«Ojalá hubiera entendido desde el principio que el plan de Dios es siempre un plan de amor»
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| La hermana Cecilia Teresa estuvo muchos años discerniendo sobre su vocación / Courier |
El caso de la Hermana
Cecilia Teresa, cuyo nombre anterior era Emma, es cada vez más común en la
Iglesia. La edad de ingreso a los conventos, y también a los seminarios, es
cada vez más alta. De hecho, ya es frecuente que muchos de ellos hayan acabado
incluso sus carreras universitarias y hayan explorado el mundo laboral.
Esta joven carmelita de 24 años ingresó en su congregación tras haber acabado sus estudios en la
universidad, y podría decirse que aun así ingresó joven en el convento situado en Pittsford, Rochester (Nueva York).
Tras un periodo como postulante Cecilia Teresa se convirtió en novicia el 7 de
junio de 2021, recibiendo su hábito y nombre religioso. Espera terminar el
noviciado y hacer los votos temporales en junio de 2023 y los votos permanentes
cinco años después.
La suya es una vocación que ha tardado en florecer, pero que estaba
plantada en ella desde niña. De hecho, confiesa que la intuía y la sentía desde
niña. “Recuerdo simplemente acostarme en la cama rezando, teniendo la sensación
de que se suponía que debía ser monja. En ese momento realmente
me asustó”, cuenta al Catholic Courier, publicación de la Diócesis de Rochester.
Cuando esta llamada a la vida religiosa se fue con el tiempo haciendo
cada vez más fuerte, la ahora monja intentó
ignorarla y hacer como si no existiera. Pero la realidad se iba
imponiendo. Como anécdota relata que en su segundo año de universidad se
encontró “acaparando en secreto” folletos informativos de distintas congregaciones
religiosas.
Finalmente unos meses más tarde reconoció que Dios la llamaba de
verdad a dejarlo todo por Él y al fin encontró la paz que había estado
eludiendo durante años. “Ojalá
hubiera entendido desde el principio que el plan de Dios es siempre un plan de
amor. Pase lo que pase, si estás tratando de hacer su voluntad de
manera genuina y honesta, Él se asegurará de que termines donde se supone que
debes terminar”, comenta la joven carmelita.
La orden del Carmelo es de vida de contemplativa y de clausura
total, por lo que la Hermana Cecilia no puede salir ni hace “apostolados
externos”. Ella misma explica su misión: “nuestra labor es rezar por la Iglesia, el mundo,
especialmente por nuestro Santo Padre, nuestros obispos y nuestros sacerdotes”.
Las carmelitas
dedican su día a la oración y al trabajo en el monasterio. Dan la
bienvenida a los visitantes para la Misa diaria y para que presenten peticiones
de oración, pero solo interactúan con ellos a través de rejillas que separan la
zona privada de las hermanas.
Según explica la joven religiosa, esta separación permite a las
hermanas concentrarse en su misión. “Está configurado como está para fomentar la oración, una vida de
oración y una vida de comunión con Dios. Ese es el objetivo”, agregó la
hermana Cecilia.
El camino de discernimiento de esta joven tuvo sus raíces en una fe
transmitida desde la infancia. Creció en una familia católica muy devota
que recibía los sacramentos y rezaba con frecuencia el rosario en familia.
La hermana Cecilia cree que algunas de sus dudas iniciales para
reconocer la llamada a la vida religiosa pudieron surgir de su ignorancia sobre
la vocación. Aunque había tenido contactos esporádicos con algunas monjas
realmente no entendía lo que implicaba la vocación. “Mi idea de lo que realmente era vaga y confusa. Sabía que me
estaban llamando para algo, pero no sabía qué era”, confiesa.
Sin embargo, en la escuela secundaria asistió a una charla dada
por una monja que transmitía una gran alegría y se la veía llena de
gracia. Esto llamó la atención de la entonces adolescente Emma. Más tarde, Sor
Cecilia tuvo una serie de compañeros en la universidad muy católicos, algunos
de los cuales discernieron vocaciones religiosas. Más de uno acabó dejando los estudios para ingresar en un
seminario o un convento.
Después de mucho debate interno, la hermana Cecilia asegura que experimentó “un momento de gracia” durante
su segundo año. En ese instante le dijo a Dios que se convertiría en
monja si eso era lo que Él quería que hiciera.
“Después de
eso hubo mucha más paz y alegría. No es que esté pidiendo algo y
yo realmente no lo quiero. Fue más como, ‘yo también quiero esto’”. Un tiempo
después visitó por primera un monasterio carmelita y fue –agrega- “uno de los
mejores días de mi vida. Entré por la puerta y me sentí como si estuviera en
casa”.
Javier Lozano
Fuente: ReL






