18 – Agosto. Jueves de la XX semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Mateo 22,
1-14
Volvió a hablarles Jesús en parábolas, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados: “Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”. Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a
sus criados: “La boda está preparada, pero los convidados no se la
merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que
encontréis, llamadlos a la boda”. Los criados salieron a los caminos y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se
llenó de comensales.
Cuando el rey entró a
saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y
le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no
abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y
manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de
dientes”. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Comentario
Las parábolas de Jesús son de una
riqueza inagotable y de ninguna nos podemos sentir eximidos. Nadie puede decir:
“no, esta parábola no tiene nada que ver conmigo”. Cada una es una invitación
directa del Señor para que revisemos el estado de nuestra alma.
La que nos encontramos en el
evangelio de hoy admite muchos niveles de lectura, pero esta vez podemos
fijarnos en un detalle: el hecho de que un rey prepara un banquete para
celebrar la boda de su hijo. ¿Quién es ese Rey? Dios Padre. ¿Quién es el Hijo?
Evidentemente, Jesucristo. ¿Quién es la novia? La Iglesia.
Por lo tanto, ¿cuál es ese
banquete? La Santa Misa.
Todos los días, justo antes de la
comunión, escuchamos de boca del sacerdote: este es el cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor. Estas
palabras son una combinación de lo que dice san Juan Bautista a sus discípulos
(cfr. Juan 1, 29) y lo que se proclama casi al final del Apocalipsis:
“bienaventurados los llamados a la cena de las bodas del Cordero” (19, 9).
No perdamos de vista que el Señor
está contando esta parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo,
es decir, a la gente considerada piadosa. Por eso, es importantísimo que los
que intentamos vivir la Eucaristía diariamente nos sintamos interpelados por
estas palabras de Jesús. En cada Misa el Señor espera que asistamos con las
debidas disposiciones.
Porque, si hacemos un examen
sincero, nos daremos cuenta de que a veces estamos en la Misa de cuerpo
presente, pero nuestra cabeza está en otro lado: se marcharon, quien a su
campo, quien a su negocio. Mientras suceden las Bodas del Cordero, tantas
veces nosotros estamos pensando en nuestras triviales preocupaciones.
O también podemos ser ese hombre
que no vestía traje de boda, ya sea porque nuestra apariencia externa parece
delatar que no le damos la importancia que tiene, ya sea porque no hemos
dedicado la atención suficiente a la preparación remota y próxima del alma,
cuidando la confesión frecuente y la oración diaria.
En cualquier caso, el evangelio
de hoy se nos presenta como una ocasión estupenda para volver a descubrir que
la Eucaristía es pignus vitae eternae: prenda (que es sinónimo de
garantía) de la vida eterna. Vivir la Misa como lo que es, como el Cielo en la
tierra, será lo que nos abrirá las puertas de la Eternidad.
Luis Miguel Bravo Álvarez
Fuente: Opus Dei