2 – Agosto. Martes de la XVIII semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo
14, 22-36
Enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo: «Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca
amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios». Terminada la travesía, llegaron a tierra en
Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron
la noticia por toda aquella comarca y le trajeron a todos los enfermos. Le
pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban
curados.
Comentario
Jesús hace milagros,
pero busca enseguida que no sean mal entendidos. Así, nada más realizar algo
sorprendente, envía a los discípulos a la “vida ordinaria”, al lago, donde se
desarrolla la vida habitual de muchos de ellos y donde lo normal es tener que
bregar en el oleaje. El lago simboliza, así, nuestra vida ordinaria. Y Jesús
está en ella, aunque no lo veamos. Porque él no ha venido al mundo para
hacernos todo más fácil, sino para que le demos la mano en nuestro caminar y,
con su ayuda, podamos vencer las hostilidades del demonio y tener fuerza y
esperanza en nuestras dificultades.
¿Por qué a veces nos
cuesta reconocer la presencia de Dios en nuestro día a día? Oímos decir a
Pedro: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. En estas
palabras se intuye tanto confianza en Jesús como incapacidad para reconocerle a
fondo. Solo el Señor nos puede decir hasta qué punto su confianza era humana y
hasta qué punto Pedro entendía lo que iba a decir en breve: “Tú eres el Cristo,
el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). Pedro quería acercarse a Jesús, pero no
conocemos todos sus motivos. Podemos tomar pie de ellos para pensar en los
nuestros: ¿cómo contamos con Dios en el día a día?, ¿con qué intenciones nos
acercamos a Él o le dejamos que entre en nuestras vidas?, ¿para que haga por
nosotros lo que supone esfuerzo?
La vida no puede
afrontarse con mentalidad meramente humana. Precisamente porque nuestra vida es
como una “carrera” que no es solo humana, o sea, que tiene como meta algo que
está más allá de lo meramente humano. En esta vida podemos caminar con
seguridad humana cuando afrontamos empresas que dependen de nuestras fuerzas.
Pero esto no es así con las empresas sobrenaturales. Visto con distancia, todo
lo humano se nos presenta como frágil y poca cosa, porque incluso cuando
pensamos controlar todo, no dejan de abrirse ante nosotros nuevos retos que nos
superan. El evangelio de hoy nos invita a no confiar excesivamente en nosotros
mismos y a abrirnos a aquel que puede de verdad sanar y llenar el corazón
humano de verdadera paz y confianza: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y
no te fíes de tu propio discernimiento” (Pr 3,5).
Juan Luis Caballero
Fuente: Opus Dei






