22 – Septiembre. Jueves de la XXV semana del Tiempo Ordinario
![]() |
Misioneros digitales católicos MDC |
Evangelio según san Lucas 9, 7-9
El tetrarca Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, en cambio, que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes
se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es este de quien oigo
semejantes cosas?». Y tenía ganas de verlo.
Comentario
Los evangelios mencionan con
cierta frecuencia la fuerte impresión que causaba la figura de Jesús: su porte,
su palabra llena de sabiduría y autoridad, los milagros y portentos que
realizaba, los exorcismos sobrecogedores y por medio de los cuales, los
espíritus impuros obedecían la voz del Mesías y eran expulsados del ámbito de
los hombres y de su influencia.
Jesús provocaba en las gentes el
asombro y también el afán de conocerlo y saber más sobre Él: ¿Quién era
exactamente aquel carpintero de Nazaret, que no tenía estudios, a diferencia de
las autoridades religiosas del pueblo, pero que sabía tantas cosas y desplegaba
tanta majestad, con una autoridad desconocida hasta entonces?
Para algunos, Jesús sería un
profeta, como los famosos hombres de Dios de la historia bíblica. Quizá era
Elías, Jeremías o algún otro. Para muchos Jesús se parecía al profeta más
cercano en el tiempo que habían conocido: Juan Bautista, al cual había
encarcelado y decapitado Herodes, el tetrarca de Galilea.
Llama la atención la creencia en
el más allá que las gentes manifestaban, al pensar que Jesús podía ser uno de
los profetas que había resucitado. Con este pensamiento, demostraban que la
identidad de Jesús era para ellos misteriosa y difícil de interpretar.
En cualquier caso, el evangelio
de hoy nos demuestra que, incluso aquellas personas que parecían más alejadas
de Dios, como puede ser el caso de Herodes, también se interesaban por Jesús y
deseaban verlo, aunque fuera por una curiosidad quizá poco sobrenatural. Jesús
suscitaba en todos los corazones el deseo de conocerlo y saber más sobre Él.
Nosotros, gracias a la Iglesia y
a las Escrituras, sabemos mucho sobre la identidad de Jesús: sabemos que es el
Hijo de Dios encarnado, el Mesías esperado que debía padecer y resucitar y así
entrar en su gloria (cfr. Lc 24,26). Nosotros hemos recibido muchas más luces
que aquellas gentes que le conocieron en los caminos y aldeas de Galilea. Es
lógico por tanto que Jesús encuentre en nosotros un gran afán de conocerlo cada
vez más y mejor, para enamorarnos más de Él.
La Eucaristía y el Evangelio son
caminos seguros para acercarnos a Jesús y para conocerlo más. Podemos seguir
entonces el consejo de San Josemaría: “Trata a la Humanidad Santísima de
Jesús... Y Él pondrá en tu alma un hambre insaciable, un deseo ‘disparatado’ de
contemplar su Faz. En esa ansia —que no es posible aplacar en la tierra,
hallarás muchas veces tu consuelo”[1].
[1] San
Josemaría, Vía Crucis, VI Estación, n. 2.
Pablo M. Edo
Fuente: Opus Dei