21 – Abril. Jueves de la Octava de Pascua
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Evangelio según san Lucas 24,
35-48
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros».
Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.
Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?».
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado.
Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».
Entonces
les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:
«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al
tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de
los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois
testigos de esto.
Comentario
Jesús muestra sus heridas. Jesús
desea ser reconocido en sus llagas gloriosas. Ellas son el sello que el amor ha
dejado impreso para siempre en su cuerpo glorioso. En sus manos, en sus pies y
en su costado.
Esta sencilla manifestación
expresa el maravilloso significado de la Cruz. Las señales del amor de
Jesucristo por la humanidad no se quedan en el Calvario, sino que han subido al
Cielo. Han subido a la gloria. Es cierto que ya no sangran, pero siguen
diciendo lo mismo que expresaron en el Calvario.
Jesús nos enseña con sus llagas
gloriosas que no debo tener miedo a las heridas. Que el sufrimiento es la
manifestación más sublime del amor. Y que las heridas del amor no hay por qué
esconderlas. Y también nos enseña que para vivir como resucitado debo vivir
como crucificado.
Nosotros, con nuestra lógica
mundana, evitamos cualquier señal y recuerdo de sufrimiento humano. Todo
recuerdo de la muerte es eliminado de la vida pública, de la conversación
cotidiana… Pero Jesús, con su lógica divina, publica y eterniza su pasión y su
muerte. Él no quiere olvidar lo que hizo, por eso sus llagas son como el
tatuaje del amor por nosotros.
Y, sobre todo, no quiere que
nosotros nos olvidemos de lo que Él hizo. De lo que sigue haciendo cada día de
modo incruento en el sacrificio de la santa Misa.
Tú y yo y todos deseamos
acercarnos a esas señales del amor divino y besarlas con la misma devoción y
ternura con que María las besa en el Cielo. Llagas que ya no sangran pero que
regalan vida sobrenatural. Tú y yo y todos deseamos comulgar pura y
humildemente con su cuerpo glorioso.
José María García Castro
Fuente: Opus Dei