Una sencilla guía para afrontar los desafíos de los próximos meses y una interesante reflexión del padre Carlos Padilla
![]() |
| fizkes | Shutterstock |
Un
nuevo año se abre ante mis ojos. Una oportunidad para crecer, para madurar,
para mejorar.
El otro día fueron bendecidas las mochilas de
muchos niños que empezaban sus clases. Niños pequeños con mochilas casi más
grandes que ellos.
Niños emocionados al ver su mochila junto al altar y felices de
llevársela a casa y luego a la escuela. Felices de comenzar un nuevo año,
nuevos desafíos, nuevos retos.
No tenían miedo en sus ojos. No había angustia ni tristeza.
Estaban inquietos pensando en lo que les venía por delante.
Había ilusión al tomar en sus manos su mochila nueva o la antigua de
otros años. Felices de reencontrarse con sus amigos. Felices de abrazar un
tiempo diferente.
¿Y yo ante lo nuevo?
En ocasiones no me siento como esos niños ante los nuevos retos.
Siento el miedo,
el agobio,
la tristeza.
No voy feliz a buscar mi mochila para asumir los nuevos desafíos.
Tendría que hacerlo. Dios me invita a ponerme en camino con ojos
nuevos, como un niño.
Quiere que no dude, que no me tiemble el pulso. Quiere que asuma
los riesgos sin pestañear, que me pregunte al comenzar este nuevo año: ¿Qué quieres
de mí, Señor? ¿Qué retos tienes para este nuevo año?
Es la pregunta que resuena en mi alma. ¿Qué tengo que hacer para
ser feliz, para ser más pleno, para hacer felices a los demás? ¿Qué cosas
nuevas puedo emprender, novedosas, llenas de vida?
Decía Albert Einstein: «Si buscas resultados distintos, no hagas
siempre lo mismo«. Miro hacia delante lleno de optimismo.
¿Qué cambiar este curso?
Me pongo ante Dios para saber qué resultados quiero obtener cuando
llegue junio. No es tan sencillo.
Cambiar nunca es fácil. Tiendo a hacer
lo que sé hacer, lo que se me da bien, lo que se adapta mejor a mi forma de ser,
a mis hábitos, a mis capacidades.
Dios da talentos a cada uno según sus capacidades. Yo tengo los
míos, ya los conozco. Hay cosas que ya he aprendido con el tiempo y en momentos
de duda saco del cajón donde guardo todo lo que sé hacer, mi sabiduría.
¿Estoy contento con los resultados y
metas que alcancé el año anterior? ¿Qué desafíos
nuevos se abren ante mis ojos?
A veces las cosas no resultan como yo esperaba. Invierto tiempo,
esfuerzo, ganas y no consigo lo que quería. En esos momentos se llena el alma
de frustración.
Podría hacerlo mejor aún. Podría llegar al cielo, a las estrellas.
Conseguir mejores resultados en mi trabajo.
Y podría conseguir que mis relaciones familiares crecieran, fueran
más hondas, más verdaderas.
Se trata de crecer
Podría hacer que mi vida tuviera nuevos sueños e ilusiones. ¿Con
qué cosas sueño? ¿Qué despierta en mi corazón la alegría?
Los sueños son importantes al empezar el nuevo año. Sueño con una
vida llena de momentos apasionantes. Quiero vivir cada momento como si fuera
único.
Soñar exige tener un alma flexible. Si me vuelvo
rígido no avanzo nada, no me dejo moldear por Dios.
Y si me pongo duro no me dejo hacer como el barro en las manos del
artesano, no dejo que me ayuden a crecer las circunstancias de la vida.
Si me aferro a mi forma de hacer las cosas y no estoy dispuesto a
cambiarlas no voy a evolucionar. Y la vida consiste en crecer.
No soy igual al que era hace años, ni siquiera hace un año. Tengo
en el corazón el deseo de no conformarme con lo vivido hasta ahora. No basta lo
que ya he conseguido, puedo luchar más, dar más.
Leía el otro día:
«La única
forma de avanzar es a base de que nos hagan reconocer que no sabemos lo
suficiente o que no hemos desarrollado todo nuestro potencial. Si uno se
acostumbra a hacer un ejercicio de insistencia, se llegan a
desplegar capacidades y conocimientos antes escondidos».
Toni Nadal Homar, Todo se puede entrenar
(Alienta)
En camino para mejorar
No sé lo suficiente. Lo que digo no convence a todo el mundo, ni
siquiera a mí. Puedo mejorar mucho.
Lo que hago se puede hacer mejor. Tengo
capacidades escondidas que no he desarrollado.
Corro el peligro de acomodarme y no querer esforzarme en hacer
cosas nuevas. Me he quedado en esa zona de confort de la
que tanto me hablan.
Puedo permanecer ahí quieto, inmóvil, muerto, cansado, agobiado. O
puedo pensar que no, que hay nuevos alicientes, nuevas motivaciones, nuevos
retos que mueven mi corazón inquieto. La insatisfacción me pone
en camino:
«La insatisfacción
es el alimento de los objetivos por conseguir. No hay más. Sin la sensación
algo desagradable de que quedan cosas por hacer no se persiguen los retos».
Toni Nadal Homar, Todo se puede entrenar (Alienta)
Tiempo para proyectar
No estoy cansado al comenzar el nuevo año. Simplemente un poco
aturdido ante tantos desafíos que veo ante
mis ojos.
Puedo quedarme quieto sin cambiar, o puedo darlo todo para ser
mejor persona, para cambiar el entorno en el que vivo, para mejorar en todas
las áreas de mi vida.
Pienso en el área en la que mido cómo estoy conmigo mismo,
mis retos personales, me conozco más.
Pienso en mi relación con Dios, ¿estoy creciendo? ¿Qué
cosas me ayudan a mejorar mi relación con Dios, con María? ¿Cómo puedo mejorar
mi vida de oración?
Pienso en el mundo de los vínculos. ¿Cómo se encuentran mis
vínculos familiares y
de amistad?
¿Cómo puedo crecer en ellos? ¿Qué relaciones tengo abandonadas?
Me fijo en el mundo del trabajo. ¿En qué puedo
crecer en el campo laboral?
En todos los aspectos de mi vida se presentan desafíos. Casi
necesitaría parar motores, dejarme un tiempo para meditar, para
soñar, para pensar y proyectar.
Dejar a un lado los miedos y darle el sí a las circunstancias que
rodean mi vida en este nuevo año.
No me asusto, no me relajo, se lo
entrego todo a Dios y confío en que la alianza con María es una realidad que me
permite crecer.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia






