19 – Septiembre. Lunes de la XXV semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 8,
16-18
Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público.
Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no
tiene se le quitará hasta lo que cree tener».
Comentario
Nada hay oculto que no llegue a descubrirse
La parábola de la Lámpara se
sitúa tras la del Sembrador y ambas se refieren al anuncio de la Palabra de
Dios por Cristo y las distintas respuestas y acogidas con que es recibida por
nosotros los hombres. Como bien afirma San Juan en el prólogo a su Evangelio,
la Palabra es la Luz que ilumina al mundo. Recibirla con verdadera fe implica
hacerla arder en el candelero de mi vida a la vista de todos, pero ocultarla
por miedo o vergüenza es poner en evidencia nuestras oscuridades,
mediocridades, hipocresías…
Por eso es importante descubrir
que la Palabra de Dios se dirige personalmente a cada uno de nosotros y en
nuestras circunstancias concretas y es una Palabra de Salvación, de felicidad,
pero que ciertamente implica una respuesta sincera y comprometida: la mía, no
la de mis contextos familiares o de conveniencias…
El Señor, que nos conoce y nos
quiere, nunca se va a cansar de llamarnos para integrarnos en su “familia” que
es la Iglesia. Pero es nuestra decisión dejarnos prender por la Luz y ser
lámpara o esconderla y dejar que se apague como a las vírgenes necias.
¡Pero que hermosa es esta misión
de dar luz al mundo! Pero es una misión que nosotros tenemos. Es hermosa…
También es hermoso conservar la luz que hemos recibido de Jesús. Custodiarla,
conservarla. El cristiano tendría que ser una persona luminosa, que lleva luz,
siempre da luz, una luz que no es suya, sino que es un regalo de Dios, un
regalo de Jesús. Y nosotros llevamos esta luz adelante. Si el cristiano apaga
esta luz, su vida no tiene sentido. Es un cristiano solo de nombre, que no
lleva la luz. Una vida sin sentido. Pero yo quisiera preguntaros ahora: ¿Cómo
queréis vivir vosotros? ¿Como una lámpara encendida o como una lámpara apagada?
¿Encendida o apagada? ¿Cómo queréis vivir? Pero no se escucha bien aquí.
¡Lámpara encendida!, ¿eh? Y es precisamente Dios el que nos da esta luz y
nosotros se la damos a los demás. ¡Lámpara encendida! Esta es la vocación
cristiana.
(Papa Francisco. Ángelus del 9 de
febrero de 2014)
Fuente: Dominicos