13 – Abril. Miércoles Santo
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Evangelio según san Mateo 26, 14-25
Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon
la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce.
Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Entonces
preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él
respondió: «Tú lo has dicho»
Comentario
Se acerca el desenlace de la vida de
Jesús en la tierra. La predicación del Señor no ha dejado indiferentes a
quienes lo escuchaban: por un lado, se encuentran los sencillos, los que están
abiertos a la acción de Dios, los que tienen la audacia de creer en su mensaje
salvador; por el otro, se encuentran los que se mantienen en sus opiniones, los
que no están dispuestos a cambiar, los que ven en las palabras esperanzadoras
del Maestro una amenaza a su posición. Jesús ha tendido la mano a todos: muchos
se han agarrado a ella y han dejado entrar la alegría en su vida. Pero otros
han cristalizado su cerrazón, y caminan aceleradamente por la senda de la
desesperación.
Se cumple la profecía del anciano Simeón:
“Este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para
signo de contradicción (…) a fin de que se descubran los pensamientos de muchos
corazones” (Lucas, 2, 34-35). Del corazón de Judas brotan los frutos de la
avaricia y de la envidia, que lo llevan a cometer el peor de los crímenes. Del
corazón de los discípulos surge, sin embargo, la luz: ellos desean celebrar la
Pascua con su Maestro y la quieren preparar tal como Él les ha dicho. Junto a
Él quieren recordar la historia de su Pueblo, quizá porque intuyen que en Él esa
historia está llegando a su plenitud.
Jesús también descubre los pensamientos
de su propio corazón. Durante la cena pascual un comentario destapa el dolor
que lleva dentro: “En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar” (v.
21). El desconcierto rasga el ambiente de intimidad que se había creado en el
Cenáculo. Los apóstoles no saben qué decir y optan por una reacción que mezcla
su simplicidad con la confianza en el Maestro. Preguntan: “¿Acaso soy yo,
Señor?” (v. 22).
Al contemplar la Pasión, los distintos
personajes parecen reflejar la actitud fundamental que cada persona puede tomar
ante Jesús: fidelidad, compasión, rechazo, debilidad, arrepentimiento… Cada
personaje nos dice algo, nos ayuda a descubrir los pensamientos que tenemos en
nuestro corazón, a reconocer su capacidad de elevarse con grandes actos de
amor, pero también de caer en las trampas del egoísmo. A pesar de nuestras
debilidades, queremos ser fieles a Jesús. Como los apóstoles, en nuestra
oración podemos acercarnos con humildad al Señor y pedirle que nos dé luces
para conocernos mejor y sacar de nosotros lo que nos separe de Él. Jesús nos
mostrará la verdad de nuestro corazón y, sobre todo, la fuerza de su
misericordia.
Rodolfo Valdés
Fuente: Opus Dei