28 – Septiembre. Miércoles de la XXVI semana del Tiempo Ordinario
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Evangelio según san Lucas 9,
57-62
Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas».
Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza».
A otro le dijo: «Sígueme».
Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre».
Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa».
Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y
mira hacia atrás vale para el reino de Dios».
Comentario
Jesús camina con determinación a
Jerusalén, para cumplir la misión que su Padre le había encomendado y que
inflamaba su corazón: abrir la puerta del Cielo a toda la Humanidad. Su paso no
deja indiferente a quienes lo contemplan, y suscita reacciones audaces: «Te
seguiré…». Pero el Señor responde de una manera aún más audaz: «Nadie que pone
su mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios» (v. 62).
Estas palabras recuerdan la historia de Eliseo, narrada en el Antiguo Testamento:
Elías le da tiempo para que deje el arado y vaya a despedirse de sus padres
antes de unirse a su misión (cfr. 1 Re 19,20-21). Ahora, sin embargo, se nos
sugiere que la llamada de Jesús es aún más apremiante, que no hay tiempo que
perder para responder.
Quizás hemos visto películas o
series en las que llega un momento crucial en el que el protagonista debe de
tomar una decisión que marcará toda su vida: ¿acepta la declaración de amor que
recibe? ¿dirá que sí a la aventura que se le propone? En pocos minutos parece
que la historia puede tomar una forma u otra, cada una de ellas totalmente
distinta… Algo así sucede en este pasaje del Evangelio: Jesús lanza una
propuesta que compromete la vida de sus interlocutores. Y aún hoy, el Maestro
sigue llamando a asociarse a su misión, a recorrer los caminos del mundo para
ser altavoces de su misericordia. «¿Por qué no te entregas a Dios de una
vez..., de verdad... ¡ahora!?»[1]. Existe una
santa impaciencia del amor.
No sabemos cuál fue la respuesta
final de estos tres personajes del Evangelio de hoy. Quizá, después de un
momento de vacilación, siguieron a Jesús. Sea como fuere, la Escritura nos
presenta un ejemplo perfecto de respuesta pronta, total, entusiasta: es el
ejemplo de santa María. Cuando el arcángel Gabriel le anuncia que Dios quiere
que sea su Madre, Ella pregunta sobre cómo se realizará tal prodigio y abraza
su misión sin dudarlo: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra» (Lucas 1,38).
[1] San
Josemaría, Camino, n. 902.
Rodolfo Valdés
Fuente: Dominicos