Dios no es el genio de la lámpara: es Padre. Lorena Moscoso, escritora de espiritualidad, reflexiona sobre la importancia de confiar en que Dios sí escucha nuestras oraciones
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Joshua Reddekopp | Unsplash CC0 |
Hace unas semanas un sacerdote
decía en su sermón de domingo: “si tu no rezas, el mundo no se transforma”. Me
encanta saber que Dios quiere y espera que colaboremos con El para construir un
mundo mejor.
Muchos creen que la oración es
una pérdida de tiempo, incluso los que practican su fe y rezan, se aseguran de
tener un plan B en caso de que Dios no les conceda lo que piden. ¡Qué
falta de confianza la nuestra!
La verdad es que somos tan
frágiles y nuestras miserias tan grandes, que lo que ocurre realmente es que no
confiamos en Dios, no permitimos que El responda a su manera, sino que queremos
y esperamos que, en lugar de actuar como un Padre, actúe mejor como el genio de
la lámpara, donde uno le pide un deseo y él lo concede sin dilaciones.
Pero Dios no
es un genio de la lámpara, Dios es un Padre, y si va a darnos algo,
primero se asegura de que sea algo bueno para nosotros, y si es bueno, entonces
prepara el camino para recibir aquello de modo seguro, sin que nada sea
desperdiciado.
También sabe que es bueno que
mientras pasemos por el mundo, nos mantengamos cerca de Él, para saber entender
e intuir Su voluntad y saber mejor cómo pedir. Que hijo cuando camina cerca de
su padre no recibe también su sabiduría. Dios se deleita con nosotros, con
nuestra compañía y nosotros recibimos un sinfín de gracias.
La importancia de agradecer
Caminar junto al Padre, es
caminar con Su Hijo, estar cerca, recibir continuamente los sacramentos,
participar de la misa y del sacramento de la confesión regularmente, para no
perder la presencia de Dios en nosotros. Debe “notarse” que caminamos juntos,
no solo en el pensamiento, sino en nuestras conductas y decisiones.
Cuantas veces Dios responde
nuestras oraciones, y nosotros olvidamos agradecérselo. Me ocurre con
frecuencia, me acuerdo demasiado tarde de agradecer. ¡Que paciencia la de
nuestro Padre!, como no salir corriendo y lanzarnos a sus brazos y decirle
cuánto lo amamos y cuan agradecidos nos sentimos por su respuesta, y vaya que
nos da tesoros inmensos, ¡inmensos!
En mi experiencia, he podido
notar tres cosas maravillosas en el actuar de Dios Padre, lo primero, que
cuando uno pide algo, El empieza a obrar mucho antes de nuestra oración, hace
unos días leía sobre esto: “Antes que llamen, yo les responderé” (Is.
65, 24).
Dios se adelanta y empieza a
obrar mucho antes de que yo pida por mis necesidades, lo sé porque para que yo
reciba aquello, primero tuvieron que sucederse algunos eventos y entonces puedo
ver que Él ya se adelantó sabiendo que yo se lo pediría. ¡Que Padre tan bueno!
Lo siguiente que puedo observar
en su obrar, es que Dios quiere ponernos a la altura para recibir. De esto
hablaba cuando decía unas líneas más arriba, que Él prepara el camino para
recibir.
Dios prepara el camino
Si yo le pido a Dios que pueda
estudiar en el extranjero por dar un ejemplo, se ocupará primero, de fortalecer
mi espíritu, de permitirme vivir algunas experiencias para alcanzar cierta
madurez, que aprenda de disciplina o que gane algunas habilidades para
enfrentarme a la vida lejos de casa, entonces cuando esto se va desarrollando,
llegado el momento, Dios nos da lo que pedimos, siempre y cuando, sea para
nuestro bien.
Quiero poner otro ejemplo que he
usado en otras ocasiones. Supongamos una esposa que desea que su esposo cambie
algunas actitudes, ella se verá impulsada a pedir eso, “Señor cambia a mi
esposo”. Pero Dios no empieza por el esposo, empieza por transformar el corazón
de la esposa y entonces en este proceso, la relación de esposos se transforma y
eventualmente, llegado el momento, el esposo también será tocado por la
oración.
Dios es tan bueno, que hace mas
de lo que pedimos, transforma la tierra seca en tierra fértil.
También se presentarán momentos
en que Dios no nos concederá lo pedido porque no es para nosotros. Mi abuela me
contaba que de niña ella estaba muy enamorada de un joven, pero que a pesar de
sus oraciones las cosas nunca pudieron darse para que terminaran juntos.
Después de unos años ella supo que la vida que este hombre llevaba era muy
mala, y me decía: “¿Tú te imaginas si Dios me hubiera concedido casarme con
este muchacho? Hijita, Dios sabe lo que hace”.
Es necesario pedirle a Dios por
nuestras necesidades, porque es nuestro Padre, pero aprendamos de Su Hijo y
abandonémonos a Su entera voluntad diciéndole siempre: “pero que no se
haga mi voluntad sino la Tuya”.
Lorena Moscoso
Fuente: Aleteia