Oleksiy Symonov decidió que el refugio donde se encontraba con su familia no era un lugar seguro y se convirtió en líder de la expedición
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| Symonov con su hija Ladoslava después de salir de Mariupol /CC- Creative Commons |
Entre
las muchas historias de heroísmo que surgen del relato de la guerra de Ucrania
(y las que no conoceremos), está la de Oleksiy Symonov. Es el hombre que guió a
pie a 117 personas para salir con vida de Mariupol en pleno asedio y bombardeo.
Las lideró durante 12 horas y las llevó a un lugar más seguro. Por este motivo
han comenzado a llamarlo «el Moisés de Mariupol». Del desierto de Egipto la
realidad nos traslada a las carreteras de Ucrania.
Mariupol ahora está ocupada por los rusos. Quién sabe qué habría
sido de todas estas personas si se hubieran quedado en la ciudad. Ya nada les
daba seguridad, ni siquiera los refugios. y no había alimentos.
Symonov ha relatado extensamente este periplo a la periodista Mónica
G. Prieto de ABC.
Antes de apodarle «Sympoisés», Symonov tenía como profesión
habitual la de organizador de actos y eventos deportivos. Tiene 44 años. Al
comenzar la guerra, fue a un refugio de su barrio con su esposa y sus tres
hijos, de entre 7 y 14 años. Era un subterráneo grande y allí se encontraban
una media de 280 personas que iban y venían, con unos 50 niños, otros tantos
ancianos y personas con discapacidad.
Hacía frío, tenían que recoger agua de la lluvia para poder beber
y hacer sopas o infusiones de té. Hacían fuego con troncos que iban a buscar
los hombres: primero los cortaban ellos con una sierra que compraron, pero
después aprovechaban los troncos de árboles destrozados por las bombas.
Era frecuente que en el exterior sonaran los bombardeos
con artillería, aviación y morteros. Hubo -según ha relatado a
la periodista- cuatro bombardeos contra el refugio.
El momento de escapar
El bombardeo al Teatro de
Mariupol, que ocurrió el 16 de marzo, hizo que Symonov decidiera salir
de aquel infierno… llevándose consigo a todos los que pudiera.
El día 22, sin medios de transporte ni provisiones, salieron de
Mariupol. Había que aprovechar que los rusos estaban atacando en otros barrios.
Eso era cuanto podían ver de positivo y había que aprovechar la ocasión porque
nada hacía pensar en que si esperaban podría haber una oportunidad mejor.
Eran 80 personas cargadas con hatillos hechos con las bolsas de lo
que tenían en el refugio. Se les unieron otras 37 y así se formó una columna
humana. El más pequeño tenía 5 años y el más anciano 70. Un pueblo.
Symonov lo explicó así a la periodista:
«Éramos tantos
que resultábamos muy visibles, pero en aquel momento los soldados rusos
pretendían estar liberándonos y nadie nos disparó. Comenzamos a caminar sin
pausa, sin mirar atrás. No llevábamos banderas blancas, ni estábamos
identificados porque creíamos que eso podía ser interpretado como una
provocación por cualquiera de los bandos. Nos pusimos chalecos naranjas, de
salvamento, para que supieran que no éramos militares».
ABC
Ahora este líder valora cómo fue la huida y qué iban percibiendo
por el camino.
«Fue muy arriesgado porque
había bombardeos, pero no lo suficiente cerca como para sentirnos en riesgo
inminente». ABC
«Las calles habían sido
aplastadas por la artillería, los ataques aéreos y los morteros.
Vimos a los soldados solo cuando salíamos de la ciudad. Nuestro distrito
simplemente fue arrasado, destruido por la artillería». ABC
El grupo que lideraba Symonov tuvo que superar 17 puestos de
control de los rusos. Dice que ·»eran muy profesionales y les trataron
aparentemente bien». Pero los invitaban a unirse a un transporte que los
llevaría a Rusia. Ellos no querían. Aunque Symonov no juzga a las personas que
lo hayan hecho, porque comprende que en esa situación, lo que todos quieren es
huir del peligro tan grande.
Las doce horas de huida fueron momentos en que todos dieron lo
mejor de sí mismos:
«Nadie
ralentizaba la marcha, ni siquiera los niños. Nadie se quejaba por el
cansancio. A veces les decía que podíamos caminar más despacio porque las
explosiones se escuchaban lejanas, pero se negaban a hacerlo, tales eran las
ganas de alejarnos de allí y ponernos a salvo. Nadie tenía miedo a la huída,
tenían miedo a quedarse bajo las bombas».
ABC
Después de 12 horas, casi exhaustos y en condiciones muy
precarias, el grupo de escapada llegó a Komyshuvate. Y fue entonces cuando se
produjo una ola de solidaridad: los vecinos acudieron en su ayuda del mejor
modo que pudieron. Les dieron un asiento, comida, cobijo… Seguían en su país en
guerra pero algo más seguros.
Symonov dice que se había entrenado para situaciones de crisis que
pueden darse en su trabajo. También le sirvieron algunos ejemplos de películas
apocalípticas. Pero el motor, sin duda, ha sido su deseo de ayudar a todas
estas personas y poner a salvo a su familia.
Dolors Massot
Fuente: Aleteia
30 mayo 2022






