12 – Abril. Jueves Santo en la Cena del Señor
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Evangelio según san Juan 13, 1-15
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos». Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando
acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el
Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro
y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies
unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis.
Comentario
En la solemnidad de hoy
recordamos la institución del sacerdocio y de la Eucaristía, dos sacramentos
profundamente relacionados entre sí.
La Iglesia, siguiendo una tradición
de muchos siglos, recomienda durante la Misa en la Cena del Señor el rito del
lavatorio de los pies, en continuidad con el evangelio que se proclama en esta
celebración.
El gesto de Jesús en la última
cena se inspira en un detalle de hospitalidad común a muchas culturas
orientales, por el uso de las sandalias en los caminos polvorientos de estas
tierras. En el Antiguo Testamento Abrahán insiste en lavarle los pies a los
tres viajeros que pasan por su casa (Gn 18,4) y entre los primeros cristianos se
valoraba quien, como buenas obras, había “practicado la hospitalidad y lavado
los pies a los santos” (1 Tm 5,10).
Sin embargo en este especial
momento de despedida de sus apóstoles, las palabras del Maestro dan al gesto un
significado más profundo. Lavar los pies es manifestación de humildad y de
servicio, en cierto sentido anticipa la humillación final de la cruz salvadora
que se realizará pocas horas después.
Lo primero que Jesús pide a sus
discípulos es dejarse lavar los pies por Él. Así como a todos los cristianos
nos pide dejarnos servir, dejarnos salvar por el Hijo de Dios sin ningún mérito
por nuestra parte. La premisa de cualquier empeño de vida cristiana es recibir
la salvación, el perdón de Dios: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.
El paso siguiente es “lavarnos
los pies unos a otros”, que es como una variante del mandamiento del amor, “que
os améis unos a otros”. En esa invitación del Señor podemos ver la importancia
de cuidar y acompañar el camino de los demás. Los pies, de hecho, son medio
para caminar, son imagen de nuestro seguimiento de Jesús. Lavar los pies de
nuestros hermanos significa por lo tanto sentirnos responsables de su
fidelidad, servir con alegría a cada uno, poniendo el “corazón en el suelo para
que los demás pisen blando” (San Josemaría, Via Crucis IX,1).
Hay una última posibilidad, no
explicitada en este pasaje, pero que podemos sacar de otra página del
evangelio: lavarle nosotros los pies a Jesús. Se trata del episodio de la mujer
que baña los pies del Señor con sus lágrimas, los enjuga con sus cabellos, los
besa y los unge con perfume (Lc 7,44-47). Jesús tiene palabras de alabanza por
la manifestación del gran amor de esta pecadora: “le son perdonados sus muchos
pecados, porque ha amado mucho”. Se puede considerar este gesto como la
inauguración del culto eucarístico, que esta noche de manera especial se
prestará en todas las iglesias del mundo.
Giovanni Vassallo
Fuente: Opus Dei