9 – Junio. Sábado de la XIV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio
según san 10, 24-33
Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro y al esclavo como su amo.
Si al dueño de casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me
declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega
ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los
cielos.
Comentario
En este
pasaje, Jesús nos habla de nuestros miedos. “No tengáis miedo” de proclamar el
Evangelio. Nos llama a no ser cristianos en la oscuridad, sino cristianos a
plena luz. Hoy día, existe el peligro de reducir la fe al ámbito privado, a
pensar que mi fe la practico por mi cuenta, desvinculada de mi relación con los
demás. La sociedad moderna nos presiona para que no difundamos el Evangelio,
que lo mantengamos en nuestro fuero interno. Tenemos el peligro de convertirnos
en cristianos de puertas adentro, de que nuestra vida cristiana no se vea
reflejada en nuestra vida social y profesional. Jesús, en cambio, nos muestra
un camino muy diverso “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la
luz”. Nos llama a ser testigos suyos en el mundo, a llevar su mensaje a todos
los lugares de la tierra. A dar luz a los hombres, a llevar a Cristo en medio
de todas nuestras circunstancias ordinarias del día a día, a todas las personas
que nos rodean.
Otro de
nuestros miedos, es el miedo a las personas que pretenden arrinconarnos a los
cristianos. “No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el
alma”. Los dueños de nuestra alma somos nosotros mismos, gobernamos nuestra
propia vida, nuestro propio camino. Tan solo, debemos temer a los que buscan
que caigamos en el pecado.
Jesús nos da
la clave para superar nuestros miedos: el valor de ser hijos de Dios. No solo
somos valiosos por ser imagen y semejanza de Dios, sino que Él nos ha hecho Sus
hijos. Y al ser hijos, somos amados de forma absoluta por Dios. Queridos no por
lo que hacemos, ni por cómo lo hacemos, sino por lo que somos: hijos amadísimos
de Dios.
Esa confianza
con nuestro Padre Dios, nos hace capaces de llevar a la oración con Dios todas
nuestras realidades: nuestras fatigas, nuestros sufrimientos, nuestro
compromiso cotidiano por ser cristianos. Todas nuestras actividades ordinarias
son importantes para Dios “hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos
contados”. Con esa cercanía de un hijo con Su Padre, los miedos desaparecen.
Esa certeza de ser amados nos lleva a ser capaces de dar testimonio de Jesús en
el mundo.
Pablo Erdozain
Fuente: Opus
Dei