Este 15 de abril, Viernes Santo, el Papa Francisco presidió la celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro en el Vaticano
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El Papa Francisco en la Celebración de la Pasión del Señor. Crédito: Captura Youtube Vatican Media |
En la celebración participaron
alrededor de 3.500 personas entre fieles, cardenales, obispos, sacerdotes,
todos debidamente distanciados y con mascarilla, las medidas de bioseguridad
para evitar la propagación del coronavirus.
En la Basílica desprovista de
ornamentos e iluminada tenuemente, en consonancia con la sobriedad de la
ceremonia en la que no se celebró la Eucaristía, el Santo Padre rezó brevemente
en silencio y de pie.
Lo hizo con la habitual
vestimenta de púrpura de Viernes Santo, en recuerdo de la sangre de Cristo
derramada en la Cruz.
El Pontífice se dirigió luego
hasta su sede para proseguir con la liturgia de la Palabra, en la que se leyó
un pasaje del libro de Isaías (52,13 - 53,12), se recitó el salmo 21, y se leyó
en inglés la Carta a los hebreos 4:14-16, y 5: 7-9.
El Evangelio
de San Juan que relata la Pasión de Cristo fue salmodiado, en latín y de manera
solemne, por tres diáconos y el coro de la Basílica.
En el momento en que se relata la
muerte del Señor, todo quedó en completo silencio y todos en la Basílica de San
Pedro se pusieron de rodillas.
En la oración universal de los
fieles en la que este Viernes Santo se reza por la Iglesia, el Papa, los
obispos, sacerdotes, los catecúmenos, la unidad de los cristianos, los judíos,
los que no creen en Dios y los gobernantes, el Papa Francisco también elevó una
especial petición por los pueblos que sufren las “atrocidades de la guerra”.
“Oremos por los pueblos
destrozados por las atrocidades de la guerra. Sus lágrimas y la sangre de las
víctimas no se derraman en vano sino que anuncian una era de paz que surge de
las llagas glorias de Cristo Jesús”.
Después se realizó la adoración
de la cruz, aclamada tres veces en latín con las palabras “Mirad el árbol de la
Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Venid a adorarlo!”.
Luego de rezar en silencio ante
la Cruz y darle un beso, el Santo Padre presentó la Cruz ante los fieles
presentes.
Al igual que otros años, el
predicador de la Casa Pontificia, Cardenal Raniero Cantalamessa, pronunció la
homilía. Esta vez su prédica llevó por título “Pilato dijo ¿Qué es la verdad?”.
A continuación el texto de su reflexión:
En el relato de la Pasión, el
evangelista Juan da especial importancia al diálogo de Jesús con Pilato y sobre
él queremos reflexionar algún minuto, antes de continuar con nuestra liturgia.
Todo comienza con la pregunta de
Pilato: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Jn 18,33). Jesús quiere que Pilato
entienda que la pregunta es más seria de lo que cree, pero que tiene un
significado solo si no repite simplemente una acusación de otros. Por eso,
pregunta a su vez: «¿Dices esto por ti mismo, o te han dicho otros de mí?».
Trata de llevar a Pilato a una
visión más elevada. Le habla de su reino, un reino que «no es de este mundo».
El procurador solo entiende una cosa: que no se trata de un reino político. Si
se quiere hablar de religión, él no quiere entrar en este tipo de asuntos. Por
eso, pregunta con un toque de ironía: «Entonces, ¿tú eres Rey?» «Jesús
respondió: Tú lo dices: yo soy rey» (Jn 18,37).
Al declarar que es rey, Jesús se
expone a la muerte; pero en lugar de disculparse negándolo, lo afirma
fuertemente. Revela su origen superior: «Vine al mundo...»: por lo tanto,
misteriosamente existía antes de la vida terrenal, viene de otro mundo. Vino a
la tierra ser testigo de la verdad. Trata a Pilato como un alma que necesita
luz y verdad y no como a un juez. Se interesa en el destino del hombre Pilato,
más que en el suyo personal. Con su llamada a recibir la verdad, quiere
inducirle a entrar en sí mismo, a mirar las cosas con un ojo diferente, a
colocarse por encima de la contienda momentánea con judíos.
El procurador romano capta la
invitación que Jesús le dirige, pero sobre este tipo de especulaciones es
escéptico e indiferente. El misterio que barrunta en las palabras de Jesús le
da miedo y prefiere terminar la conversación. Murmura dentro de sí, encogiéndose
de hombros: «¿Qué es la verdad?» y sale del pretorio.
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¡Qué actual es esta página del
Evangelio! Incluso hoy, como en el pasado, el hombre se pregunta: «¿Qué es la
verdad?». Pero, como Pilato, da la espalda distraídamente al que dijo: «He
venido al mundo para dar testimonio de la verdad» y «¡Yo soy la Verdad!» (Jn
14,6).
A través de Internet he seguido
innumerables debates sobre religión y ciencia, sobre fe y ateísmo. Una cosa me
ha llamado la atención: horas y horas de diálogo, sin mencionar nunca el nombre
de Jesús. Y si la parte creyente a veces se atrevía a nombrarlo y aducir el
hecho de su resurrección de entre los muertos, inmediatamente se trataba de
cerrar el discurso no pertinente al tema. Todo sucede «etsi Christus non
daretur»: como si nunca hubiera existido en el mundo un hombre llamado
Jesucristo.
¿Cuál es el resultado de todo
esto? La palabra «Dios» se convierte en un recipiente vacío que cada uno puede
llenar a su antojo. Pero precisamente por esta razón Dios se preocupó por dar
contenido a su nombre mismo. «El Verbo se hizo carne». ¡La Verdad se hizo
carne! De ahí el arduo esfuerzo por dejar a Jesús fuera del discurso sobre
Dios: ¡Él quita al orgullo humano cualquier pretexto para decidir, él, lo que
Dios es!
«¡Ah, ciertamente: Jesús de
Nazaret!», se objeta. «¡Pero si alguno duda si ha existido!» Un conocido
escritor inglés del siglo pasado —conocido por el gran público por ser el autor
del ciclo de novelas y películas «El Señor de los Anillos», John Ronald
Tolkien— en una carta, dio esta respuesta a su hijo que le presentaba la misma
objeción:
Se necesita una sorprendente
voluntad de no creer para suponer que Jesús nunca existió o que no dijo las
palabras que se le atribuyen, pues son imposibles de inventar por cualquier
otro ser en el mundo: «Antes de que Abraham existiera, yo soy» (Jn 8,58); y «El
que me ve a mí ve al Padre» (Jn 14,9)7.
La única alternativa a la verdad
de Cristo, agregaba el escritor, es que se trata de «un caso de megalomanía
demente y fraude gigantesco». ¿Podría tal caso, sin embargo, resistir veinte
siglos de feroz crítica histórica y filosófica, y producir los frutos que ha
producido?
Hoy se va más allá del
escepticismo de Pilato. Hay quien piensa que ni siquiera se debe uno plantear
la pregunta «¿Qué es la verdad?», ¡porque la verdad, simplemente, no existe!
«¡Todo es relativo, nada es cierto! ¡Pensar lo contrario es una presunción
intolerable!» Ya no hay espacio para «las grandes narraciones sobre el mundo y
la realidad», incluidos aquellos sobre Dios y sobre Cristo.
Hermanos y hermanas ateos,
agnósticos o todavía en búsqueda (si hay alguien escuchando): no es un pobre
predicador como yo quien ha pronunciado las palabras que estoy a punto de
pronunciar; él es uno de vosotros, uno a quien muchos de vosotros admiráis, de
quien escribís y de quien, tal vez, también os consideráis, de alguna manera,
discípulos y continuadores: ¡Søeren Kierkegaard, el iniciador de la corriente
filosófica del Existencialismo!
Se habla mucho —dice él—. de
miserias humanas; se habla mucho de vidas desperdiciadas. Pero desperdiciada es
sólo la vida de ese hombre que nunca se dio cuenta, porque nunca tuvo, en el
sentido más profundo, la impresión de que hay un Dios y que él —precisamente
él, su yo—, está ante este Dios8. Se dice: ¡hay demasiada injusticia, demasiado
sufrimiento en el mundo como para creer en Dios! Es cierto, pero pensemos en
cuánto más absurdo y desesperanzador se vuelve el mal que nos rodea, sin fe en
un triunfo final del bien. La resurrección de Jesús de entre los muertos es la
promesa y la garantía cierta de que este triunfo tendrá lugar, porque ya ha
comenzado con Él.
Si tuviera el coraje de san
Pablo, también yo debería gritar: «¡Os lo ruego: Dejaos reconciliar con Dios!»
(2 Cor 5,20). ¡No desperdicies tampoco vuestra vida! No abandonéis este mundo
como Pilato salió del Pretorio, con esa pregunta en suspenso: «¿Qué es la
verdad?» Es demasiado importante. Set rata de saber si hemos vivido para algo,
o en vano.
Por Walter Sánchez Silva
Fuente: ACI Prensa