3 – Julio. XIV Domingo del Tiempo Ordinario
![]() |
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 10, 1-12.
17-20
Después de esto, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él.
Y les decía: «La mies es abundante
y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su
mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de
lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie
por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta
casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si
no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de
lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa
en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os
pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de
Dios ha llegado a vosotros”. Pero si entráis en una ciudad y no os
reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad,
que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos
modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”. Os digo que aquel día será
más llevadero para Sodoma que para esa ciudad.
Los setenta y
dos volvieron con alegría diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten
en tu nombre». Él les dijo: «Estaba viendo a Satanás caer del cielo como
un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y
todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis
alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros
nombres están inscritos en el cielo».
Comentario
Jesús anunció el Reino de Dios
desde los inicios con la colaboración de los hombres. Lucas, el evangelista de
los gentiles, nos cuenta que después de enviar a los doce, como representantes
de las tribus de Israel, “designó el Señor a otros setenta y dos y los envió
(…) adonde él había de ir”. Detrás del número 72 subyace quizá la alusión a
“los linajes de los hijos de Noé” a partir de los cuales, como cuenta el libro
del Génesis, “se extendieron los pueblos por la tierra después del diluvio” (Gn
10,32). Este envío misionero “a toda ciudad y lugar” significaría la
universalidad de los destinatarios de la buena nueva y también la de quienes
deben anunciarla.
No sabemos quiénes eran estos 72
discípulos. De hecho, serían muchos los que tendrían amistad y confianza con
Jesús, los que trabajaron y dieron la vida por su Maestro, aunque sus nombres
no hayan quedado consignados en los evangelios. Esta actitud discreta y eficaz,
con “la sencillez, el no llamar la atención, el no exhibir, el no ocultar”[1], enamoraba a
san Josemaría, que la señalaba con frecuencia como característica propia de los
fieles cristianos corrientes, que se saben enviados en medio del mundo para
transformarlo, con la fe y el testimonio de su vida.
Para la eficacia de la misión,
Jesús prepara a sus discípulos con instrucciones precisas, que son válidas para
cualquier época. Primero exhorta a rogar por el número de los obreros que han
de trabajar en la mies, porque es Él quien elige y envía. Toca a los discípulos
dar prioridad a la oración en su misión y rogar al dueño de las almas que llame
y envíe a más gente.
Por otro lado, Jesús no tiene una
visión negativa del mundo, porque no lo ve como un erial, sino como una mies
preparada para la siega. “Podían los discípulos vacilar, meditar entre sí y
decir: ¿Cómo será posible que nosotros, tan pocos en número, podamos convertir
a todo el mundo; los sencillos a los sofistas, los desnudos a los vestidos, los
súbditos a los que dominan? —comentaba san Juan Crisóstomo—. “Y para que no se
turbasen con la reflexión de todo esto, llama al Evangelio mies, como diciendo:
Todo está preparado”[2].
Además, Jesús envía a los
discípulos “de dos en dos”, “para que se ayuden mutuamente y den testimonio de
amor fraterno, —señalaba Benedicto XVI—. Y “les advierte de que serán
"como corderos en medio de lobos", es decir, deberán ser pacíficos a
pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz”[3].
Entre las instrucciones de Jesús
destaca la confianza en la Providencia y el desprendimiento de los bienes: “No
llevéis bolsa ni alforja ni sandalias”. Porque, como explica el Papa Francisco,
el desapego de los bienes es la condición para ser discípulo.
A su regreso, los discípulos
expresan su alegría y entusiasmo por la eficacia de la tarea, “¡Hasta los
demonios se nos someten en tu nombre!”, exclaman. Los frutos de su labor no se
basaron tanto en el talento personal como en el nombre de Jesús y en la
docilidad a las indicaciones del Maestro. Por su parte, Jesús eleva el sentido
sobrenatural de la alegría de sus discípulos, que no radica en sentirse influyentes
en este mundo sino más bien en el otro, donde el nombre de quienes aman a Dios
queda inscrito “no con tinta, —dice un Padre de la Iglesia— sino en la memoria
y en la gracia de Dios”[4].
[2] San Juan Crisóstomo, in Mat. Hom. 34.
[3] Benedicto XVI, Ángelus, 8-VII-2007.
[4] Teofilacto, Catena aurea, in loc.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei