Pidamos a Dios que nos haga conscientes de que hoy mismo hay millones de personas con problemas mucho más preocupantes que los nuestros
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Shutterstock | fizkes |
Estoy
segura de que más de uno esta mañana ha vivido las particulares escenas de un
vaso de leche que se derrama en el desayuno, un niño que no quiere levantarse e
insiste en seguir durmiendo, otro que no encuentra su carpeta pese a estar
avisado de que se dejase la mochila lista para el día siguiente, las batallas
en el baño por ver quién se lava los dientes primero, las carreras hacía el
colegio para llegar a tiempo…
Son las 9:05 de la mañana, te montas solo en el coche cuando ya
están todos en clase después de la gymkana que has jugado y… ¿lo primero que te
sale es agradecer? Yo quiero aprender a agradecer. Sí,
porque si nuestros hijos han dejado la casa patas arriba, se han peleado e
incluso nos han sacado de quicio quiere decir que tenemos hijos y están vivos.
Realmente es
un milagro poder abrazar a nuestros hijos cada mañana aunque en circunstancias
favorables lo demos por hecho y nos parezca algo de lo más normal.
Dar gracias porque, para
empezar, seguimos vivos
No dejan de llegarnos noticias terribles de todo lo que está
pasando en Ucrania. Familias destruidas de forma violenta y despiadada: padres
que acaban de perder a sus hijos o hijos que han perdido a sus padres. En todas
las conversaciones que he mantenido estos días con ciudadanos de Ucrania, he
podido percibir el grito humano de sufrimiento a causa de la acción devastadora
del mal en el hombre: la muerte. Aún así, desde
sus sótanos y búnkeres, todas estas personas exhalan en cada segundo la gratitud
de seguir vivos.
Nuestro
corazón está hecho para latir por el bien de la humanidad. A veces por la
distancia no somos muy conscientes de las guerras en el mundo. Pero
esta vez no nos resulta tan normal que esté pasando aquí, en Europa, el
continente en el cual, al terminar la Segunda Guerra Mundial, algunos países,
vencedores y perdedores, decidieron juntarse bajo el lema «nunca más». En
efecto, hace tres semanas, los ciudadanos ucranianos vivían más o menos como
nosotros. Iban cada mañana a su trabajo, funcionaban los colegios, los
supermercados, los bancos… Muchos ucranianos tenían una vida relativamente
cómoda: casa, hobbies, vacaciones… Pero ahora están viviendo una pesadilla que
se nos hace difícil de imaginar.
Algo ha cambiado en
nuestras vidas
¿Y nosotros? ¿Cómo estamos viviendo esta situación? No podemos
vivir de la misma manera que hace un mes teniendo tan de cerca la situación de
guerra. En este momento de dolor, caos y extremo sufrimiento, Dios se
sirve de nosotros para consolar con nuestra ayuda y nuestra oración a los
millones de personas que han visto su vida destrozada.
El Papa Francisco nos ha pedido ayuno y oración, para que haya paz
entre rusos y ucranianos. También para que el mundo se convierta, quedando
protegido de la «locura» de la guerra. Además, se nos ofrecen múltiples
maneras de colaborar con los que están ofreciendo ayudas
materiales de todo tipo. Por ejemplo, a través de Cáritas,
la entidad caritativa de la Iglesia Católica. Dios se hace hombre también a
través de nuestra carne para poder responder a todas estas necesidades humanas,
siendo nosotros Su instrumento.
Pero también seguimos teniendo que hacer frente a nuestros
problemas del día a día. Medianamente y con las debidas excepciones, son más
pequeños que los que tienen los ucranianos en estos momentos. Entonces,
conscientes de lo que está pasando a unas horas de vuelo de nuestras casas, es
un buen momento para afrontar nuestro cotidiano desde otra
perspectiva, ofreciendo todos nuestros imprevistos, cargas y tropiezos al
Señor.
¡Qué pequeños son nuestros
problemas! Pidamos a Dios que sigan siendo pequeños. Pero que a
la vez seamos conscientes de que hay quien tiene problemas mucho más grandes
¡qué no perdamos la caridad!
“No existe
corazón (…) que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de
nobleza.»
San
Josemaría
Dios nos ha dado un corazón de carne que, unido al don de la fe
por medio del amor de Cristo, nos permite vivir siendo capaces de compartir
verdaderamente las alegrías y los sufrimientos de los hermanos. Ante la guerra
de Ucrania, dejémonos invadir por la virtud de la caridad para ejercitarla
dándonos por entero, sin limitarnos a la beneficencia.
Miriam Esteban Benito
Fuente:
Aleteia