El Vaticano ha enviado a los obispos de todo el mundo el texto oficial de la plegaria que pronunciará el Papa Francisco para consagrar Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María
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El Papa Francisco en Fátima (Portugal), 2017. Crédito: Daniel Ibáñez / ACI Prensa. |
Este 25 de marzo, en la
Solemnidad de la Anunciación del Señor, el Papa Francisco consagrará a Rusia y
Ucrania al Inmaculado Corazón de María, respondiendo así al pedido que le
realizaron a inicios de marzo los obispos católicos de rito latino de Ucrania.
En su carta, los obispos
ucranianos le pidieron al Santo Padre que realice la consagración “como lo
solicitó la Santísima Virgen en Fátima”.
El Papa Francisco ha pedido a
todos los obispos del mundo unirse a él este 25 de marzo en la consagración.
A continuación, el texto completo
del “Acto de Consagración al Corazón Inmaculado de María”:
Oh María,
Madre de Dios y Madre nuestra, nosotros, en esta hora de tribulación,
recurrimos a ti. Tú eres nuestra Madre, nos amas y nos conoces, nada de lo que
nos preocupa se te oculta. Madre de misericordia, muchas veces hemos experimentado
tu ternura providente, tu presencia que nos devuelve la paz, porque tú siempre
nos llevas a Jesús, Príncipe de la paz.
Nosotros hemos perdido la senda
de la paz. Hemos olvidado la lección de las tragedias del siglo pasado, el
sacrificio de millones de caídos en las guerras mundiales. Hemos desatendido
los compromisos asumidos como Comunidad de Naciones y estamos traicionando los
sueños de paz de los pueblos y las esperanzas de los jóvenes.
Nos hemos enfermado de avidez,
nos hemos encerrado en intereses nacionalistas, nos hemos dejado endurecer por
la indiferencia y paralizar por el egoísmo. Hemos preferido ignorar a Dios,
convivir con nuestras falsedades, alimentar la agresividad, suprimir vidas y
acumular armas, olvidándonos de que somos custodios de nuestro prójimo y de
nuestra casa común.
Hemos destrozado con la
guerra el jardín de la tierra, hemos herido con el pecado el corazón de nuestro
Padre, que nos quiere hermanos y hermanas. Nos hemos vuelto indiferentes a
todos y a todo, menos a nosotros mismos. Y con vergüenza decimos: perdónanos,
Señor.
En la miseria del pecado, en
nuestros cansancios y fragilidades, en el misterio de la iniquidad del mal y de
la guerra, tú, Madre Santa, nos recuerdas que Dios no nos abandona, sino que
continúa mirándonos con amor, deseoso de perdonarnos y levantarnos de nuevo. Es
Él quien te ha entregado a nosotros y ha puesto en tu Corazón inmaculado un
refugio para la Iglesia y para la humanidad. Por su bondad divina estás con
nosotros, e incluso en las vicisitudes más adversas de la historia nos conduces
con ternura.
Por eso recurrimos a ti, llamamos
a la puerta de tu Corazón, nosotros, tus hijos queridos que no te cansas jamás
de visitar e invitar a la conversión.
En esta hora oscura, ven a
socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo
aquí, que soy tu Madre?”. Tú sabes cómo desatar los enredos de nuestro corazón
y los nudos de nuestro tiempo. Ponemos nuestra confianza en ti. Estamos seguros
de que tú, sobre todo en estos momentos de prueba, no desprecias nuestras
súplicas y acudes en nuestro auxilio.
Así lo hiciste en Caná de
Galilea, cuando apresuraste la hora de la intervención de Jesús e introdujiste
su primer signo en el mundo. Cuando la fiesta se había convertido en tristeza
le dijiste: «No tienen vino» (Jn 2,3).
Repíteselo otra vez a Dios, oh
Madre, porque hoy hemos terminado el vino de la esperanza, se ha desvanecido la
alegría, se ha aguado la fraternidad. Hemos perdido la humanidad, hemos
estropeado la paz. Nos hemos vuelto capaces de todo tipo de violencia y
destrucción. Necesitamos urgentemente tu ayuda materna.
Acoge, oh Madre, nuestra súplica.
Tú, estrella del mar, no nos
dejes naufragar en la tormenta de la guerra.
Tú, arca de la nueva alianza,
inspira proyectos y caminos de reconciliación.
Tú, “tierra del Cielo”, vuelve a
traer la armonía de Dios al mundo.
Extingue el odio, aplaca la
venganza, enséñanos a perdonar.
Líbranos de la guerra, preserva
al mundo de la amenaza nuclear.
Reina del Rosario, despierta en
nosotros la necesidad de orar y de amar.
Reina de la familia humana,
muestra a los pueblos la senda de la fraternidad.
Reina de la paz, obtén para el
mundo la paz.
Que tu llanto, oh Madre, conmueva
nuestros corazones endurecidos. Que las lágrimas que has derramado por nosotros
hagan florecer este valle que nuestro odio ha secado. Y mientras el ruido de
las armas no enmudece, que tu oración nos disponga a la paz.
Que tus manos maternas acaricien
a los que sufren y huyen bajo el peso de las bombas. Que tu abrazo materno
consuele a los que se ven obligados a dejar sus hogares y su país. Que tu
Corazón afligido nos mueva a la compasión, nos impulse a abrir puertas y a
hacernos cargo de la humanidad herida y descartada.
Santa Madre de Dios, mientras
estabas al pie de la cruz, Jesús, viendo al discípulo junto a ti, te dijo: «Ahí
tienes a tu hijo» (Jn 19,26), y así nos encomendó a ti. Después dijo al
discípulo, a cada uno de nosotros: «Ahí tienes a tu madre» (v. 27).
Madre, queremos acogerte ahora en
nuestra vida y en nuestra historia. En esta hora la humanidad, agotada y
abrumada, está contigo al pie de la cruz. Y necesita encomendarse a ti,
consagrarse a Cristo a través de ti.
El pueblo ucraniano y el pueblo
ruso, que te veneran con amor, recurren a ti, mientras tu Corazón palpita por
ellos y por todos los pueblos diezmados a causa de la guerra, el hambre, las
injusticias y la miseria.
Por eso, Madre de Dios y nuestra,
nosotros solemnemente encomendamos y consagramos a tu Corazón inmaculado
nuestras personas, la Iglesia y la humanidad entera, de manera especial Rusia y
Ucrania.
Acoge este acto nuestro que
realizamos con confianza y amor, haz que cese la guerra, provee al mundo de
paz. El “sí” que brotó de tu Corazón abrió las puertas de la historia al
Príncipe de la paz; confiamos que, por medio de tu Corazón, la paz
llegará.
A ti, pues, te consagramos el
futuro de toda la familia humana, las necesidades y las aspiraciones de los
pueblos, las angustias y las esperanzas del mundo.
Que a través de ti la divina
Misericordia se derrame sobre la tierra, y el dulce latido de la paz vuelva a
marcar nuestras jornadas. Mujer del sí, sobre la que descendió el Espíritu
Santo, vuelve a traernos la armonía de Dios.
Tú que eres “fuente viva de
esperanza”, disipa la sequedad de nuestros corazones. Tú que has tejido la
humanidad de Jesús, haz de nosotros constructores de comunión. Tú que has
recorrido nuestros caminos, guíanos por sendas de paz. Amén.
Por David Ramos
Fuente: ACI Prensa