los que quieren hacerme ver la verdad
oculta, el pecado silencioso que yo no veo, la suciedad de sus pensamientos, el
pecado escondido en los pliegues de su piel.
Quieren que salga de mi inocencia, consideran que soy demasiado
ingenuo. Y yo me empeño en mantener esa imagen parcial, incompleta,
superficial, no importa.
Esa imagen positiva de los demás me hace bien, me
llena de luz, me da esperanza y una fe nueva que me lleva a creer en la
bondad del hombre.
Ver la luz que la persona transparenta
¿Tengo que conocerlo todo? ¿Es necesario que sea consciente de todos sus
pecados?
¿Me tengo que detener en la maldad cometida o puedo
seguir adelante recordando sus buenas obras o sus gratas palabras?
La verdad ante todo parece ser el grito de muchos, el
mío quizás también.
Porque la honestidad es lo primero, y
la transparencia, y la pureza en las intenciones y
el anhelo verdadero y puro de llegar a ser santo.
Sí, eso es lo que pretendo en medio de este camino
lleno de esperanza. Quiero quedarme con lo bueno, con
lo positivo, con la luz.
Aceptar también lo oscuro
Pero también me gusta la verdad escondida. La mía
propia. El otro día leía:
«Recordé a mi padre diciéndome que si una persona se
irritaba ante una observación personal era, generalmente, porque dicha
observación encerraba algo de verdad».
Lucinda
Riley, La hermana tormenta, Las Siete
Hermanas 2, La historia de Ally
Hay verdades que no quiero reconocer en mi corazón y
soy también eso que oculto.
Eso que escondo y que aflora cuando alguien desde
fuera me hace ver que no soy tan bueno, tan honesto, tan puro, tan brillante.
Me hacen ver las sombras que es esconden en
mi alma. Mis miedos, mis egoísmos, mis lujurias,
mis envidias, mis rabias y demás tentaciones.
Ante la verdad, misericordia
Me hacen comprender que mi verdad sólo Dios la
conoce y sólo Él la puede mirar con misericordia.
Porque cuando alguien lo conoce todo sólo puede seguir
mirando si la misericordia habita en su interior.
Ante esa mezcla de pecado y virtud sólo la
misericordia importa. Es lo único que me permite aceptar
la vida en toda su verdad. Pecado y virtud. Luces y sombras. Una única
verdad amada por Dios. Eso es lo único que cuenta al final del camino.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia





