Una invitación a descubrir la profunda relación entre la encarnación del hijo de Dios y nuestra salvación, de una madre de familia asombrada ante tanto amor: Lorena Moscoso
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| Antoine Mekary / Godong |
Dios
se hace carne en un hombre, Jesús, y Él decide quedarse para siempre en el pan
de la Eucaristía para salvarnos. Descubrir y tratar de entender este gran amor
es una fuerte experiencia que la abogada Lorena Moscoso expresa en el
siguiente testimonio.
Hace unos años un seminarista me aconsejó meditar sobre la
Encarnación de Jesús, es decir sobre el hecho de que Dios mismo se haya hecho
hombre por nosotros.
Han pasado varios años y cada vez que lo medito, no dejo de
asombrarme profundamente por este acontecimiento tan supremamente importante.
Un profesor mío repetía: “la encarnación es la garantía de nuestra
salvación”. Que verdad tan cierta, no sé ni por dónde empezar
para que el lector pueda entender este hecho tan magnífico para la existencia
del hombre.
Dios visible
Existen dos realidades en el mundo en
el que vivimos, la realidad material y la realidad sobrenatural.
Dios, el ser que nos trasciende, ha
querido unir estos dos mundos, hacerse presente en
nuestras vidas para tomarnos con Él y hacernos suyos, verdaderos hijos.
No criaturas manipuladas por su hacedor, sino verdaderos hijos que
gozan de libertad y de capacidades infinitas.
Desde el principio, Dios quiso que esto fuese así. Tras la
creación, empezó por llamar a un hombre de entre todas las naciones. Eligió a
Abraham, el primer hombre al que Dios todopoderoso se revelaba.
Se hacía “visible” pues de otra manera, el hombre jamás hubiera
podido descubrir al Dios verdadero, al Dios que no está fabricado por manos
humanas, sino el verdadero, el que está desde siempre en el cielo, en la
creación, y por voluntad propia entre los hombres.
Una historia de amor
Entonces Él fue atrayendo a Abraham hacia sí. Luego a un pueblo
descendiente de Abraham, al pueblo de Israel, al que sacó de Egipto y llevó a
la libertad del desierto, donde durante cuarenta años fue enseñándoles las
verdades de la vida; cómo vivir en armonía con la creación, con los hombres y
con Dios.
No puedo contar las veces en que Dios ofreció su amor y
providencia hasta el extremo a este pueblo.
Y cuántas veces este pueblo le fue infiel adorando a otros dioses
y alejándose de los caminos de Dios, una historia lamentable que se sigue
repitiendo, pero esta es historia para otro artículo.
Tras el desierto, Dios establecería un reino, con el cual haría
una promesa, que este trono persistiría por siempre….
De las doce tribus de Israel, elige la tribu de Judá, la tribu del
rey David, con quien Dios hace esta alianza.
De esta tribu, viene a nosotros el hijo de Dios, el Dios
encarnado, Jesucristo, nacido en Belén. Él es la promesa que viene al mundo para
restaurar definitivamente la amistad entre Dios y los hombres.
Jesucristo, la promesa hecha
realidad
Pero volvamos un poco más atrás. La noche de la Anunciación, donde el
ángel se aparece a María para anunciarle que el hijo de Dios se encarnaría en
ella es un momento glorioso para la historia de los hombres.
La promesa hecha por Dios siglos antes finalmente se hacía
realidad. Uno de la Trinidad tomaba la carne de María para que Dios pudiera
venir a nosotros como uno de nosotros.
Este evento es tan asombroso porque es el mismísimo
Dios que toca tierra, por amor, para entregarse a plenitud a
los hombres.
Siendo todopoderoso, se hace nada. Asume los límites de
nuestra humanidad y del tiempo y va creciendo como cualquier hombre en medio de
una comunidad, de una familia en un pequeño y sencillo hogar.
Este hombre, el Dios encarnado, fue la luz que vino a iluminar las
naciones, como diría el viejo Simeón el día de la presentación
del niño en el templo.
Finalmente teníamos con toda certeza alguien que nos apuntaba al
cielo, que ponía un propósito en medio de los pueblos, y nos marcaba un
camino para alcanzar la vida eterna.
Dios amó tanto, tanto, que envió a su hijo al mundo, para que
recogiera sobre sí todo el mal y el pecado de la historia y lo cargara hasta
crucificarlo en
su misma carne vertiendo su sangre, para que nosotros los
hombres, pudiéramos tener parte en la vida eterna con Dios.
Eucaristía, alimento para ser
transformados
Es en la Última cena, momentos antes
de ser apresado, que Cristo instituyó su Santísimo Sacramento, la Eucaristía,
para que no nos faltara su presencia hasta el final de los
tiempos, para que lo contemplemos en esa pequeña hostia, que esconde todo su
poder y magnificencia.
Y así nos acerquemos con confianza y sin miedo para alimentarnos
de esa comida
espiritual que necesitamos para ser transformados en hijos
de Dios y hermanos de Cristo.
Por eso, la Iglesia recomienda que comulguemos por lo menos
domingos y fiestas de precepto.
Pero sin duda, la comunión diaria es de un inmenso valor
espiritual y recomendada por todos los santos.
Así logra Jesús nuestra salvación
Pero aún no he explicado por qué la encarnación de nuestro Señor es
la garantía de nuestra salvación.
El día de la Ascensión celebramos el hecho de que Jesús regresa
con su Padre al cielo, después de haber pasado 40 días después de su
resurrección con los hombres.
Pero no regresa solo en espíritu. Esta vez, trae su humanidad
a cuestas. Es decir que vuelve a la Santísima Trinidad siendo Dios,
pero también siendo hombre.
Y con esto, Él asciende al cielo con todos nosotros.
Este acontecimiento nos da la certeza de que Dios no destruirá a
la especie humana. Pues en medio de sí, hay uno, el hombre perfecto, Jesús, su
Hijo. Por eso decimos que la encarnación del Hijo de Dios es garantía de
nuestra salvación.
Pidámosle a nuestro Padre Dios ser el sagrario que reciba esa carne y
sangre de Jesucristo, con la santidad que merece, que sea Él
quien inspire este amor para que sea extremo como su amor fue extremo.
Lorena Moscoso
Fuente: Aleteia






