14 – Mayo. Sábado. San Matías, apóstol
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Evangelio según san Juan 15, 9-17
Como el Padre me ha amado, así os
he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi
Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría
esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi
mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene
amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis
amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el
siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo
que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que
me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis
y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en
mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.
Comentario
Hoy en la Iglesia celebramos la
fiesta del apóstol Matías.
El Evangelio nos sitúa en el contexto
de la Última Cena. Jesús profundiza en su enseñanza sobre la naturaleza del
amor, al que, una y otra vez, pone en relación con la vida y la alegría. Nos
invita a permanecer unidos a su amor. Y permanecer en él significa permanecer
en sus palabras: escucharlas activamente y hacerlas vida propia. ¿Y cómo
permanecemos unidos a Jesucristo? Por la fe y el amor. ¿Y qué pone en
movimiento nuestro amor? El amor recibido.
Las palabras de Jesús que nos
ofrece el evangelio de hoy nos están diciendo que los mandamientos del Padre no
son algo ajeno a nosotros, algo que viene de fuera, sino que son como nuestro
ADN espiritual: nos recuerdan quiénes somos, de qué estamos hechos, aquello a
lo que aspiramos. En el corazón de ese ADN espiritual está el mandamiento del
amor mutuo, pero de un amor cuya medida solo podemos captar mirando a Cristo.
Pero para realizar esta tarea,
previamente Dios nos elige, nos concede una vocación. Como hizo con San Matías.
En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que la Iglesia nos propone en la
primera lectura de la Misa, los discípulos rezan para determinar la llamada de
un nuevo apóstol. Porque es Dios quien concede la vocación, no es uno el que la
escoge. Tras rezar “Echaron suertes y la suerte recayó sobre Matías, que fue
agregado a los once apóstoles”. Según la Tradición «Matías, que completó la
docena de apóstoles, atracó en Etiopía primeramente, y después de haber llevado
las multitudes a Cristo, con ánimo valeroso, recibió la corona del martirio»
(cfr. Clemente de Alejandría, Stromata)
Igual que el apóstol, tú y yo
también somos llamados por Dios a proclamar la Buena Nueva. Cada uno, en sus
circunstancias concretas, pero todos con la misma radicalidad de la llamada
evangélica. Somos afortunados, Dios se ha fijado en nosotros. La vocación, toda
vocación, es un misterio, y su descubrimiento, un don del Espíritu. Benedicto
XVI lo explicaba así: «El secreto de la vocación está en la relación con Dios,
en la oración que crece justamente en el silencio interior, en la capacidad de
escuchar que Dios está cerca. Y esto es verdad tanto antes de la elección, o
sea, en el momento de decidir y partir, como después, si se quiere perseverar y
ser fiel en el camino»[1]. Pidamos al
Señor, luz para ver nuestra vocación y la fuerza para, como hizo san Matías,
llevar el mensaje del amor al prójimo a todos los rincones de la tierra.
[1] Benedicto XVI, Encuentro con
los jóvenes en Sulmona, 4-VII-2010.
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






